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jueves, 14 de mayo de 2020

UNA MAÑANA DE MAYO


UNA MAÑANA DE MAYO

Serán unas notas de mi niñez en la década de los cincuenta del pasado siglo; concretando más, era una mañana de un día que no sé por qué razón no teníamos clase y eso sí, con toda seguridad era mayo y en Torresandino ‑Mi villa natal‑. Con aquellas notas, he hilvanado un pequeño relato de la vida de una familia –La que Cándido y Antolina habían formado‑, aunque bien podría ser otra al azar, en cualquier pueblo de Castilla.

Las cadencias de la época y en especial el agua corriente afectaban a todos, mejor o peor acomodados, solo que unos u otros lo afrontaban con distintos recursos. En el mundo rural las gentes se rodeaban de tareas que implicaban la colaboración de todos y puesto que el marido se marchaba de madrugada al campo, la esposa se hacía cargo de las labores de casa y el cuidado de los hijos. En mí caso éramos cuatro hermanos, la mayor Rosi 14 años, Petri 12, Paco 9 y el menor Lázaro 6, pero eran tantas las tareas que cualquier ayuda sería bienvenida. A saber:

Una somera limpieza según las usanzas de la época, que distaba mucho de los requerimientos que la sociedad impone en la actualidad; por la naturaleza de las superficies, tan lejos de las suaves, brillantes y pulidas de que disponemos hoy en día y sobre todo sin la ayuda de máquinas ni productos que llegarían años después para ayudarnos a conseguir la casa soñada.

Alimentar el fuego del hogar para aportar un ambiente cálido a la estancia, calentar agua o cocinar. No era una tarea fácil empezando por la necesidad de trocear los leños, el elemento combustible para lograr un buen fuego tras muchos y penosos esfuerzos y después para mantenerlo durante horas.

Primer viaje a por agua potable fresca de la fuente de la plaza, para traer: La madre, un cántaro de barro apoyado a la cadera, este para las primeras abluciones de pequeños y grandes y un cubo en la otra mano, para satisfacer la sed de los animales. A buen seguro sería necesario realizar al menos un acarreo más, para la olla del cocido y el fregado de los cacharros, resuelto con la aportación de un garrafón que conseguían traer entre dos niños.

La madre atendía a los animales domésticos, que por lo general se criaban en la cuadra o el corral renovándoles la paja de cama, proporcionándoles su alimento en el comedero y el agua del bebedero. Un par de cerdos media docena de gallinas y una docena de conejos era habitual porque suponían una parte importante de las necesidades proteínicas que complementaban la despensa. Los niños recogíamos los huevos.

Y por supuesto tener puestos los cinco sentidos en la prole de niños para que se vistieran y asearan, antes de desayunar e ir a la escuela. Cuando no había clase a todo lo anterior se sumaba el tener controlados a cuatro niños que cuando no estaban protestando o riñendo entre sí, corrían detrás del gato o estaban pegándose con los hijos del vecino.

Si uno de esos días no lectivos era preciso hacer la colada, bajábamos al arroyo en reata, con la madre por delante portando un gran balde lleno de ropa sucia sobre la cabeza con un rodete para amortiguar el peso. Siguiéndola, entre dos llevábamos la tabla de lavar, y los otros un canasto y dentro de él una azadilla, un cubo con la lejía Conejo y el trozo de jabón marca Lagarto.

Nuestra progenitora tomó posición junto al remanso habitual, colocando en su margen la tabla de lavar que le había hecho mi padre con madera de chopo, fácil de trabajar y de poco peso. La pila de ropa dispuesta a su derecha y arrodillándose en el cajetín estiró la mano para comprobar la temperatura del agua recordando las malas experiencias de los meses de heladas; con un gesto de asentimiento indicó que no estaba muy fría y acto seguido se metió de lleno a su tarea, no sin antes advertirnos de que había que llenar el cesto de cardos, bayas y raíces silvestres conocidas, de las que sabíamos les gustaban a los cerdos.

Varias horas en El Parral darían para mucho y la orden sería cumplida sin problemas porque a ambas orillas del riachuelo era un vergel de vegetación. Como era el mes de mayo y la climatología acompañaba, la floración estaba espléndida; margaritas, lirios amarillos y lilas, campanillas, malvas, calas y amapolas, estaban presentes por dondequiera que mirásemos. Con la azadilla cortábamos aquellas plantas que sabíamos que a nuestros puercos, les encantaban, mientras recorríamos arriba y abajo la ribera, muy atentos a los ruidos, para descubrir la presencia de algunos de los moradores campestres de la fauna ibérica.

Así, entre los gorjeos de paloma, graznidos de urracas y grajos, chirridos de gorriones, silbidos de mirlos y trinos de jilgueros, fuimos atraídos por el repiqueteo del pico de un pájaro carpintero en plena labor, sobre el tronco de un viejo sauce, que nos entretuvimos observando. Acechando a las ranas estuvimos largo rato para localizar alguna, pero antes de lograrlo nos sorprendíamos viéndolas desaparecer de un salto. Por dos veces, de imprevisto pero con gran alboroto, salió de las junqueras un corpulento pato dejándonos con más susto que el que él llevaba. Descubrir un lagarto nos mantuvo callados e inmóviles para no delatar nuestra presencia y así poder seguir disfrutando de su bella imagen, raramente conseguido hasta que nos detectó y desapareció entre la vegetación. Por aquellos años abundaban los cangrejos, así que emulando lo que habíamos oído contar a los mayores, logramos pescar seis bajo las piedras del fondo. Contentos de poder aportar algo a la comida familiar buscamos en las viejas paredes de un huerto y conseguimos aumentar la caza con dos docenas de caracoles y tres setas de chopo nada desdeñables, que debía aprobar el experto. El padre.

Cuando regresamos al lado de nuestra madre, ya no estaba sola pues otras tres lavanderas le hacían compañía y juntas se divertían contando chascarrillos. Aunque el trabajo era muy duro, el tiempo que pasaban en aquel lugar era como un espacio de libertad, por el hecho de que en las inmediaciones no había hombres y podían hablar de sus cosas íntimas. Mi madre extendía sobre zarzas, espinos y setos, las sábanas para secar al sol. Eso significaba que había terminado ya, porque lo dejaríamos así y regresaríamos a recogerlas por la tarde. Igual que otras veces al llegar nosotros dijeron, “hay ropa tendida”. Los más mayores nos explicaron que no querían que los chavales oyésemos lo que entre ellas se contaban, así que tampoco les hicimos partícipes de nuestras aventuras ocultando las capturas en el fondo del cesto. Gracias a eso no devolvió los crustáceos al agua, porque cuando contentos se lo enseñamos en casa, se enfadó mucho diciendo que éramos como los cazadores furtivos, pero en fin; después de la bronca se tranquilizó y le quedó mucho más cerca la paella que el arroyo.

Resultó un día muy activo y sin embargo feliz, entretenido, didáctico, divertido y como colofón una estupenda experiencia culinaria. Claro que eran  otros tiempos.
















miércoles, 9 de octubre de 2019

HE DORMIDO UNA NOCHE EN EL MONTE


HE DORMIDO UNA NOCHE EN EL MONTE

Así empieza el poema de José María Gabriel y Galán “Mi Vaquerillo” que al recordarlo me da pie para rescatar de la memoria las escasas veces en que yo hube de pernoctar al raso. El pequeño zagal, acostumbrado a reposar sobre el duro y frío suelo, dormitó tan plácidamente como si no lo hubiera hecho en una semana.

Yo también he dormido bajo las estrellas; no de manera habitual sino muy esporádica y la imaginación infantil o juvenil envolvía la ocasión de un halo de aventura con sus correspondientes dosis de riesgo, temor, peligro, aprensión e incomodidad. Pero en cualquier caso, un cambio en la disciplina cotidiana. Obviamente las circunstancias no fueron semejantes a las de aquella noche serena del pequeño vaquerizo. De cualquier modo, voy a relatar 2 de mis experiencias

La primera

Era en 1960, cuando yo tenía solo nueve años y estábamos en el rastrojo de una finca familiar en el término municipal de mi pueblo, Torresandino. Recuerdo que era cerca del antiguo monasterio carmelita de Nª Sª de los Valles, del que aún permanecen sus ruinas. Mi padre era labrador por aquel entonces y en julio y agosto cuando la cosecha estaba en su momento óptimo se empleaba a fondo en la dura tarea de la siega y recolección en las que a mi madre gustaba de colaborar con su esposo en todo cuanto estuviese en su mano, aunque para ello hubiera de llevar con ella a los más pequeños. Una tarde ya hacíamos los preparativos, para regresar a casa antes de que se ocultase el sol, cuando mi progenitor manifestó sus deseos de quedarse para seguir segando un rato más y también empezar el laboreo antes por la mañana.

–Descansaré mejor aquí que andando el camino y adelantaré más el trabajo, porque ya sabes que la hoz corta mejor las mieses con el rocío‑.

Mi madre trató de desanimarle pero él estaba decidido, ella se iría con los niños y al día siguiente volvería con el almuerzo. La ocasión era propicia e hice todo lo posible para quedarme yo con él, incluida la consabida pataleta y rabieta. Al fin lo conseguí y mientras mi padre daba la última mano pude advertir cómo las sombras se alargaban y las nubes enrojecían por momentos hasta que el astro rey besó la tierra en el horizonte y desapareció. Al completarse el ocaso, dejó de segar y buscamos refugio al abrigo de una pila de haces junto a los surcos, donde nos merendamos los víveres que quedaban en el fardel. Allí mismo, simplemente arropados con la manta de campo sería nuestro ocasional camastro. La oscuridad se fue haciendo dueña de la campiña y en el rostro se sentía la bajada de la temperatura. La vigilia previa a caer en brazos de Morfeo, estuvo destinada a mis ávidas preguntas sobre la bóveda celeste, que en ausencia de la luna mostraba el firmamento más negro y las estrellas más resplandecientes que yo nunca había presenciado. ¿Habrá vida más allá? Extraños ruidos nocturnos ponían de manifiesto que en el campo, no lejos de donde estábamos sí que la había, pues pudimos escuchar el cortejo entre algunos animales o los chillidos inequívocos de los depredadores y sus víctimas. Que los mosquitos nos atacaban sin piedad, es lo que más recuerdo pero el sueño se apoderó de mi voluntad antes de lo que imaginaba y al ser preguntado al día siguiente por los sinsabores que había soportado, preferí callar y no quise reconocer lo que vale descansar en la habitación de costumbre, sobre una verdadera cama.

La segunda

En 1961, recién cumplidos mis diez años, llegó el momento de recolectar los yeros que mi padre sembró, en una parcela del tajón ocho que era una concesión del ayuntamiento cascón, a todos los mayores de edad que estuvieran empadronados. Fue una buena cosecha y por entonces ese trabajo era totalmente manual que nos llevaría diez días de laboreo. El ir y volver diario suponía como mínimo seis horas y eso era demasiado tiempo perdido en el camino. Lo ideal sería montar un campamento allí mismo y acercarnos al pueblo únicamente por el avituallamiento. En la finca colindante había un cobertizo y en la nuestra una pequeña choza; podríamos hacer uso de ambas. En la primera que era más amplia instalaríamos a los animales y en la otra, que era más arcaica pero sin embargo estaba mejor protegida de las inclemencias del tiempo, la familia. El matrimonio sopesó los pros y contras y decidieron que si estábamos juntos no habría problema que la familia no fuera capaz de vencer. Con el ánimo bien elevado se organizó el traslado de personas y animales domésticos que incluía el gato, la galga, un mulo, un asno y varias gallinas. Con el mulo acarreamos dos enormes barriles llenos de agua para los animales y para el aseo personal, además de todos los pertrechos que pudiéramos necesitar en aquel hogar temporal que íbamos a establecer. Día sí día no, la madre se marchaba al pueblo con el burro y volvía con los serones llenos de viandas. Los pequeños conocíamos al dedillo el camino hasta el pozo de Caserones a varios kilómetros de distancia, pero su agua era de reconocida calidad y aceptamos que nuestro cometido era ese; transportar con el burro el agua necesaria para beber y cocinar. Valiéndonos de los capazos simétricos que colgaban a ambos lados cargábamos un garrafón en cada lado. El problema era que para niños pesaban demasiado y teníamos que llenarlos con una botella sin bajarlos, equilibrando el peso para que no cayeran al suelo. En una ocasión tuvimos un percance peligroso porque el asno se asustó por una culebra que huyó despavorida y mi hermana y yo, pasamos apuros para dominar al animal y evitar que tirase la carga.

Para susto el que pasó mi padre una noche cuando todos dormíamos. Con sigilo despertó a mi madre para que encendiera la lamparilla de aceite y le ayudara a retirar algo frío, que dijo le estaba subiendo por la pernera del pantalón. Con la mayor diligencia se puso a ello pero los nervios le estaban fallando y no acertaba; cuando lo consiguió ya todos estábamos alerta y fuimos testigos de que en efecto un animal trataba de avanzar cerca ya de la rodilla; con un gesto rápido se incorporó al tiempo que un fuerte tirón se sacó el pantalón y quedó a la vista una criatura que desconocíamos de donde había salido. La duda se despejó al entrar la galga por la puerta portando con la boca otro de aquellos seres para depositarlo sobre la capa de pajas que nos servía de jergón. Pronto lo vimos claro. Había aumentado la familia canina y la madre traía sus cachorrillos a nuestra choza, por ser más cálido que el cobertizo donde habían nacido. Mi padre la siguió y regresaron con otros cuatro en una cesta de mimbre, total cinco.

Esta fue mi segunda experiencia. Vida natural sana.

miércoles, 13 de marzo de 2019

CUÉNTAME


CUÉNTAME
Ayer, pasé la mañana en la caja de ahorros, para unas gestiones de la comunidad de vecinos. Nada de importancia, pero tuve que guardar las consabidas colas que nos imponen por suprimir empleados, nos guste o no. La larga espera me crispó los nervios, pensando si podría llegar a la hora que le había prometido a mi madre para salir de paseo.
Al salir de la entidad bancaria, aceleré el paso sorteando a los peatones con los que me cruzaba, que me daba la impresión que deambulaban con demasiada parsimonia dificultando mi marcha. Busqué con la mirada el rótulo luminoso de la farmacia y leí la temperatura y la hora. Vaya ‑me dije‑, una de cal y otra de arena; los pronósticos meteorológicos habían acertado, pero debía apresurarme para llegar a la cita, si no quería impacientar a la dama que me esperaba. Como siempre suele ocurrir, surgió un encuentro imprevisto y por el cúmulo de las diferentes razones, al final Antolina tuvo que esperar un buen rato a su hijo Paco y este asumir las consecuencias. He de reconocer que tiene carácter y no perdona la falta de puntualidad, especialmente cuando desde la ventana se vislumbra un día fantástico.
Una vez superado el enfado salimos de paseo. Ambos somos bien conocidos en Basauri y algunos nos saludaron con simpatía, pero como de costumbre no nos detuvimos porque de pie se cansa más que andando; cogidos del brazo, poco a poco llegamos hasta al parque cercano. Es bastante extenso y si se guarda silencio, suelen escucharse los trinos de algún jilguero o el canto oportuno de los negros estorninos.
Disponemos de muchos bancos, no obstante como el sol de marzo brilla con intensidad y hay que tomarlo con precaución, elegimos uno bajo un roble, que nos proporcionó una oportuna semisombra, gracias a la incipiente espesura de las hojas nuevas, brotando ya de sus yemas.
Los sábados por la tarde, de primavera y verano siempre que no llueva, hay una orquesta que atrae a mucha gente de la tercera edad porque su repertorio de boleros, pasodobles, rumbas y otros bailables, está dirigido especialmente a las personas que vivieron aquella época del chicharrillo como se llamaba al baile público de las plazas de los pueblos. Recuerdo que el año pasado, a ella le encantaba escuchar aquellas viejas canciones de Mocedades, Manolo Escobar, Antonio Machín, Dolores Pradera o Lola Flores; le hacían vibrar pero no lo suficiente como para salir a la pista, todo lo más un nervioso movimiento de pies bajo el asiento. Sólo faltan dos semanas para abrir la temporada.
Ayer, para mantener una conversación animada, se me ocurrió hacer a mi progenitora algunas preguntas de su época, en parte por charlar de algo que ejercite la memoria y que además la entretiene y en parte porque a mí me encanta el tema y ella satisface mi curiosidad.
‑ ¿En el pueblo había baile? Quiero decir, cuando no eran fiestas.
‑Había un local que regentaba el sastre que llamaban El Fole, allá por donde está el cuartel de la guardia civil y más tarde puso otro el tió Julián en los bajos del Castillo. Se bailaba con los sones de un organillo que funcionaba girando una manivela.
‑ ¿Y qué tal se desenvolvía la juventud con la danza por aquellos años?
‑Parecido a lo que se ve hoy en día, unos regular y otros peor, pero nos fijábamos en quien considerábamos que lo hacían bien y tratábamos de mover los pies siguiendo la música; yo me dejaba llevar y si mi pareja sabía seguir el ritmo no nos salía mal.
‑ ¿Bailabais con los chicos o con una amiga?
‑Empezábamos con una amiga y venía alguna pareja de chicos a pedirnos baile pero al terminar la canción cada uno por su lado porque si bailabas seguido con el mismo ya empezaban los rumores de que éramos novios.
‑Dime una cosa: ¿Qué tal era mi padre en el bailoteo?
‑Como un pato y además de que no sabía, no quería y si estábamos dos parejas me decía que bailase con la otra chica. Esto era muy común con los cascones y nadie se extrañaba pero naturalmente como todos nos conocíamos, ningún osado nos solicitaba para hacerlo con él.
‑Entonces yo me pregunto: El de un pueblo y tú de otro. ¿Cómo os hicisteis novios?
‑Me conoció en unas fiestas de Tórtoles y posteriormente coincidió en un trabajo con un primo mío, al que manifestó que le había causado buena impresión. Unos meses más tarde, me trasladé a Torresandino para trabajar en casa de la Eutimia, la que tenía la tienda de ultramarinos y el casino abajo de la plaza; cuando Cándido supo de mi llegada le pidió a su hermana Victorina, que tenía mi edad, que me invitara a salir en su cuadrilla; así se ganó mi primera consideración. También por entonces como no había agua corriente en las casas y el trasiego de agua era inevitable, la fuente de la plaza estaba muy concurrida tanto por las jovencitas como por sus pretendientes. En ese ir y venir me pretendía y fui descubriendo en él a un hombre simpático formal y trabajador.  
‑Madre ‑Jamás lo cambiaré por mamá‑, ¿nunca tuvimos en la familia a alguien con dotes excepcionales para llegar a ser un artista? ¿Vamos que tuviera duende, ese algo especial que le hubiera permitido vivir sin penurias? Por ejemplo del cante o la danza.
‑Tu padre decía que en el pueblo cantaba como el que más. Es cierto, aunque no tenía mucha voz se animaba enseguida, sí, pero quien lo hacía bien era su hermana Jesusa. El abuelo Enedino era muy ocurrente para gastar bromas y de carácter tan salado que caía bien, pero para ganarse el pan para sus hijos no.
Por la tarde estuvimos de invitados a un cumpleaños. Unos canapés fríos y calientes y una ración de la clásica tarta regada con un cava, café o chocolate que nos sirvieron de merienda cena. Comió de todo aunque quizás en el pasado lo hacía en mayor cantidad y tras la tertulia volvimos a casa acusando ya cierto cansancio.
‑Vosotros no lo queréis creer –nos dijo queriendo convencernos‑ pero yo ya no soy quien era.
Tiene razón ya no es quien era, pero está tan bien que nadie la supone la edad que tiene, no sufre enfermedad alguna, pero los órganos sí que lo acusan. La vista y el oído han perdido bastante y el corazón se le cansa y ha de limitar los paseos, de vez en cuando algún dolor de cabeza y poco más. Los análisis perfectos, la memoria estupenda y el apetito envidiable ¿qué más podemos pedir? En abril si Dios quiere cumplirá los 97. Que siga tal como está unos añitos todavía.
‑Madre –la he dicho‑, tienes que ser más positiva. Para tu edad estás como una rosa, fíjate cuando vas por la tarde al hogar del jubilado, tus compañeras de la brisca son todas mucho más jóvenes que tú y las ganas. Otras de tu tiempo, van ya en silla de ruedas y también sabes que algunas han olvidado ya todo. Disfruta y vive el momento con tus hijos, nos tienes siempre cerca de ti y sabes que te adoramos.
‑Muchos besos. ¡Muaaa!.

Francisco García

sábado, 15 de diciembre de 2018

El alzhéimer.



A MIS ABUELOS


En la casa de mis abuelos Enedino y Petra los problemas llegarían cuando aún estaban allí en el pueblo. Todos sus hijos habían marchado ya en busca de otros horizontes que resultaran menos penosos y tal vez más fructíferos. Pero para ellos daba comienzo esa etapa de la vida en que por una u otra razón poco a poco nos vamos convirtiendo en seres dependientes aunque aún no fuera evidente. El cuadro que se presentaba a corto plazo les hacía candidatos como a tantos otros que llegando a cierta edad se ven afectados por alguna minusvalía de al menos uno de ellos. Sólo que en su caso por partida doble: Enedino, se quedaba ciego sin solución y Petra afectada por el alzhéimer. Él conocía el diagnóstico de la incipiente enfermedad de ella desde hacía unos meses y que como le habían explicado los especialistas era cuestión de tiempo el que antes o después tendrían que acatar el requerimiento desinteresado de sus hijos, para trasladarse a la ciudad a vivir con ellos, pero percibía la resistencia de Petra a salir de su hogar y no quería desairarla. Con el paso del tiempo el abuelo hubo de recurrir a la amabilidad de los vecinos, que se preocupaban y amablemente le ayudaban a superar distintas situaciones. Finalmente, preocupados llamaron a los hijos y les pusieron al corriente de los pormenores diarios al respecto. Estos ya lo habían hablado entre ellos sobre adoptar el régimen de tenerlos de forma rotativa por meses, que al ser seis hijos, resultaba llevadero. Todos de acuerdo, los abuelos llegaron a la ciudad el año 1963.

Tal como se había pronosticado, fueron llegando los cambios en la salud de Petra, que los primeros años no requería permanecer en casa ni vigilancia constante. En determinadas ocasiones, quedaba margen para el humor, haciendo bueno el proverbio que dice: Si surge una ocasión para reír, aprovéchala, ya llegarán también el tiempo para llorar. Mes tras mes asistíamos con resignación a una pérdida ralentizada apenas imperceptible de los recuerdos más recientes, como páginas que se iban cerrando en la memoria y el olvido seguía avanzando en vertiginosa carrera de retroceso hacia la adolescencia y la niñez, etapas que aunque también estaban avocadas a desaparecer, parecían resistir algo más e incluso daba la impresión de que se refrescaban, que capítulos ya perdidos volvían, permitiendo al enfermo recordar letras de canciones infantiles ya olvidadas y, que otras personas de su generación únicamente las rememoraban al escucharlas.

Paralelamente empezó a producirse un deterioro despiadado de la parte humana

Dice un refrán que ojos que no ven, corazón que no siente. Nada más lejos de la realidad, me consta que el abuelo aunque tratáramos de ocultarle aquellos afligidos episodios sufrió demasiados disgustos y cada vez con más frecuencia al percibir el problema de su esposa y encontrarse impotente para hacer algo más. Así se fueron transcurriendo los días, que por qué no, también disfrutábamos algunos ratos muy agradablemente, escuchando al abuelo graciosos episodios de su juventud. Fuimos arrancando las hojas del calendario y el año 1972 con 80 años Enedino se acercaba a su final. Una larga noche llamó a sus hijos junto a su lecho y les pidió que cuidaran a su madre entre todos, como buenos hermanos, para terminar con: “Que nadie en el pueblo pueda hablar mal de esta familia”. Y se marchó. Tenía muy bien la cabeza, pero su corazón ya no aguantó al amanecer.

Petra se quedó otro lustro más en este mundo a pesar de que su cuerpo ya parecía haber traspasado los límites del más allá. Su buen apetito le proporcionaba energías pero la movilidad paulatinamente se estaba reduciendo. Mientras el abuelo vivía, en algunos ratos que su esposa no se dejaba llevar era él quien le apaciguaba y calmaba porque tenía sobre ella cierta influencia mientras que los demás nos servíamos de engaños que una vez valían y otras no. Todos en casa echábamos una mano para estar al cuidado de ella porque eran pocos los días que se mantenía sosegada. Yo como uno de sus nietos con veinticinco años viví alguno de aquellos episodios que ahora relataré:

Estábamos, solos en casa un viernes por la tarde, y mi madre había tenido que salir al supermercado para las compras del fin de semana yo me quedé hasta que regresase. Habíamos pasado el rato entretenidos pasándole viejas revistas que ojeaba fijándose en las fotografías y algunos títulos, pero inesperadamente dijo:

‑Hasta mañana, ya me voy para mi casita.

‑Que no, abuela, cómo dices ésas cosas, que ya vives aquí.

—Sí, porque tú lo digas. Yo tengo mi casa y tengo que irme ya, porque volverá mi padre de trabajar, y yo de correcalles por aquí.

— ¡Pero abuela! A tu padre ni siquiera le conocí yo, dónde estarán sus huesos; que tú ya tienes ochenta años.

—Tú a mí no me llames abuela que no somos ni parientes ni nada.

—No digas ésas cosas abuela. Mira, yo soy tu nieto Paquito, ¿te acuerdas? soy hijo de Cándido, el mayor de los tuyos.

— ¿Yo hijos? Pues pa`que lo sepas tú mocoso, yo no tengo hijos y estoy soltera y entera.

—Vale, pero se lo voy a decir a mi padre.

—Por mí, se lo puedes decir a quien quieras y ahora ya sí que me voy que todo el día por ahí, no puede ser, qué dirá mi padre el pobre que volverá del campo y no le he preparado la cena.

—Estate tranquila que si es por eso, le mandamos un recado para que venga él aquí y así cenamos juntos y os vais después para vuestra casa

—Pero es que tengo que recoger a las gallinas y ponerlas el pienso.

—Bueno, vamos entonces, ya te acompaño, pero ayúdame a recoger la cocina, no nos vamos a ir y dejar todo tirado. Toma pasa tú la escoba.

De momento parece que ganamos la batalla, esta vez se pasó el momento de perturbación y volvimos a la rutina. Un retal de tela, una aguja hilvanada y su ausencia hacen que la creatividad sea nula, su mente vacía de contenidos no avanza porque no sabe lo que está haciendo y a la segunda puntada no recuerda si está descosiendo, cosiendo, repasando, zurciendo o hilvanando, pero con cualquier actividad se entretiene y mata el tiempo evitando ramalazos repentinos que la obcecan y llevan a una situación momentáneamente difícil. Mi madre ha vuelto y la pongo al corriente. Me cuenta que la misma situación, se le dio a ella hace dos días, con similares palabras, pero que como no se calmaba la siguió la corriente y ambas dieron la vuelta a la manzana hasta que se cansó y aceptó de buen grado regresar, olvidada ya totalmente la disputa.

Sábado y domingo eran días que recibía muchas visitas de familia o conocidos y las horas pasaban más distraídas incluso quizás sacaba a la abuela de su ensimismamiento resultando que el transcurrir de las horas fuese casi placentero. Hasta se deseaba que surgiera algún episodio en presencia de sus hijos para que pudieran constatar por sí mismos el avance de la enfermedad.

El lunes yo tenía día libre y ayudaba en casa dispensando mis atenciones a la abuela para que Antolina, mi madre, quedara libre para hacer las habitaciones, la compra o el planchado. Cuando concluyó lo más perentorio, me dijo que si yo tenía que salir ya podía hacerlo pero como no había ninguna prisa estuvimos charlando.

—Estoy pendiente —me dijo– de que la abuela lleva dos días que no hace cacas, y aunque le pongo pañales parece que la molesta e intenta quitárselos, con el resultado de que antes de que me dé cuenta va enciscando toda la casa. He probado poniéndola sentada con paciencia en el inodoro, pero no he conseguido nada y no puedo estar ahí todo el día.

—Si quieres podemos hacer la prueba otra vez por ver si hay suerte, ya me quedo yo con ella entreteniéndola.

—Por intentarlo que no quede, —aceptó mi madre.

Como el pudor hacía tiempo había dejado de tener importancia, tomamos posiciones, ella no puso objeciones a sentarse en la taza y a su lado coloqué una banqueta para mí, por si la espera se alargaba. En fin, que de esta guisa comenzamos a disertar sobre temas de Maricastaña. Un tanto hastiado ya de la larga plática, llamé a mi madre y le comuniqué que abandonaba ya el experimento.

—Qué pena que no lo haga ahora, porque dentro de un rato le saldrá cuando no lo esperemos y se embadurnará antes de que nos demos cuenta.

—Abuela, hace unos días que no haces del cuerpo, por qué no haces unas pequeñas fuerzas a ver, ya sabes intenta tirarte una pedorreta, le insté.

Nos miraba, pero no colaboraba. Se lo volvíamos a pedir con otras palabras y actitudes porque seguro que ante semejante impotencia, nuestro estado de ánimo iba decayendo.

—Anda abuela, te lo pido por última vez. Haz un esfuerzo.

—Ya, que te crees tú que nada más que porque sí. Vas listo si te crees que voy a hacer lo que tú quieras.

El gesto era elocuente, estaba completamente convencida; tanto como lo estaba su nuera que presagiaba lo que vendría más tarde.

La llegada de Cándido, mi padre dilató un poco más la situación, le comentamos el vano intento y los pormenores de la infructuosa conversación con su madre.

—Pero madre, por qué no lo intentas –La animaba‑, verás qué bien te quedas.

— Yo, sin permiso de mi padre no hago nada –Era su respuesta.

—Madre –insistía Cándido con mucho cariño, aunque más que como un nuevo argumento por convencerla, ahora como una intentona por abstraerla de su mundo de ficción y devolverla a la realidad‑. Tu padre hace mucho que murió, tu marido que era mí padre, también falleció, hazme caso a mí que soy tu hijo mayor.

— ¡Cómo que mi hijo! ¡Y qué dices de marido, si yo soy soltera!

Cándido recordó por un breve momento sus años de vida, criado y educado en el entorno de un hogar en el que florecía el amor. ¿Qué haría su progenitor en este momento tan tremendo? ¿Qué diría y qué tono utilizaría para no herir en sus sentimientos a su querida esposa? Él que siempre la supo llevar, ¿cómo lo haría ahora? Miraba a su madre pero no la veía. Tenía los ojos vidriados por las lágrimas que repentinamente habían asomado bajo sus párpados. Quería decirle algo, pero no podía. Un nudo se le había cruzado en la garganta. Ocultó la cara en sus manos y se retiró hacia su habitación. Iba llorando y de su garganta salió como un quejido, una sola palabra. ¡Diooos! Algo en esa palabra me recuerda la súplica de Jesús en el Monte de Los Olivos. “Si es posible Padre, aparta de mí este Cáliz“. Tal era el dolor ante la imposibilidad de hacer algo para recuperar a su madre. Rescatarla del pozo sin fondo donde estaba cayendo.

La siguiente etapa fue muy diferente, el cuerpo estaba ya bastante atrofiado, había perdido la movilidad y poco a poco también el habla, para levantarle y acostarle se requería de dos adultos y después pasaba el día en una silla y por último en la cama. Casi un vegetal. Finalmente desapareció todo rastro de memoria que pudiera quedar en un cuerpo deshumanizado. Paralelamente el cuerpo, antaño esbelto había perdido todo su esplendor quedando reducido a huesos y piel con sólo una pequeña llama de aliento vital que obligaba a continuar alimentando ese cuerpo mientras ése fuego no se hubiera extinguido.

Quizás sea ésta la metamorfosis necesaria para poder acceder al más allá. Este es el fin. Por hoy, el único posible.

FIN

sábado, 10 de febrero de 2018

Mis Raices Casconas - 38 - SUPER BEBÉS

                                        SUPER BEBES 

      
        Nacer en aquellos tiempos, en casa, con la partera, sin ningún examen médico ni siquiera de lo más rutinario, ni anterior ni posterior al alumbramiento, requiere como mínimo de una naturaleza fuerte y que haya un poquito de suerte. Con toda certeza puedo afirmar, que ni siquiera en nuestros primeros años, disponíamos de pediatra que siguiese nuestra evolución y aconsejara la elección y compra de una cuna, ergonómica, rigurosamente homologada conforme a las normas CE y equipada con materiales antialérgicos; ni existían como ahora biberones antisépticos y anticólicos de polietersulfona sin bisfenol, con tetina anatómica de silicona, dotada de caudal lento, para complementar el pecho materno;  tampoco una leche de alta calidad, sin gluten y enriquecida con proteínas lácteas,  analizada bacteriológicamente, para garantizar una perfecta inmunidad al ataque infeccioso, de los microbios causantes de los más graves trastornos  y males. Ahora los padres son asesorados también, sobre qué juguetes son los idóneos para cada fase, de edad. A nosotros, de caprichos nada, ni siquiera un gusiluz. Nos daban la matraca con un sonajero que más que calmar amenazaba, como lo hacía la letra de aquella nana: 

Duérmete niño
que viene el coco,
y se come a los niños
que duermen poco.
Duérmete niño
Duérmete ya,
Que viene el coco
 y te comerá.

    Nosotros teníamos sopas de pan, y papilla de harina de maiz. Si nuestro culito se irritaba con los pañales reutilizables, lo dejaban al aire y punto, que no conocían esas cremas ideales; todo lo más unos polvitos de talco. Nadie pensó en la conveniencia de un examen rutinario de lo más elemental, como la vista. Seguimos la aventura de la vida como si tal cosa, ignorando los riesgos y atravesando día a día, con decenas de enfermedades acechándonos, buscando  un organismo débil  al que atacar.
      Superada la lactancia, empezamos a corretear, y día a día íbamos conociendo que el famoso coco tiene aliados y son muchos: Si no te comes todo, vendrá el hombre del saco y te llevará. No vayas a la carretera, que está el sacamantecas. Obedece, o el demonio vendrá a por ti. Cuando se haga de noche, ven a casa sin falta que es la hora de las brujas.  Si te portas mal, te perseguirá el hombre lobo. No digas palabrotas, que Lucifer busca niños malos. Duérmete, o aparecen los fantasmas. Y un montón más de aberraciones que machacando día y noche nos hicieron ser fuertes también de espíritu  o perecer en el intento.
    Nuestros juegos transcurrían a veces en ambientes tan nocivos como pueda serlo una cuadra, un abrevadero, la pocilga, el gallinero, y aguas fecales; los juguetes de materiales reciclados como una lata roñosa, los útiles de corte empleados sin autorización de los adultos, objetos punzantes como si fueran espadas, piedras como proyectiles y a jugar a la guerra inventada por niños, en la cual, al estilo de las guerras del inolvidable humorista Miguel Gila, la batalla se suspendía por cualquier contratiempo “Oye, dejad de tirar que le habéis dado a Pepito”. “Esperad un poco que cojamos piedras que se nos han acabado” Y acto seguido sin ningún recelo, nos liábamos a pedradas otra vez y todo lo más unos rasguños, que se infectaban con la suciedad, el barro y las moscas; jugábamos con gusanos, grillos saltamontes, lagartijas, caracoles y sapos; acariciábamos al gato y al perro que estaban sin vacunar, dejándonos  lamer hasta en la cara; nos metíamos entre los rebaños de ovejas cuando éstas llegaban por las tardes, respirando toda la suciedad y polvo que levantaban y nadie era consciente de la importancia del aseo, sobre todo a la hora de comer; nos subíamos a paredes y árboles a coger los nidos, bebíamos agua de manantiales sin analizar, todos de la misma botella y conducíamos la bicicleta sin casco y sin frenos cuesta abajo; los armarios de las medicinas no se guardaban bajo llave, y si alguna vez montábamos en un vehículo no tenían cinturón de seguridad.   
        Parece incomprensible que después de una infancia tan expuesta a los innumerables peligros de accidentes, virus, contagios, infecciones y tantos riesgos a enfermedades como por ejemplo: el tifus, polio, escarlatina, viruela y el tétano: saliéramos adelante impunemente ilesos y ello significa además haber adquirido necesariamente los anticuerpos que nos hacen inmunes a muchas otras enfermedades; demostrando con ello que haber sobrevivido a tantas pruebas de riesgo, reforzó nuestras defensas lo suficiente, para que hayamos gozado de una salud, con toda seguridad  más saludable que la de nuestros hijos, que tanto nos ha traído a vueltas y de cabeza.                              
  

domingo, 14 de enero de 2018

Mis Raices Casconas - 37 - SACOS DESDE LA ERA


                              SACOS DESDE LA ERA






         Dicen que el mundo cambió desde que se inventó la rueda. En Torresandino en los años cincuenta, aún estábamos trabajando como los romanos, y los sacos se llevaban al hombro; claro que sí hombre, con dos cojones, que para eso somos Cascones. Pues bien, esto viene al caso, porque quiero relatar una anécdota que nos ocurrió al primo Fortu y a mí a la escasa edad de diez, u once años cierto día que obedientes cumplíamos el encargo de llevar a casa desde la era del Bonete, (algo más de 1 Km) un saco lleno de paja para los machos, que si no contenía mucho peso, sí un gran volumen. Nos alternábamos con la carga, porque nos dolían nuestras manos menudas, poco adaptadas a semejante ejercicio.

      Antes de nada quiero dejar bien claro que ninguno de los dos éramos de esos chicos sinvergüenzas, gamberros, caraduras, o descarados, aunque pensaréis que yo qué voy a decir. También me lo podía haber callado, ¿no? pero ésa es la verdad aunque los hechos digan lo contrario. Esa tarde debíamos de estar en un estado de ánimo que nos hizo creernos los más graciosos y ocurrentes del barrio. Hoy repasando aquel episodio, voy a ser muy sincero y relataré los hechos tal como sucedieron:

       Por la misma calle en dirección contraria a la nuestra venía una señora conocida, en aquellos días de unos treinta y cinco años de nombre Simona, que para más señas era por entonces la cartera o repartidora de la correspondencia en el pueblo; de quién de los dos fue la ocurrencia carece de importancia, pero el caso es que al llegar a su altura empezamos a canturrear haciendo juego de palabras con su nombre; Sí, mona, mona sí, Simona, mona. Claro que no la debió de gustar y aunque intentamos salir corriendo la bastaron unos pocos metros para alcanzarme a mí, que en ese momento llevaba el saco, que solté con rapidez pero ella lo cogió y nos dijo, que para recuperarlo, fuéramos a su casa, con nuestra madre a pedirla perdón. A mi casa a contarlo y recibir la regañina de mi madre que no fue pequeña, y los tres volvimos a cumplir con el castigo que la ofendida señora nos había impuesto y con el cual mi madre estaba de acuerdo y me parece que también yo. Sin embargo, algo que no nos esperábamos hizo que, lo que en principio hubiera sido fácil, no lo fuera tanto para nuestro ego, porque la plazoleta donde se nos esperaba estaba llena de contertulios que a esa hora, en los días de calor, es normal que estén charlando entre los vecinos a la puerta de las casas. El saco estaba presente y para llevarlo, la ofendida exigió que el perdón fuera suplicado de rodillas, mi madre aceptó y para más INRI, cada vez más espectadores se unían al ya tumulto. Ante la expectativa de que la señora Simona parecía estar decidida, me planteé que cumplir con lo preceptivo terminando cuanto antes sería lo menos penoso, puse la rodilla en tierra y levantando la barbilla hacia la buena señora, con voz titubeante le solté las palabras exigidas: “Perdón, perdón, ¿me perdona usted?.” A mis espaldas escuché que alguien me dijo cariñosamente. “Ya has cumplido, levántate.” Con lo cual yo quedé redimido y cargué con el saco. Mientras tanto, Fortu, más valiente porque no tenía a su madre como yo, exigiéndome que diera una satisfacción a la ofendida señora, se pudo escabullir diciendo que el saco no era de él y que no tenía que pedir perdón a nadie para recuperarlo.



                       


viernes, 15 de septiembre de 2017

Mis Raíces Casconas - 33 - EMIGRANTES


EMIGRANTES


       Podría decirse que marcharon a su primera experiencia lejos de su tierra, en la provincia de Logroño, que por entonces pertenecía a Castilla la Vieja y ahora es la Comunidad Autónoma de La Rioja, los cuatro cuñados juntos, porque se llevaban muy bien y se encontraban en una situación similar.


     Sin tierra propia, jornaleros jóvenes, casados y con tres - cuatro hijos cada uno y ante escasas perspectivas, si se quedaban en el pueblo. Se pagaba poco porque eran muchos los temporeros que llegaban de otras tierras, así que convencieron a sus esposas y salieron: Cándido, Olegario, Julio y Elías y alguno más que no viene al caso, en busca de fortuna, con la hoz, y la alforjilla al hombro. Contaban que  viajaba en el tren  un señor que buscó su charla para que el viaje resultase más ameno. Se trataba de Pepe Blanco, cantante riojano de fama, pero que al parecer, de trato sencillo, jovial y dicharachero, que les impresionó  a la vez que les agradó tenerlo de acompañante hasta Cenicero, su pueblo natal, que fue su fin de trayecto.

       Llegaron a la zona de Nájera y se contrataron a destajo para un labrador de Uruñuela, pueblo colindante y así, aunque trabajaban muchas horas, obtenían mayor beneficio en la temporada. Dormían en un pajar, pero la comida que les era proporcionada por el patrón cumplía con sus mejores exigencias. Además, la temporada en La Rioja venía adelantada de 20 a 30 días respecto a la de nuestra tierra, y para el día 16 de julio ya se podían volver con unos billetes para celebrar la fiesta con la familia; les salió bastante bien, tanto, que incluso repitieron al año siguiente, entre los dos años conocieron: Navarrete, Hormilleja, El Ciego, Fuenmayor y otros pueblos de la zona llegando a ser requeridos por varios propietarios una vez que se conoció su trabajo bien hecho.


        La experiencia les enseñó que el mundo  no se acababa en  lo conocido y que el futuro en otro lugar, bien podía ser mejor que lo que su pueblo les deparaba, si se estaba dispuesto a trabajar. Solo quedaba echarle coraje y pasar de lo que dice el refrán “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer” porque aún eran jóvenes y era el momento de intentarlo. La semilla de la emigración empezó a germinar.

        Es curioso que con los años, los cuatro cuñadísimos emigraron casi a la vez y no a La Rioja sinó que fueron  todos a Vizcaya, porque en ese momento era donde se demandaba la mano de obra. Y con ellos, en esta ocasión se  llevaron a toda familia. Esta vez, no se trataba de segar, pero llegaron con una gran voluntad de trabajar en lo que se les ofreciese, con el fin de poder mantener unidos a los hijos, que seguían así en el seno de la familia.

       Sí. Emigramos toda la familia. Con ello me estoy refiriendo a mis abuelos Enedino y Petra y sus hijos y nietos. Todos nos repartimos entre Portugalete, Basauri y Galdácano; los tres, municipios de Vizcaya, con industria floreciente que demandaba mano de obra y nos acogió al igual que a otros miles de trabajadores del campo, que llegábamos desde todos los puntos de la geografía española. De esta familia, no quedó nadie en el pueblo.

        Encontramos al principio cierto rechazo por parte de algunos oriundos hacia los que de todas las regiones de España llegábamos, porque para ellos suponía un repentino aumento de la población y como consecuencia, aumentaba el consumo y se encarecían los pisos y artículos de primera necesidad. Gentes de costumbres muy  diferentes, que  llamaban a otros, y que se traían a toda la familia, compartiendo un piso entre varios matrimonios en régimen de habitación con derecho a cocina, mientras que los que eran solteros y estaban solos se metían de posaderos en casa de algún familiar o amigo. Fue como una avalancha descontrolada que afectaba en el entorno laboral, porque los recién llegados eran preferidos por los empresarios por su disposición a trabajar donde fuese y al precio que fuere, rompiendo reivindicaciones obreras en las empresas, lo que daba lugar a cierto rechazo. Es la lucha por buscarse un sitio, hacer el nido y dar de comer a sus polluelos todos los días; y después de todo, preparar un futuro para toda la familia. Despectivamente nos llamaban “maquetos y pardillos”.

        Estos eran los años 60. Creo que la emigración nos trae tanto a mí, como a mis hermanas, primos y primas, muchos recuerdos no todos buenos, pero nos hace ilusión leer las noticias sobre ello en la actualidad, recordándolo con nostalgia, que fueron parte de nuestras comunes vivencias. Después la vida en una ciudad diluyó la relación que teníamos, centrando a cada uno en integrarse y salir adelante y llegamos a la etapa de nuestra adolescencia, unos estudiar, otros trabajar, ligues, novias, casarnos, unos antes y otros después, los problemas particulares, poco a poco, propiciaron que hayamos perdido aquella unión.

         En mi caso, primero marcharon mis hermanas, animadas por otras que habían salido antes. Mi padre viendo que nuestra familia se empezaba a dividir  se fue a Bilbao en busca de trabajo y reunificarnos a todos en una vivienda familiar. Logró su propósito montando un bar sencillo que llamamos Bar Basauri y que permitió trabajar juntos  a mi padre y mis hermanas. Así que el día 20 de diciembre del año 1962, a las 8 de la mañana partíamos,  mi madre y los dos niños que quedábamos en casa, Lázaro y yo, Paco. Con nosotros emigraban también la tía Afrodisia con Tere y  Fortu y nos llevábamos a los abuelos Enedino y Petra para pasar el invierno. Naturalmente que como la intención era quedarnos para siempre, la despedida del pueblo resultó bastante dramática para los mayores; lloros porque ya no volverían a ver a nadie del pueblo, lloros por sus convecinos, lloros por los parientes que quedaban allí. Los más jóvenes nos lo tomamos como una excursión que prometía muchas expectativas y que estábamos deseosos de hacer. Hoy, después del tiempo, me lo imagino y me dan ganas de reír, por la pinta de pardillos que teníamos que tener, con la típica  caricatura que tantas veces vimos en las películas de Paco Martínez Soria, en la mano derecha una maleta atada con una cuerda, y en la izquierda, una gallina viva con alas y patas atadas. De Torre a Burgos en autobús, y de ahí a Basauri en tren con trasbordo en Miranda de Ebro. Preguntamos dónde se habría de tomar el otro tren, y a qué hora, y en el andén que nos dijeron, estuvimos esperándole, sin movernos de allí ninguno para nada, hasta marchar. Iban a ser dos horas pero encima llegó con retraso. Tiritábamos todos desde el más grande hasta el más chico porque eran andenes totalmente abiertos, y era Navidad Yo creo que esa fue la primera vez que monté en un tren, pero todos estábamos un poco perdidos.


       En estas fechas salieron sobre todo chicos y chicas solteros hacia Alemania y Suiza pero en aquella época había muchos países demandantes de mano de obra no cualificada y cualificada, como Francia, Australia, Argentina, Canadá. Salían de forma legal, con permiso de residencia, y contrato de trabajo. Todos  con la idea de volver algún día, pero no todos lo hicieron, alguno demasiado pronto por terminársele el contrato, o por denegación de la renovación del permiso de residencia y también los que no pudieron realizar su sueño.

viernes, 18 de agosto de 2017

Mis Raíces Casconas - 32 - GASTRONOMÍA



GASTRONOMIA

       

No estaban los tiempos para recetas de cocina, pero hay que entender que las aficiones gastronómicas no son únicamente de aquella época sino de siempre y siguen manteniéndose, claro que  tenían dificultad para conseguir los ingredientes, comodidad en útiles para la elaboración, o el fuego necesario ya que aquello no tenía nada que ver con las cazuelas, y cocinas de hoy. También las posibilidades del mercado y la gran  diferencia del poder adquisitivo  de entonces a ahora. Era la mujer la que asumía la tarea de la cocina y también le debemos a ella que las recetas de las abuelas hayan pasado de generación en generación. 

        Algunos platos típicos: Alubias con morcilla, cocido de garbanzos con relleno, o con bola como decimos en el pueblo, patatas a la riojana, titos resquemados, lentejas  con gallina, sopa castellana, morcilla frita, caracoles a la burgalesa, cangrejos de río, asadurilla, codillo de cerdo, guiso de cordero, liebre estofada, chuletillas de cordero a la brasa, y lechazo al horno.  Sólo se veía a un hombre en la faena de la cocina, cuando  se elaboraba en la parrilla, al sarmiento, y eso solía ser a la puerta de las bodegas, bien chuletillas, costilla o careta de cerdo, sardinas o chicharro, y embutidos.

       Postres: Queso producido por los pastores. (fresco, semicurado o curado). Frutas del tiempo generalmente de La Ribera (ciruelas, peras y manzanas). Frutos secos del pueblo (nueces, pasas de uvas y almendrucos como dicen en Torre). En repostería, puedo nombrar (rosquillas, bolillas típicas de Carnaval y Semana Santa, magdalenas, orejuelas en cualquier tiempo y la torta de chicharrones por la matanza). Además de otros dulces como la miel de nuestros colmenares, el cabello de ángel elaborado con una calabaza especial, almendras garrapiñadas y guirlache de caramelo con piñones. Y también recuerdo una conserva dulce hecho con aguamiel y trozos de calabaza conocida como “cachos de calabaza”.

        Licores: Vino de Ribera, y la limonada de Semana Santa. Y por último, el aguardiente que se tomaba por la mañanita, con un bizcocho de Lerma.



Recetas de Torresandino

Limonada:

INGREDIENTES.-
12 litros de Vino clarete de La Ribera.
Azúcar, 1kilo
Limones, 2kilos, el uno exprimido y el otro en trozos.
Naranjas, 2kilos, el uno exprimido y el otro en trozos.
Canela 2-3palitos en trozos (según el gusto).



ELABORACION  
   Se mete todo en un garrafón, de cántara y se llena con el vino clarete de La Ribera que quepa, dejándolo macerar, 8 días mínimo, dándole unas vueltas (no es necesario agitar) todos los días dos veces y se tiene en un sitio fresco y al sacarlo se filtra para retirar los posos.
Hasta aquí lo elemental pero mucha gente añade mas.
Otras frutas opcionales, pueden ser 2 manzanas, 2 plátanos, y ½ kilo de higos pasos, troceados, y otro ½ de uvas pasas. Si se desea corregir el sabor se puede añadir naranja o azúcar para darle más sabor dulzón. Si se desea más fuerte añadir algún licor como ron o ginebra.



Morcillas de matanza:

Cantidades a comprar, pero echar más o menos cantidades según el gusto, cada maestrillo tiene su librillo, y todas salen diferente. Requiere ir probando según se van haciendo.

INGREDIENTES:
5 kg de arroz
Agua doble volumen que de arroz
5 litros de sangre
5kg de manteca del cerdo
14kg de cebolla
225g de pimenta negra molida
200 de pimentón dulce
100 a 150g de pimentón picante
100 g de canela en polvo
200 g de cominos
Sal al gusto



ELABORACIÓN
Se cuece el arroz metiéndolo con el agua bien hirviendo, se deja que recupere el borboteo y se tapa y retira para que continúe con la cocción con el calor que le queda y se deja que se vaya haciendo mientras se enfría lentamente Se cortan las cebollas en rodajas, y se cuecen durante 10 minutos picándola después en trozos pequeños y se juntan en un barreño con el arroz y se dejan una noche para que el arroz absorba parte del jugo de la cebolla, y crezca. Al día siguiente, se mezcla con la manteca de cerdo bien picada, sangre, pimentón dulce y picante, pimienta molida, cominos, canela y sal, amasando para obtener un amasijo homogéneo. Se mete en tripas, se cosen por los dos extremos y se ponen a cocer en una caldera, por tandas, en la que tendremos hirviendo el agua con un poco de sal. Cocer a fuego moderado durante 1 hora y pincharlas durante la cocción para que no se revienten. Las morcillas en tripa de cerdo, más gruesas, se cuecen durante 1y1/2. La mocilla buena ha de ser “sosa, sabrosa, y picantosa”. El caldo que queda donde se han cocido las  morcillas será el caldo de mondongo que se utiliza para las sopas de mondongo.


Receta de rosquillas caseras:

INGREDIENTES  
2 Huevos
7 Cucharadas de aceite de girasol
7 cucharadas de azúcar
1 Limón (el zumo)
1 Rayadura de la piel del limón
1 papeletas de levadura Royal 
½ cucharada de bicarbonato
½ tacita de anises molidos 
½ tacita de anis líquido
Harina la que pida (comprar 500 gramos) 
Azúcar glass y canela lo que pida. Para espolvorear.
Aceite de girasol para freírlas, abundante (comprar  1 litro)



ELABORACIÓN
Batimos los 2huevos en un bol y vamos añadiendo las 7 Cucharadas de aceite de girasol, 7 cucharadas de azúcar, 1 Limón (el zumo y la rayadura), la ½ cucharada de bicarbonato, ½ tacita de anises molidos y½ tacita de anis  Poco a poco se va añadiendo el harina y la papeleta de levadura Royal a la vez que se amasa, humedeciendo las manos con un poquito de aceite para que no se nos pegue y se trabaja la masa hasta que ya no se pega a los dedos. Se deja reposar la masa unos 20 minutos mínimo. Para darle la forma se toma una porción de masa del tamaño de una nuez grandecita o una albóndiga pequeña y sobre el mármol la estiramos como un churro, tomamos los dos extremos los unimos y lista para freir en una sartén amplia con abundante aceite de girasol no excesivamente caliente. Previamente se tiene dispuesto una bandeja con el azúcar glass y la canela para espolvorearlas en caliente.



En este capítulo creo que viene muy bien introducir un menú transcribiéndole tal como me  lo contaron, bajo en colesterol como veréis que yo he denominado....

        “Recetas de penuria total”

        Las sopas de pan, a veces se hacían cociendo rebanadas de pan duro con agua y sal y un poquito de pimentón para darle color.

         Patatas del pobre, hervidas en agua con sal y una hoja o dos de laurel, con un toque que se le daba con colorante de la marca El Avión.

        Una tortilla sin huevos y sin patatas, con la parte blanca que tiene la cáscara de naranja se trocea y pone a remojo, después se cuece como si fuese patata, en una mezcla que sustituye a los huevos, de cuatro cucharadas de harina batido con diez de agua y una de bicarbonato. Sebo, sal, pimienta y colorante para darle el color de la yema.

      Postre de bellotas cocidas con agua y anises.


      El café. En ausencia de café achicoria Chimbo.                                       


                              

martes, 15 de noviembre de 2016

Mis Raices Casconas - 23 - LA SUPERVIVENCIA





 LA SUPERVIVENCIA

        Pero, ¿Fue duro, o extremadamente duro?, Naturalmente que cada uno cuenta la feria según le va pero mi impresión es que todos aguantaron el chaparrón, aunque algunos tenían paraguas, mientras que el resto tuvo que adaptarse a la situación y sobrellevarlo quitándole el amargor con un poquito de humor y…Al mal tiempo buena cara.  

Se han empeñado los ricos,

Que han de joder a los pobres.

En saliendo el tito y el haba,

Que nos toquen los cojones. 

Que vivían mal en aquella época, de los años de  guerra y posguerra, lo hemos escuchado muchas veces, pero aún nos parece exagerado que fuese tanto como cuentan. Todo rigurosamente cierto, aunque la vida en el campo no es comparable a la de la ciudad que era mucho menos llevadera: Como ejemplo, los productos que se cultivaban en el terreno se conseguían mediante el trueque por otros de corral, o canjeando trabajo que se cobraba en especie. La fauna autóctona que hoy es casi un recuerdo de lo que fue; El campo, ríos o arroyos también contribuían, algunas veces que con licencia y otras como furtivos, se traía a casa lo que la ocasión les hubiera propiciado, algo que de vez en cuando ocurría con cangrejos, perdices, codornices, pajarillos, conejos de monte, liebres, ranas, peces, caracoles o cualquier otra cosa, como tenían  por costumbre decir, “todo lo que corre, nada o vuela, a la cazuela”. No voy a ocultar que aunque algunos no eran capaces de comerlo, otros si se daba la ocasión, comían gato, o rata de agua comestible y que aseguraban eran carnes que no tenían nada que envidiar al conejo. Nuestras madres y abuelas hacían milagros para poner todos los días en la mesa un humeante plato de comida echando mano del ingenio y lo poco que encontraba en una despensa desangelada. Y la flora también participaba aunque en pequeñas proporciones de cuando en cuando con plantas silvestres, como los collalvos o los berros, que se convertían en excelentes ensaladas; además de exquisitas setas, hongos, moras, acigüembres, cada cosa en su temporada. En otro orden inferior cabe reseñar que la gente conocía ciertas plantas, hojas, bayas o raíces. Con unas, preparaban un licor según la tradicional receta. Con otras remedios caseros con propiedades medicinales para leves  trastornos en la salud ya fuera como agradables tisanas, vahos cremas o cataplasmas; y en otros como condimento para mejorar un guiso .

Pero fueron muchos los años de penalidades, desgracias y contratiempos y la necesidad sin dejar de estar presente por diferentes circunstancias: 

     En primer lugar se tenían muchos hijos y los años que duró la contienda la economía se resintió alcanzando todo el país.

      En segundo lugar, eran muchos los hogares que tenían al cabeza de familia en el frente y todos en casa dependían de èl. Se ansía que llegue la paz pero cuando se alcanza, no viene acompañada de la esperada recuperación, consecuencia de los traumas en aquellos hogares que cayeron en desgracia y se vieron en la miseria o tuvieron que sobreponerse a la pérdida por muerte, invalidez, convalecencia o prisión del padre o hermano.

 En tercer lugar, están las adversidades que se desencadenaron a nivel internacional como una desgraciada concatenación que nos llevó a que la postguerra fuera un tiempo demasiado largo de hambre, penurias y necesidades En Europa comenzaba la segunda guerra mundial y no estaban sus naciones como para socorrer sino más bien para recibir auxilio. Otra circunstancia  por la que la situación se prolongara  tantos años fue que España se vio aislada del resto del mundo motivado por el boicot que le hacían al dictador.

Estas circunstancias colocaron al estado en la tesitura de tener que racionar los alimentos y productos de primera necesidad, desde  el final de la guerra (1939) hasta el año 1952. Había escasez de todo, y de algunos productos sólo se podía comprar una cantidad limitada con la cartilla de racionamiento. Mediante cupones se restringía a cada ciudadano la cantidad semanal previamente designado su porcentaje, cantidad y precio desde la Compañía General de Abastecimientos, (Abastos) además de asignarse el proveedor o tienda donde dichos cupones podían canjearse Era la forma de controlar desde el  gobierno el reparto de .suministros escasos. Ibas con un vale y te daban previo pago una ración de pan, arroz, patatas, azúcar, tabaco, aceite, lentejas, etc... Alimentos que no te llegaba para un día lo que se suponía tenía que durar una semana. Imposible conseguir de forma legal alimentos que no estuvieran controlados por el   racionamiento salvo que se acudiera al estraperlo, como se llamaba al mercado negro, con precios elevadísimos por ser   difíciles de conseguir y además del riesgo de terminar en la cárcel acusado de contrabando, si te pillaban los de abastos.

Había dos tipos de cartillas: según la  clase social o si se era militar, guardia o cura que tenían derechos diferentes en cuanto al peso por cupón a la semana y a los excombatientes del ejército franquista, que recibían doble ración de pan. También se diferenciaban en el cupo a los niños que se les daba además leche.

         De lo que si comían en Torre todo lo que tenían ganas, era pan, porque molían un saco de trigo, con la complicidad  del molinero, y después a escondidas y en las horas nocturnas se cocía en la tahona. Mi abuela Petra, tenía correspondencia con familiares en Bilbao, y en respuesta a las quejas habituales del tema de la escasez de alimentos, cuando les escribía una carta les mandaba unas migas dentro del sobre, y los animaba a que volviesen al pueblo, que por lo menos gracias al pan casero no se pasaba hambre.

        El que tuviera reservas ya lo podía guardar bien porque, si no, se los quitaban. Los comerciantes también tenían que esconder sus telas, porque la escasez de ropa era similar, por la falta de tejidos y los vestidos se hacían de sábanas manteles o cortinas; otros hilaban y tejían la lana de las ovejas. Las mujeres se dedicaban a trabajar la lana: lavar, cardar, hilar, tejer y teñir para las necesidades de la familia o . para ganar cuatro perras.

       Todos de casa quien más quien menos, trabajaban ayudando al cabeza de familia. Con las leyes en la mano, si hoy se encargara a niños que hicieran tareas que entonces eran normales, todos los labradores de este pueblo estarían en la cárcel. Desde antes de los doce años, se les exigía que colaborasen con su esfuerzo por la economía familiar por lo menos para no ser una carga para los padres y los meses de verano se les empleaba en las múltiples tareas propias del campo, o contratado por algún labrador más pudiente, como “agostero” que era este oficio algo así como recadero y ayudante de peón de labranza. Normalmente se hacía sin sueldo, entendiendo que trabajaba únicamente a cambio de su manutención y ganándose el crédito para el próximo año si el comportamiento había sido el esperado.

       Se casaban pronto, y sólo salían del hogar paterno para la boda e ir a ocupar una casa en alquiler, a veces con el único mobiliario de una cama y una mesa, los asientos cuatro adobes y de menaje de cocina, dos cazuelas y una sartén.

        Enedino trabajaba en el campo, sembraba trigo y cebada  con lo que el problema del pan lo tenía solucionado y algunas legumbres para que no faltara el potaje diario de cocido de garbanzos, titos o lentejas con algo de carne de la matanza del cerdo los días de fiesta; por la noche sopas de pan para cenar, o el socorrido huevo frito. En casa siempre se criaban animales como cerdos, gallinas, conejos y una cabra para leche y así se ahorraban el dinero para otras escaseces más apremiantes. También se intercambiaban huevos, pollos o  conejos. Así que entre el corral y lo que producía el terreno, cubrían la base de su alimentación, la fruta en su tiempo y el majuelo para tener vino todo el año. El cochino, como allí se dice, se mataba en otoño invierno y había de durar todo el año; conejos y pollos solo en las fiestas señaladas, todo ello constituían la base principal en el sustento diario, porque era lo que aquí se obtenía con màs facilidad, aunque no siempre se conseguía una compra o intercambio y de conseguirlo, se restringía dosificándolo para que durase un poco más que el mañana quizás nos deparase peor suerte. Por entonces no había establecida ninguna pescadería y el pescado se podía comprar únicamente cuando llegaba al pueblo en venta ambulante, El Charrines. Lo más habitual era el chicharro, las sardinas y las anchoas, y para ser sinceros el precio era bastante más asequible que lo que es hoy, sobretodo éstas últimas que han pasado de ser un pescado despreciado a precios de verdadero lujo, por la disminución que presenta esta especie a causa de capturas abusivas durante generaciones. No existía el frigorífico por lo cual las conservas en salazón de bacalao y arenque y las conservas de escabeche, tenían su pequeño espacio en la tienda de “Ultramarinos”, como un pequeño supermercado que vendían un poco de todo Generalmente escaseaban muchos productos y el dependiente te servía los artículos. Muchos eran a granel y la mayoría se compraban en cantidades pequeñas incluso los líquidos como el aceite que me acuerdo que tenían unas máquinas expendedoras que te servían exactamente la cantidad solicitada en el recipiente que llevabas de casa, generalmente una botella de vidrio. Para los sólidos lo más habitual era que te lo envolvieran en papel de estraza. Todo ello al capazo (serón en Torre) porque aún no conocíamos las bolsas de plástico. En invierno debido a la falta de trabajo mucha gente no ganaba un duro y entonces era bastante usual que en la  tienda te fiaran y se pagara la trampa (deuda) en los meses después de la recolección. 

      El  invierno en Castilla es muy duro, y a muchas de aquellas casas les faltaban las mínimas condiciones de habitabilidad; el frío entraba por todos los lados porque en una ventana faltaba un cristal, una puerta que no cerraba del todo, el fuego que no quiere encender, la chimenea no tira, en el techo múltiples goteras y además, insectos campando a sus anchas, algún que otro ratoncillo ...Vamos, que como en la edad media. Había excepciones claro. 

     Mi padre, desde su infancia, comprobó por si mismo que la agricultura era en su época como la esclavitud, pero como era el hijo mayor, su padre esperaba impaciente que llegara el momento de poder compartir el duro trabajo, y quizás de poder cultivar más parcelas que les permitiera sacar algo más de rendimiento. Pero a pesar de conocerlo de antemano, también él se sometió a la tierra, con las esperanzas puestas en la ansiada lluvia que cuando debería caer nunca lo hacía y llegaba siempre a destiempo o en forma desmedida. Su delicada salud, le hizo pensar en un cambio de ocupación, y así fue como mi destino de hijo varón también cambió después de generaciones.