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lunes, 10 de febrero de 2020

EL MORAL DE VILLOVELA


El moral de Santa Lucía
Se me ocurrió escribir sobre ello, al recordar aquellos días de vacaciones que Ana pasó con nosotros en Torresandino. Ana, es una sobrina de mi esposa que por entonces tendría diez años y era la primera vez que venía al pueblo, así que debíamos hacer una visita al moral centenario de la zona, el moral de Villovela, que aquellos días del verano estaba a plena producción. La hora u hora y media que la niña pasó en ese lugar no se le olvidarán nunca y de hecho, al volver en septiembre a la rutina del colegio concertado donde estudiaba, cuando Sor Pilar la profesora pidió a sus alumnos que escribieran una redacción sobre las vivencias estivales, ella hizo un magnífico trabajo sobre aquella tarde subida en las ramas de aquel fantástico árbol.
Pero la injusta valoración de la educadora le defraudó, porque la exigió que hiciera un nuevo trabajo que se ajustara a lo solicitado, recriminándola literalmente: “Debes relatar una experiencia real como yo os solicité, escribir sobre un árbol que da moras es totalmente ficticio y sobradamente conocido que esos frutos son silvestres y únicamente salen en las zarzamoras”.
 Ana reprimió la controversia por razones lógicas, pero sabía que aquello que había visto, tocado, degustado y que después le costó tanto lavar sus manos y eliminar el lagarejo de jugo de moras de su rostro, no sucedió en una hipotética zarza y si la hermana monja desconocía la existencia de la especie del árbol que le había descrito, desistía de intentar convencerla.
En España existen varias especies de moreras, árbol de procedencia asiática, donde se aprecian las cualidades medicinales de la corteza, hojas, frutos y sobre todo porque las hojas son el alimento de los gusanos de seda. Concretando, la morera de Santa Lucía es de la variedad “Morus Nigra” y fue plantada junto a la ermita a esta santa, de ahí su nombre; ambos son contemporáneos y eso nos da una antigüedad de 300 años. Se localiza en un entorno antaño de cereales ogaño de viñedos, en las inmediaciones del río Esgueva, a unos 500 metros al norte del casco urbano de Villovela y a 1000 del monasterio hoy ya derruido de Nuestra Señora de los Valles. Seguramente es el árbol más grande que yo haya conocido y desde hace pocos años está recogido en el libro, 111 árboles singulares de la provincia de Burgos e incluido en un catálogo de especímenes destacados de la Junta de Castilla y León.
Yo, que soy de Torresandino, el pueblo de al lado, recuerdo que al igual que todos los que vivíamos en las cercanías, en los meses de agosto pudimos disfrutar de sus frutos porque siempre fue de dominio público y grandes y pequeños, nos acercábamos a recoger de sus ramas una ración de su generosa producción siempre suficiente; la chavalería de varios pueblos nos recreábamos trepando por sus gruesas y largas ramas casi paralelas al suelo, buscando las sabrosas moras más maduras en las puntas, para llenar un tarro, llevarlo a casa y degustarlas sobre una rebanada de pan de hogaza endulzado con azúcar. Con relativa frecuencia se daba algún accidente por caída, pero nunca llegó a causar lesiones de importancia.
Menudo árbol. Tiene más de una docena de troncos que salen del suelo en el centro, probablemente compartiendo todos el mismo ADN, porque son los supervivientes de aquel original que siendo aún joven se desgajó en varias partes sin llegar a separarse totalmente del primero, sobreviviendo porque obviamente se mantuvieron unidas por algo más que la corteza y la pericia que pusieron los vecinos de Villovela en su cuidado hicieron posible la recuperación. Hoy en día es un galimatías de largas ramas que buscando la luz del sol intentan superar a la gravedad y conforman una espectacular copa aérea, de 15 metros de altura y 27 de diámetro, mientras que por el subsuelo las raíces se extenderán buscando humedad y minerales en la fértil tierra del valle.
La silueta desde la distancia es espectacular, ocupando el centro de lo que hoy denominaríamos una rotonda donde convergen de los cuatro puntos cardinales las antiguas calzadas hacia Tórtoles, Villafruela, Torresandino y una alameda de chopos que enlaza con el mismo Villovela. Testigo ocasional de bulliciosas romerías en la efemérides de la santa, este cruce, a día de hoy es un punto de interés turístico de una red de senderos de pequeño recorrido a pie, caballo o en bicicleta, creados recientemente en la Rivera del Duero burgalesa, pero siglos atrás a buen seguro debió de ser transitado esporádicamente por personajes ilustres, aunque lo más cotidiano sería un paraje ideal de encuentro elegido por viajeros de todo tipo: Peregrinos, campesinos, comerciantes, monjes, etc... Harían un alto en el largo y polvoriento camino para reposar bajo su sombra, refrescarse con el agua de la fuente junto a la ermita, intercambiar noticias de interés, particularidades sobre la ruta los que su único anhelo consistía en encontrar alguien con quien compartir el viaje y hacer más llevaderas las molestias de la marcha y no faltaría los chalanes, tratantes de ganado y buhoneros, buscando eventuales trueques de sus mercancías.
Este es ya el final de este trabajo sobre un histórico y anciano ejemplar de la flora regional, que todos apreciamos pero especialmente los niños de la zona y sería una gran pérdida si le ocurriese algo irreversible. Supongo que las autoridades no estarán tan ignorantes como Sor Pilar y serán conscientes del valor patrimonial de la morera de Villovela y de los riesgos que le amenazan. Merece que se adopten las medidas oportunas para remediar hipotéticas adversidades. Santa Lucía seguro que lo habrá protegido hasta ahora, pero ¡Ojo! Hay un refrán muy conocido entre los toreros que dice: “Fíate de la virgen y no corras”.
Chapetas

miércoles, 9 de octubre de 2019

HE DORMIDO UNA NOCHE EN EL MONTE


HE DORMIDO UNA NOCHE EN EL MONTE

Así empieza el poema de José María Gabriel y Galán “Mi Vaquerillo” que al recordarlo me da pie para rescatar de la memoria las escasas veces en que yo hube de pernoctar al raso. El pequeño zagal, acostumbrado a reposar sobre el duro y frío suelo, dormitó tan plácidamente como si no lo hubiera hecho en una semana.

Yo también he dormido bajo las estrellas; no de manera habitual sino muy esporádica y la imaginación infantil o juvenil envolvía la ocasión de un halo de aventura con sus correspondientes dosis de riesgo, temor, peligro, aprensión e incomodidad. Pero en cualquier caso, un cambio en la disciplina cotidiana. Obviamente las circunstancias no fueron semejantes a las de aquella noche serena del pequeño vaquerizo. De cualquier modo, voy a relatar 2 de mis experiencias

La primera

Era en 1960, cuando yo tenía solo nueve años y estábamos en el rastrojo de una finca familiar en el término municipal de mi pueblo, Torresandino. Recuerdo que era cerca del antiguo monasterio carmelita de Nª Sª de los Valles, del que aún permanecen sus ruinas. Mi padre era labrador por aquel entonces y en julio y agosto cuando la cosecha estaba en su momento óptimo se empleaba a fondo en la dura tarea de la siega y recolección en las que a mi madre gustaba de colaborar con su esposo en todo cuanto estuviese en su mano, aunque para ello hubiera de llevar con ella a los más pequeños. Una tarde ya hacíamos los preparativos, para regresar a casa antes de que se ocultase el sol, cuando mi progenitor manifestó sus deseos de quedarse para seguir segando un rato más y también empezar el laboreo antes por la mañana.

–Descansaré mejor aquí que andando el camino y adelantaré más el trabajo, porque ya sabes que la hoz corta mejor las mieses con el rocío‑.

Mi madre trató de desanimarle pero él estaba decidido, ella se iría con los niños y al día siguiente volvería con el almuerzo. La ocasión era propicia e hice todo lo posible para quedarme yo con él, incluida la consabida pataleta y rabieta. Al fin lo conseguí y mientras mi padre daba la última mano pude advertir cómo las sombras se alargaban y las nubes enrojecían por momentos hasta que el astro rey besó la tierra en el horizonte y desapareció. Al completarse el ocaso, dejó de segar y buscamos refugio al abrigo de una pila de haces junto a los surcos, donde nos merendamos los víveres que quedaban en el fardel. Allí mismo, simplemente arropados con la manta de campo sería nuestro ocasional camastro. La oscuridad se fue haciendo dueña de la campiña y en el rostro se sentía la bajada de la temperatura. La vigilia previa a caer en brazos de Morfeo, estuvo destinada a mis ávidas preguntas sobre la bóveda celeste, que en ausencia de la luna mostraba el firmamento más negro y las estrellas más resplandecientes que yo nunca había presenciado. ¿Habrá vida más allá? Extraños ruidos nocturnos ponían de manifiesto que en el campo, no lejos de donde estábamos sí que la había, pues pudimos escuchar el cortejo entre algunos animales o los chillidos inequívocos de los depredadores y sus víctimas. Que los mosquitos nos atacaban sin piedad, es lo que más recuerdo pero el sueño se apoderó de mi voluntad antes de lo que imaginaba y al ser preguntado al día siguiente por los sinsabores que había soportado, preferí callar y no quise reconocer lo que vale descansar en la habitación de costumbre, sobre una verdadera cama.

La segunda

En 1961, recién cumplidos mis diez años, llegó el momento de recolectar los yeros que mi padre sembró, en una parcela del tajón ocho que era una concesión del ayuntamiento cascón, a todos los mayores de edad que estuvieran empadronados. Fue una buena cosecha y por entonces ese trabajo era totalmente manual que nos llevaría diez días de laboreo. El ir y volver diario suponía como mínimo seis horas y eso era demasiado tiempo perdido en el camino. Lo ideal sería montar un campamento allí mismo y acercarnos al pueblo únicamente por el avituallamiento. En la finca colindante había un cobertizo y en la nuestra una pequeña choza; podríamos hacer uso de ambas. En la primera que era más amplia instalaríamos a los animales y en la otra, que era más arcaica pero sin embargo estaba mejor protegida de las inclemencias del tiempo, la familia. El matrimonio sopesó los pros y contras y decidieron que si estábamos juntos no habría problema que la familia no fuera capaz de vencer. Con el ánimo bien elevado se organizó el traslado de personas y animales domésticos que incluía el gato, la galga, un mulo, un asno y varias gallinas. Con el mulo acarreamos dos enormes barriles llenos de agua para los animales y para el aseo personal, además de todos los pertrechos que pudiéramos necesitar en aquel hogar temporal que íbamos a establecer. Día sí día no, la madre se marchaba al pueblo con el burro y volvía con los serones llenos de viandas. Los pequeños conocíamos al dedillo el camino hasta el pozo de Caserones a varios kilómetros de distancia, pero su agua era de reconocida calidad y aceptamos que nuestro cometido era ese; transportar con el burro el agua necesaria para beber y cocinar. Valiéndonos de los capazos simétricos que colgaban a ambos lados cargábamos un garrafón en cada lado. El problema era que para niños pesaban demasiado y teníamos que llenarlos con una botella sin bajarlos, equilibrando el peso para que no cayeran al suelo. En una ocasión tuvimos un percance peligroso porque el asno se asustó por una culebra que huyó despavorida y mi hermana y yo, pasamos apuros para dominar al animal y evitar que tirase la carga.

Para susto el que pasó mi padre una noche cuando todos dormíamos. Con sigilo despertó a mi madre para que encendiera la lamparilla de aceite y le ayudara a retirar algo frío, que dijo le estaba subiendo por la pernera del pantalón. Con la mayor diligencia se puso a ello pero los nervios le estaban fallando y no acertaba; cuando lo consiguió ya todos estábamos alerta y fuimos testigos de que en efecto un animal trataba de avanzar cerca ya de la rodilla; con un gesto rápido se incorporó al tiempo que un fuerte tirón se sacó el pantalón y quedó a la vista una criatura que desconocíamos de donde había salido. La duda se despejó al entrar la galga por la puerta portando con la boca otro de aquellos seres para depositarlo sobre la capa de pajas que nos servía de jergón. Pronto lo vimos claro. Había aumentado la familia canina y la madre traía sus cachorrillos a nuestra choza, por ser más cálido que el cobertizo donde habían nacido. Mi padre la siguió y regresaron con otros cuatro en una cesta de mimbre, total cinco.

Esta fue mi segunda experiencia. Vida natural sana.

sábado, 9 de diciembre de 2017

Mis Raices Casconas - 36 - LA NAVIDAD

                                    LA NAVIDAD


No recuerdo con detalle las Navidades en mi infancia, con excepción de alguna cosilla que mencionamos alguna vez en conversaciones con los familiares.
      La misa de Gallo en la media noche del día de Nochebuena para recibir la Navidad celebrando el nacimiento del Niño Jesús. Muy original lo de la hora, pero salir de casa con las inclemencias del tiempo habitual de ese mes, era arriesgado aunque lleváramos prendas de abrigo y tapabocaos, porque las temperaturas eran bajo cero, seguro que lloviendo, granizando, nevando o cuando menos, con el suelo helado resbaladizo, chuzos de punta en los aleros de los tejados y en la iglesia no había calefacción.
      Recuerdo en especial un Belén que montamos los alumnos cuando todavía estábamos en la escuela vieja, porque las figuras las hicimos entre todos los niños del curso que estábamos con Don Félix, y mi participación, consistió en el burro del pesebre, modelado en barro y secado al sol.    
       El 6 de diciembre día de San Nicolás, era tradicional que los chicos que cursaban el último curso en la escuela, saliesen todos juntos con la imagen del santo, a pedir “una limosnita para San Nicolás” por las casas del pueblo y agradecidos entonaban el siguiente estribillo:


San Nicolás
Coronado de San Blas
 En la cuna que dormía rezaba Santa María
¡Santa María! ora pro novis
huevos pedimos cestas traemos
 para estos escolantes que quieren ser amantes
 si limosnas no nos dan
 no podremos caminar.


     Con el total conseguido, que generalmente se trataba de varias docenas de huevos, medio saco de patatas y algunas monedas, se preparaban una merienda de varias tortillas de patata, y se vendía lo sobrante para aumentar el dinero en metálico; de la suma, parte se dedicaba a comprar algún capricho y el resto se repartía. Pero esta costumbre se interrumpió al prohibir el señor cura, que en aquellos años creo que era Don Ireneo, que se volviera a sacar la imagen del Santo de la iglesia, porque le causaron desperfectos importantes, tales como fractura de nariz, en el bárbaro entretenimiento de arrojarlo al arroyo helado para ver si cedía el hielo. Animales de los que hay por toda la geografía, por los cuales, todos sufrimos las consecuencias.

       El aguinaldo era otra cosa bien distinta,   aunque también se trataba de pedir por Navidad, generalmente los hijos de los asalariados en esta ocasión y únicamente por las casas de los patrones de los padres, u otras personas afines recibiendo pequeños donativos en monedas, dulces o caramelos; y exigiendo a veces, que los niños les deleitasen con un villancico.
      El menú de Nochebuena estaba generalmente compuesto por: pollo de corral (ya ves, hoy lo llaman capón en plan fino), castañas cocidas con anises, y cagadillo (que ahora llaman guirlache de caramelo). La primera vez que entró el turrón a formar parte de mis navidades, creo que tendría unos ocho o nueve años, y fue con ocasión de que después de cenar nos juntamos en nuestra casa con la familia de la tía Victorina. Con las primas Glori, Feli y Vitori (Mertxe aún no había nacido), lo pasamos estupendamente, jugamos al parchís, y a las cartas, surgiendo la propuesta de que para darle emoción al juego el que perdiera debería pagar una tableta de turrón para comerla entre todos. Aceptada la apuesta, faltaba por conseguir que estuviera abierto donde Félix, el del estanco, que también tenía tienda de comestibles, para que nos atendiera a aquellas horas, que rondaría la medianoche, aunque de todo el pueblo era sabido que siempre estaban disponibles cuando del negocio se trataba. Y así fue en efecto, encargaron el mandado a mi hermana Petri con una de mis primas, pero para estas pobres niñas infantiles, la pobre luz del alumbrado público con escasas farolas que proyectaban sombras tenebrosas que las iban haciendo pensar y ver sacamantecas y hombres lobo. Pocos metros les faltaban para llegar, pero quiso la mala fortuna que en eso saliera de la tienda un hombre que no pudieron reconocer y pies para que os quiero, regresaron a casa en un minuto escaso. Nos defraudó un poco que se volvieran con las manos vacías y para colmo nos propusieron a los demás niños que fuéramos nosotros, si es que nos creíamos tan valientes. Yo, que era el “hombre” de más edad, me quedé sin argumentos para escurrir el bulto, así que capitaneando la expedición, regresamos esta vez tres chicas y un chico, y naturalmente que no pasó nada, pero es que el enemigo se batió en retirada en cuanto vio lo que se le venía encima.


      Aquel turrón, si que estaba rico, siempre lo recuerdo especialmente, quizás por ser el primero. Lo troceamos con  hacha y martillo y nos costó Dios y ayuda, porque era muy grueso, pero como no se podía partir con los dientes, duraba mucho y alguna dejó parte para el día siguiente, como me consta que hizo mi primita Vitori, sólo que al levantarse ya no estaba donde lo había dejado. No sé porqué, se le metió en la cabeza que yo debía saber algo al respecto.
      Fue una noche entrañable de Navidad, hacia el año 1960.  




viernes, 18 de agosto de 2017

Mis Raíces Casconas - 32 - GASTRONOMÍA



GASTRONOMIA

       

No estaban los tiempos para recetas de cocina, pero hay que entender que las aficiones gastronómicas no son únicamente de aquella época sino de siempre y siguen manteniéndose, claro que  tenían dificultad para conseguir los ingredientes, comodidad en útiles para la elaboración, o el fuego necesario ya que aquello no tenía nada que ver con las cazuelas, y cocinas de hoy. También las posibilidades del mercado y la gran  diferencia del poder adquisitivo  de entonces a ahora. Era la mujer la que asumía la tarea de la cocina y también le debemos a ella que las recetas de las abuelas hayan pasado de generación en generación. 

        Algunos platos típicos: Alubias con morcilla, cocido de garbanzos con relleno, o con bola como decimos en el pueblo, patatas a la riojana, titos resquemados, lentejas  con gallina, sopa castellana, morcilla frita, caracoles a la burgalesa, cangrejos de río, asadurilla, codillo de cerdo, guiso de cordero, liebre estofada, chuletillas de cordero a la brasa, y lechazo al horno.  Sólo se veía a un hombre en la faena de la cocina, cuando  se elaboraba en la parrilla, al sarmiento, y eso solía ser a la puerta de las bodegas, bien chuletillas, costilla o careta de cerdo, sardinas o chicharro, y embutidos.

       Postres: Queso producido por los pastores. (fresco, semicurado o curado). Frutas del tiempo generalmente de La Ribera (ciruelas, peras y manzanas). Frutos secos del pueblo (nueces, pasas de uvas y almendrucos como dicen en Torre). En repostería, puedo nombrar (rosquillas, bolillas típicas de Carnaval y Semana Santa, magdalenas, orejuelas en cualquier tiempo y la torta de chicharrones por la matanza). Además de otros dulces como la miel de nuestros colmenares, el cabello de ángel elaborado con una calabaza especial, almendras garrapiñadas y guirlache de caramelo con piñones. Y también recuerdo una conserva dulce hecho con aguamiel y trozos de calabaza conocida como “cachos de calabaza”.

        Licores: Vino de Ribera, y la limonada de Semana Santa. Y por último, el aguardiente que se tomaba por la mañanita, con un bizcocho de Lerma.



Recetas de Torresandino

Limonada:

INGREDIENTES.-
12 litros de Vino clarete de La Ribera.
Azúcar, 1kilo
Limones, 2kilos, el uno exprimido y el otro en trozos.
Naranjas, 2kilos, el uno exprimido y el otro en trozos.
Canela 2-3palitos en trozos (según el gusto).



ELABORACION  
   Se mete todo en un garrafón, de cántara y se llena con el vino clarete de La Ribera que quepa, dejándolo macerar, 8 días mínimo, dándole unas vueltas (no es necesario agitar) todos los días dos veces y se tiene en un sitio fresco y al sacarlo se filtra para retirar los posos.
Hasta aquí lo elemental pero mucha gente añade mas.
Otras frutas opcionales, pueden ser 2 manzanas, 2 plátanos, y ½ kilo de higos pasos, troceados, y otro ½ de uvas pasas. Si se desea corregir el sabor se puede añadir naranja o azúcar para darle más sabor dulzón. Si se desea más fuerte añadir algún licor como ron o ginebra.



Morcillas de matanza:

Cantidades a comprar, pero echar más o menos cantidades según el gusto, cada maestrillo tiene su librillo, y todas salen diferente. Requiere ir probando según se van haciendo.

INGREDIENTES:
5 kg de arroz
Agua doble volumen que de arroz
5 litros de sangre
5kg de manteca del cerdo
14kg de cebolla
225g de pimenta negra molida
200 de pimentón dulce
100 a 150g de pimentón picante
100 g de canela en polvo
200 g de cominos
Sal al gusto



ELABORACIÓN
Se cuece el arroz metiéndolo con el agua bien hirviendo, se deja que recupere el borboteo y se tapa y retira para que continúe con la cocción con el calor que le queda y se deja que se vaya haciendo mientras se enfría lentamente Se cortan las cebollas en rodajas, y se cuecen durante 10 minutos picándola después en trozos pequeños y se juntan en un barreño con el arroz y se dejan una noche para que el arroz absorba parte del jugo de la cebolla, y crezca. Al día siguiente, se mezcla con la manteca de cerdo bien picada, sangre, pimentón dulce y picante, pimienta molida, cominos, canela y sal, amasando para obtener un amasijo homogéneo. Se mete en tripas, se cosen por los dos extremos y se ponen a cocer en una caldera, por tandas, en la que tendremos hirviendo el agua con un poco de sal. Cocer a fuego moderado durante 1 hora y pincharlas durante la cocción para que no se revienten. Las morcillas en tripa de cerdo, más gruesas, se cuecen durante 1y1/2. La mocilla buena ha de ser “sosa, sabrosa, y picantosa”. El caldo que queda donde se han cocido las  morcillas será el caldo de mondongo que se utiliza para las sopas de mondongo.


Receta de rosquillas caseras:

INGREDIENTES  
2 Huevos
7 Cucharadas de aceite de girasol
7 cucharadas de azúcar
1 Limón (el zumo)
1 Rayadura de la piel del limón
1 papeletas de levadura Royal 
½ cucharada de bicarbonato
½ tacita de anises molidos 
½ tacita de anis líquido
Harina la que pida (comprar 500 gramos) 
Azúcar glass y canela lo que pida. Para espolvorear.
Aceite de girasol para freírlas, abundante (comprar  1 litro)



ELABORACIÓN
Batimos los 2huevos en un bol y vamos añadiendo las 7 Cucharadas de aceite de girasol, 7 cucharadas de azúcar, 1 Limón (el zumo y la rayadura), la ½ cucharada de bicarbonato, ½ tacita de anises molidos y½ tacita de anis  Poco a poco se va añadiendo el harina y la papeleta de levadura Royal a la vez que se amasa, humedeciendo las manos con un poquito de aceite para que no se nos pegue y se trabaja la masa hasta que ya no se pega a los dedos. Se deja reposar la masa unos 20 minutos mínimo. Para darle la forma se toma una porción de masa del tamaño de una nuez grandecita o una albóndiga pequeña y sobre el mármol la estiramos como un churro, tomamos los dos extremos los unimos y lista para freir en una sartén amplia con abundante aceite de girasol no excesivamente caliente. Previamente se tiene dispuesto una bandeja con el azúcar glass y la canela para espolvorearlas en caliente.



En este capítulo creo que viene muy bien introducir un menú transcribiéndole tal como me  lo contaron, bajo en colesterol como veréis que yo he denominado....

        “Recetas de penuria total”

        Las sopas de pan, a veces se hacían cociendo rebanadas de pan duro con agua y sal y un poquito de pimentón para darle color.

         Patatas del pobre, hervidas en agua con sal y una hoja o dos de laurel, con un toque que se le daba con colorante de la marca El Avión.

        Una tortilla sin huevos y sin patatas, con la parte blanca que tiene la cáscara de naranja se trocea y pone a remojo, después se cuece como si fuese patata, en una mezcla que sustituye a los huevos, de cuatro cucharadas de harina batido con diez de agua y una de bicarbonato. Sebo, sal, pimienta y colorante para darle el color de la yema.

      Postre de bellotas cocidas con agua y anises.


      El café. En ausencia de café achicoria Chimbo.                                       


                              

viernes, 6 de noviembre de 2015

Mis Raíces Casconas - 12 - ATRACTIVOS

   ATRACTIVOS

Aunque no es un pueblo turístico, sí que merece la pena mencionar con detalle, los atractivos que posee, unos de siempre, otros de antiguo y también recientes, por sus fiestas ya mencionadas, por sus gentes, y por su tranquilidad, para que si estás buscando un lugar así, sepas que aquí lo puedes encontrar. Aparte del bullicio de los días de fiestas patronales de San Martín y El Carmen y el mes de agosto, éste es un pueblo tranquilo y aunque pequeño, podríamos considerar que tiene los servicios mínimos indispensables: consulta diaria de Médico, escuelas, taller mecánico, bares, restaurante, supermercado, bancos y cajas de ahorro, piscinas, frontón, panadería y farmacia: lo que le coloca por encima de la mayoría de los pueblos de su entorno.

Actividades culturales que se desarrollan a lo largo del año: Carnavales, Las Marzas, Semana Santa, la fiesta de la cosecha, semana cultural de septiembre, la fiesta de la matanza, programa de actos navideños, baile de nochevieja y otras que las asociaciones de amigos de Torresandino, amas de casa y grupo de danzas organizan..

El paisaje, es el propio de los pueblos del campo, que
es variable según el día y la estación de año que se visite.


Con la primavera empieza el ciclo de la vida. Son días en que asistimos al brote de las espigas con un verde muy sutil, casi imaginario al principio, que día tras día va cobrando fuerza hasta alcanzar un verdor rabioso que cubrirá las fincas colinas y páramos, atrayendo la atención por la inmensidad de su extensión que se prolonga hasta donde el ojo alcanza, pugnando por conseguir en cierto grado, la grandeza solemne del océano. Los chopos de la vega, ya están renovando las hojas. Acompañando esa evolución por aquí y por allá, aparece el rojo exuberante de las amapolas, y millones de margaritas por los linderos.

Llega el verano y las espigas van tornándose doradas, y entre las tierras de cereales, empiezan a destacar alguna sembrada de amarillos girasoles. Las aves, ya han visto eclosionar sus huevos, y nacer sus pollitos, que no paran de exigir insaciables los granos o insectos que les llevan sus progenitores, y por doquier se aprecia cómo la vida está en su ciclo evolutivo. Llegan los días de la cosecha, para el labrador, días de recuperar los gastos de gas-oíl, semillas de siembra, abonos, herbicidas y demás.

Otoño es la estación que nos trae el final del ciclo, ya recogidas las mieses, quedan sólo los rastrojos sucios, aplastados y vacíos, las hojas muertas de los árboles cubren el suelo por las choperas y a este paisaje cambiado le va acompañando una climatología que se va tornando adversa según pasan las semanas, alternando un tiempo a veces apacible con otro gélido de brumas y niebla a primeras horas, sobre todo en los valles, que desaparecen al medio día dando paso a un sol resplandeciente, que invita a quitarse prendas de abrigo. Los árboles con las hojas amarillas como enfermos y la climatología empeora. Llegan los días grises, que paulatinamente se van acortando, y las lluvias se hacen más frecuentes, es el tiempo de las setas de cardo o Pleurotus Eryngii, y la de chopo, Pleurotus Ostreatus, que reconocen grandes y pequeños.

En invierno los colores dominantes son: El blanco brillante si se producen nevadas. Un blanco tímido los días de helada. El pardo de la tierra, porque en este tiempo nada lo cubre, es la desnudez de los campos, el marrón oscuro de los surcos hendidos en la tierra, preparada para los nuevos sembrados. Mientras tanto en los valles, los ríos y arroyos parecen remozar su brío con aguas renovadas que arrastran parte de las hojas amarillas que los chopos han ido desprendiendo, hasta quedar como muertos mostrando su esqueleto. Las temperaturas, frías, pero nada que un buen equipo de abrigo no pueda vencer, y merece la pena. 


La fauna. No es raro ver correteando a los animales que están más representados por estos pagos: una perdiz con sus 8-10 ó más polluelos por los caminos. La codorniz nos deja sentir su presencia con sus cánticos característicos y golondrinas, tórtolas, palomas, gorriones, mirlos, cigüeñas, y jilgueros, también nos alegran los días con sus trinos y gorjeos; las especies de rapiña están representadas con: mochuelo, aguilucho, alcotán, búhos, y lechuzas; carroñeros como buitres, cuervos (grajos), urracas (picaza), y otros. 

Mamíferos salvajes, el zorro (raposo), liebres, conejos, topos, comadrejas, y además de otros de pequeño tamaño. Y en ríos y arroyos patos, truchas, barbos y cangrejos.

La flora silvestre. En el campo, nos podemos encontrar con experiencias que la naturaleza nos regala en un relajante paseo por el campo, como puede ser de agradable para el olfato, inspirar profundamente para apreciar los aromas de la flora silvestre. Y recolectar un ramito de esas pequeñas plantas medicinales, que desde siempre apreciaron nuestros antepasados, como: tomillo, salvia, jalvia, té de campo, manzanilla, menta, lavanda, gayuba, endrino, espliego, machuelo, zarzamora, escaramujo, campanilla, amapola, hiedra, árnica, etc... y estaremos disfrutando de un saludable, a la vez que placentero día, recorriendo los páramos para continuar, buscando la refrescante sombra de las arboledas de chopos, en el valle. 

Las Marzas es una costumbre medieval que cuenta con la participación de los quintos, apoyados por algunos de sus amigos del pueblo o de fuera para cantar las coplas tradicionales por las calles del pueblo empezando a las 00.00h del primer día de marzo, y que empiezan así:

A cantar Las Marzas,
licencia tenemos,
del señor alcalde
y de todo el pueblo


Monumentos: Dentro del pueblo sólo mencionar, la iglesia, que posee unos originales arcos románicos en su portada. Y en el interior destaca la talla gótica de Nuestra Señora de los Valles, que data de finales del siglo XIII, y la imagen de un Cristo del siglo XIV.

Fuera de la villa pero en terreno de Torresandino, se encuentra el monasterio carmelita de la Virgen de los Valles del siglo XIII reedificado a finales del XIV y abandonado debido a la ley de la desamortización de Mendizábal el año 1835, ahora, poco más que un montón de ruinas, entre las que aún se puede entrever la magnificencia que debió exhibir en su interior y que por desgracia acabará desmoronándose muy pronto.


 Convento   año 2008    

Decían los ancianos que las imágenes y altares se repartieron entre Villovela, Roa y Torresandino, el destino para la Virgen del Carmen era Roa aunque también disputaba por ella Torresandino. Se la llevaban en una carreta, pero al llegar al puente los bueyes se negaron a continuar hacia adelante y cuando les dieron la vuelta en la dirección a Torresandino, arrancaron y no pararon hasta la iglesia.