viernes, 29 de julio de 2016

CARMEN

PRIMER PREMIO EN EL III CONCURSO LITERARIO ARSENIO ESCOLAR EN LA MODALIDAD DE RELATOS DE TORRESANDINO

Título: CARMEN

Autor: Francisco García García

‑Papá, ¿recuerdas cómo decidisteis mi nombre? Es poco común en EE. UU., pero me gusta. Mamá dice que es largo de contar y no tiene tiempo. ¿Tú tampoco?

‑Es muy español, tanto que en España algún año fue Top1 de los diez más usados. Lo elegimos para ti, motivados por unos hechos importantes de nuestras vidas que voy a relatarte.

Corría agosto del año 1966 y en verano siempre hace mucho calor en San Diego, pero en aquella ocasión, la realidad estaba superando el pronóstico y asomado a la ventana intentaba captar algún soplo de aire. Mientras curioseaba el tránsito de peatones en ambas direcciones, observé que un extraño portando una vieja maleta se dirigía al portal. Me llamó la atención su indumentaria, pero en concreto, me pareció muy peculiar la prenda con que se cubría la cabeza; una especie de gorra de paño, negra, redonda pero sin copa ni visera, algo raro para lo que solían usar los californianos. De encontrarle alguna similitud, pensé que se asemejaba a la boina del Che Guevara, ese argentino nacionalizado cubano que por aquel entonces estaba armando la revolución en Bolivia, pero ahí terminaba el parecido; éste tenía bien rasurada la barba, el pelo corto y nada en la vestimenta que le confiriese un aspecto marcial. A primera vista calculé que tendría quince o veinte años más que yo, es decir en torno a los cincuenta. El individuo se paró, levantó la mirada y después de un examen general a la fachada, esbozó una sonrisa de aprobación y entró en el edificio. Picado por la curiosidad, escuché cómo el desconocido salía del ascensor en el segundo y fisgando por la mirilla de la puerta lo comprobé. Al instante caí en la cuenta que el apartamento de al lado estaba en alquiler. En efecto, desde mi observatorio vi cómo el hombre sacó del bolsillo unas llaves y tras comprobar la letra A sobre la puerta que tenía frente a él, tanteó en la cerradura. Decidido me propuse tener un principio afable con la persona que al parecer iba a ser mi vecino, así que abrí la puerta, para ofrecer al recién llegado ayuda desinteresada en lo que hubiera menester.

‑Excuse me. Can I help you? –pregunté tratando de ser amable.

‑Disculpe –Se lamentó el desconocido‑. Soy español y no sé nada de inglés.

‑¿Qué me dice? ¿Habla español? No hay problema yo también lo hablo. De hecho soy mitad mexicano, fíjese que a mí todos me conocen por Robert, pero mi nombre completo es Roberto Foster Martínez y aunque nací aquí en San Diego, con mi madre que era de Tijuana (Méjico), siempre me expresaba en la lengua materna.

‑Yo me llamo Pedro García, y soy un español que en el treinta y nueve, al acabar la guerra civil de mi país tuve que exiliarme. Mi padre había muerto durante la contienda acusado de ser rojo y yo por miedo a Franco desaparecí. He vivido en Argentina, pero a raíz del golpe de estado que dio un general el pasado junio, me veo una vez más en la necesidad de solicitar acogida. Éste va a ser mi nuevo domicilio y al parecer nos veremos con frecuencia. Ahora disculpa, quiero darme una ducha y organizar la ropa en el armario de mi nueva casa. Me alegra vivir junto a alguien con quien poder tener un poco de conversación.

‑En EE. UU. encontrará mucha gente con quien hablar, especialmente en las ciudades del sur de los estados fronterizos, pues tienen una gran colonia de sudamericanos y mejicanos, además de otros muchos que estudiaron el español como segunda lengua. No se preocupe que con mucho gusto charlaremos en su idioma, Pedro. Ha sido un placer conocerle amigo y si en algo puedo ayudarle no dude en hacérmelo saber –Ofrecí con sinceridad.

‑Oye Robert ‑titubeó Pedro buscando las palabras más apropiadas‑. Puesto que dices que vamos a ser amigos, no me trates de usted y yo contigo haré lo propio. ¿Vives solo?

‑No, con Stella, mi esposa. En estos momentos está preparando el almuerzo. Por cierto si no has comido aún, te invito a compartir mesa con nosotros. Según dicen, donde comen dos comen tres. Aunque es verdad que les toca a menos –Mi invitación surgió espontánea.

‑Pues escucha mi propuesta; aceptaré tu generoso ofrecimiento encantado, porque acabo de llegar de viaje como has visto, vengo hambriento y estoy detectando un delicioso olorcillo que viene de tu cocina. A cambio, esta noche os invito yo a que degustéis conmigo unas viandas, que me han hecho llegar desde España; principalmente embutidos ibéricos ¿Hace?

‑¡Stella! Seremos uno más en la mesa. Demostraremos nuestra hospitalidad al nuevo vecino y de paso podremos ir tomándonos confianza –Acepté satisfecho.

‑De acuerdo pondré tres cubiertos –respondió ella desde el interior.

‑Ya lo has oído –Advertí a Pedro‑. Empezaremos en una hora. ¿Vale?

‑Perfecto. Hasta luego entonces –Aceptó con satisfacción.

Hace unos años ya, desde aquel día que nos conocimos. Pedro, era natural de Torresandino, un municipio Burgalés, pero al terminar la guerra civil española tuvo que emigrar a América y el destino nos hizo vecinos. Pronto se ganó nuestra simpatía, pero no podía olvidar a los amigos, los pagos y las costumbres de su villa natal. Nos hicimos buenos camaradas, él me llamaba Gringo y yo a él Cascón que decía era el gentilicio de su pueblo. Compartíamos la afición a la caza y aprendió las artes para capturar peces en el mar. Juntos pasábamos muchas horas y me entusiasmaba escucharle, cuando hablaba de su añorada patria chica, hasta el punto, que yo me imaginaba la campiña escuchando su descripción detallada del páramo, los valles y los cotarros. Sentía una gran nostalgia por aquella tierra.

‑Tú conoces los beneficios del gimnasio ¿Verdad? Pues te aseguro Robert, que eso no es nada comparable con un paseo matutino al principio de verano. Resulta el mejor remedio para recuperarse del estrés acumulado, oxigenar los pulmones, vigorizar los músculos, eliminar el colesterol y otros males que nos ha traído el progreso.

‑No lo pongo en duda, castigar el cuerpo un par de días a la semana, hacer cinta, bicicleta estática o pesas, compensa los excesos en la mesa, pero no exageres.

‑Si haces que sea tan cotidiano como acudir todas las mañanas a la fábrica, lo descubrirás por ti mismo. Recuerdo la brisa fresca rozándome la piel saludando mi llegada al llano cuando superaba la cuesta La Canaleja. Observaba las fincas de cereales ya tornando del verde al amarillo, meciéndose al viento, tal como lo harían las olas en un lago de montaña o mi bandera republicana que defendí en el conflicto. –Fantaseaba mi amigo.

‑Eso ha sido una interferencia que no viene al caso, sigo esperando oír las bondades de tu cura. Supongo que habrá algo más que un simple roce del viento ¿No? –Insté a Pedro.

‑Ya suponía que resultaría difícil hacérselo entender a un Gringo. Es como predicar en el desierto. ¿Te lo explico como para niños? Imagínatelo como la suma de los beneficios que la actividad reportará en el organismo. Un ejercicio moderado para los músculos, es siempre aconsejable. Tomar el sol a esas horas de bajo índice de rayos ultravioleta, sano para la piel. Recrear la vista en los matices suaves verdes y amarillos bajo el azul del cielo castellano, relaja hasta el alma. Todo en calma y en silencio, pero arrullado por el leve murmullo de la brisa, al que se añadirán los graznidos de las grajillas sobrevolando los campos y el intermitente canto característico de la perdiz, un regalo inmaterial. El olor de las plantas, algunas medicinales, te seguirá por los senderos, tal vez te relajen o te alivien el dolor de cabeza y otras simplemente aromáticas, que te tentarán a que acerques la nariz. ¡Cuidado con las abejas! Luego, sentado sobre una piedra en algún promontorio sobre el valle del Esgueva, te comes el bocadillo que llevas en la mochila, preparado como siempre, pero ¡Qué rico!

‑Me has convencido, cuéntame qué hay de... Ya sabes: Ocio, bares, música, baile…

‑No te aburrirías en unas vacaciones. Para relacionarte cuentas con cuatro tabernas sin lujos, que te servirán una comida casera si lo solicitas. Las cuadrillas de jóvenes donde te puedes integrar si eres un poco sociable montan la diversión en las bodegas, tras merendar con vino clarete de la zona.

‑¿Nada de música y bailoteo? –Indagué de acuerdo con mis gustos

‑En las fiestas patronales del dieciséis de julio en honor y devoción a la Virgen del Carmen, sí. Sólo duran tres días, pero es normal sumarse a las de los pueblos próximos a veces distantes más de 20km. En verano todos los fines de semana pueden hacerse planes.

‑De todo ello, ¿qué es lo que más te emociona? ‑Dije buscando la reacción de Pedro.

‑Sin ninguna duda, cuando pienso en mi viejita. Mi madre, con casi ochenta años que aún vive. Desde el día que tuve que huir para salvar el pellejo sólo la he podido abrazar en dos ocasiones y para ello ambos tuvimos que volar a París, para vernos apenas unas horas.

‑Sería doloroso volver a separarse, me imagino. ¿Erais más hermanos?

‑Tenía una hermana que falleció de niña por la meningitis, se llamaba Carmen, como Nuestra Señora la Virgen patrona del pueblo que siempre llevo conmigo.

‑¿Que siempre llevas? ¿Qué quieres decir con eso, Cascón? –Realmente no lo entendía.
Pedro ocultó el rostro entre las manos, después trató de serenarse un poco y metiéndose la mano por el cuello de la camisa, extrajo un ajado escapulario de la cofradía de la Virgen del Carmen de Torresandino.

‑Me lo entregó mi madre –explicó‑, al quedarse sola la primera vez y siempre lo llevo en el cuello, nunca me separo de él.

‑¿Llegará el día en que puedas volver libremente? Dije refiriéndome a su país

‑Hay indicios de que Franco tiene todo arreglado para que Don Juan Carlos de Borbón sea su sucesor y mis esperanzas están puestas en que así sea.

‑Eso supondría una nueva dictadura o ¿crees que la vieja guardia le permitiría dar un giro hacia la democracia? –indagué sobre la política de actualidad que desconocía.

‑Lo que los observadores están asegurando sobre él indica que es un joven inteligente preparado para reinar al estilo de otras dinastías europeas en connivencia con la democracia. Tengo esperanzas de que así sea.

‑¿Regresarías para quedarte o únicamente para pasar unos días?

‑Si allí me dieran trabajo, me quedaría para siempre.

En noviembre del año 1975 fallecía el dictador y se coronaba al nuevo rey Juan Carlos. Empezaba una nueva etapa que permitía nuevas esperanzas para muchos españoles. Pedro así lo vislumbraba siguiendo con interés las noticias y comentarios de la prensa pero tuvo un fatal accidente, y desgraciadamente ya nunca podría volver, para las fiestas como él decía. Estábamos pescando con caña en el mar desde unas rocas y un resbalón le hizo perder el equilibrio y caer varios metros al acantilado. Antes de su muerte, tuvo momentos de lucidez y toda su pena era no poder postrarse ante la venerada imagen de La Virgen una vez más y abrazar a su anciana madre. Embargado por la emoción que me causaban sus entrecortadas palabras, lloré con él.

‑Yo iré a España para cumplir lo que deseas ‑Le prometí.

‑Dile a Nuestra Señora, que siempre la llevé aquí ‑dijo señalando su pecho.

Decidido. Tomaría los ahorrillos y viajaría con Stella a la vieja Castilla. Lo prometido es deuda, así que para julio del año 1976 organicé con Stella las vacaciones en España.

Tras aterrizar en Madrid, iniciamos una gira en auto caravana de alquiler, por varias ciudades, sin más compromiso que la fecha del vuelo de regreso y llegar a Torresandino para la fiesta. El día quince nos detuvimos a la entrada del pueblo y rellenamos los depósitos de agua potable en la Fuente Vieja, después localizamos un lugar tranquilo para la noche en la Avenida de las Escuelas y a descubrir la villa. La gente, amables y simpáticos nos daban conversación sin conocernos. Y en los bares nos saludaban como a clientes habituales ¡Aúpa!   

El primer acto oficial era el pregón a las 24 horas y unas doscientas personas asistieron al evento que invitaba a pasarlo bien, seguido del chupinazo y cohetes a la par que el voltear de campanas marcaban el inicio de las fiestas. La dulzaina y el tamboril, junto a un público animoso iniciaron un pasacalle que extendió el ambiente festivo. Nos unimos al grupo, coreando lo que podíamos dispuestos a aguantar hasta quedar afónicos. Reconozco que Stella y yo dejamos hace tiempo los años de loca juventud pero nos encanta participar. Después, nos detuvimos en una caseta de feria en la que saciar el apetito a base de tacos de jamón y queso y en la zona de bares nos tomamos una copa en una mesa al aire libre. Por los comentarios los tres días de fiestas contaban con un grupo de rock bastante bueno, pero la víspera sólo había música disco, así que optamos por retirarnos a descansar.

Ya me lo había dicho Pedro. La procesión se sigue con gran fervor a Nuestra Señora y muchos hombres y mujeres bailan la jota por delante de la fastuosa carroza, durante todo el recorrido avanzando hacia atrás para no darle la espalda. En las paradas intermedias exhibe su repertorio de danzas el grupo folklórico cascón.

Acabado el recorrido daba comienzo la misa. El templo era acogedor y estaba adornado con muchas flores sobre todo ante la bella imagen de la patrona de la villa. Al terminar esperé que la gente fuera saliendo porque este sería un buen momento para cumplir con una parte de la palabra dada a mi amigo. Me coloqué de rodillas frente a la imagen y desde mi interior le hablé de Pedro y de sus palabras. “Dile a Nuestra Señora, que siempre la llevé aquí.”.

Al salir de la iglesia, nos informaron que en el salón municipal ofrecía un lunch el ayuntamiento, para todos vecinos o forasteros que quisieran degustar algunas viandas con un vino de la tierra. Terminamos casi a las 15 horas y sin apetito para almorzar a continuación, así que sólo tomamos unas tapas en uno de los bares y quedamos satisfechos.

Posteriormente vimos un partido de pelota de exhibición y sacamos tiempo, para tomar unos vinos de Ribera del Duero por los bares, de paso nos relacionábamos con nuevas personas, que en ocasiones eran magníficos conversadores, eludiendo al típico futbolero, incapaz de tener otro tema que no sea fútbol.

Cuando solicitamos mesa para cenar nos dijeron que estaba todo reservado pero siendo únicamente dos personas tal vez nos podrían hacer un hueco. Aceptamos, pero fue un fracaso total, tanto el servicio como la comida en sí.

Hacía frío y nos acercamos al auto caravana para ponernos otras prendas de más abrigo y dimos un paseo bajo las estrellas, para hacer tiempo hasta la hora de la verbena y comenzar el bailoteo. A lo cual Stella y yo siempre estábamos dispuestos. La música a cargo de un grupo de música pop bastante bueno, que tocaba los últimos temas de la canción para la juventud, intercalados con los mejores tangos, boleros y pasodobles que animaba a los no tan jóvenes. Otra pareja más joven, Julián y Rita, nos preguntaron si habíamos tomado clases de baile y entablamos conversación. Después nos invitaron a recorrer las peñas, donde nos ofrecieron limonada y había buen ambiente festivo. Para las seis, a Stella y Rita se les habían agotado las pilas y Julián y yo teníamos hecho el cupo así que nos retiramos a dormir.

Rita y Julián, se habían convertido en nuestros inseparables cicerones para todo y principalmente no tuvimos ya que preocuparnos por las comidas. Invitados por ellos, sus amigos, su familia o compartiendo una gran paella de excelente elaboración, en la tradicional comida de hermandad.

Al atardecer un grupo de música popular animaba al público que abarrotaba el improvisado auditórium. Nos divertimos coreando aquellas canciones populares. La letra hablaba de esta tierra y sus gentes e imaginé a Pedro en este ambiente, emocionado por lo mucho que amaba a su pueblo y pensé. –Aún tengo que visitar a su madre.

La verbena del sábado resultó tan intensa o más que la anterior con la variación que ya estábamos cansados del día anterior y nos retiramos a las cuatro de la mañana.

El domingo quisieron que nos quedara un buen sabor de boca y nos llevaron a un merendero del castillo donde cenamos las mejores chuletillas de cordero asadas con sarmientos. A los postres, una magnífica puesta de sol tiñó de rojo el horizonte, resultando el mejor remate no planificado. Después la oscuridad se fue abriendo paso.

‑Venga, a ver si se nos levanta el ánimo que estamos decaídos –Animó Rita.

‑No sé –respondió Stella‑, lo hemos pasado muy bien juntos y sin embargo, mañana ya nos vamos y apenas nos conocemos. Me gustaría mucho entablar una conversación amena.

‑Vale. ‑Empezó Rita‑ ¿Qué os han parecido nuestras fiestas?

‑Nunca habíamos disfrutado tanto ‑contestó con sinceridad Stella.

‑¿Qué opinión os lleváis de los cascones? ‑preguntaba de nuevo Rita.

‑Teníamos un amigo que era de aquí, nos hablaba mucho de Torresandino y al parecer os conocía bien, sois buena gente como él decía ‑contesté convencido.

‑Entonces vinisteis animados por él ¿Cómo se llama? ‑dijo Julián.

‑Se llamaba Pedro García, murió en un accidente –respondí afligido.

‑Pobre hombre –comentó Julián, conocemos su historia. Su madre se llama Inés, tendrá casi ochenta y cinco años, y esperaba su pronto regreso, cuando le comunicaron el dramático suceso. Pero está en silla de ruedas y no encontró los medios de viajar a los EE. UU., para repatriar el cadáver.

‑Mañana visitaremos a Inés, espero que le haga ilusión saber que su hijo nunca se olvidó de su viejita y vivió feliz con la esperanza de regresar ‑Añadí.

Julián no pudo, pero Rita nos acompañó para presentarnos a la anciana señora.

Le conté mi relación con Pedro y sobre todo detallé el episodio final cuando le prometí que vendría. Mi abrazo fue sincero y cargado de emoción pero Inés aguantó serenamente. Ello me dio pie para decirle:

‑Es usted fuerte señora, temía hacerla llorar.

‑Ya no me quedan lágrimas por derramar, mis ojos están secos. No tengo a nadie para perder, primero fue mi hija, más tarde a mi marido y por último el hijo que me quedaba. ¿Para qué sigo yo en este mundo?

‑Aún tengo que entregarle esto –dije sacando del bolsillo un sobre con aquel escapulario‑. Era de Pedro, está un poco ajado porque es el mismo que usted le dio el día que tuvo que huir de casa y que con gran fervor llevó siempre en el pecho.

La entereza desapareció de aquella madre, ante la evidencia de algo material que su ser más querido mantuvo consigo casi toda la vida, por su amor a ella. Las lágrimas resbalaban por su cara cuando acertó a decir:

‑De poco le sirvió, ¿no le parece, Robert?

‑Le aseguro, que Pedro fue feliz. ‑Intenté persuadirla. Con su carácter nos conquistó, yo encontré en él a un hermano, le acogimos en la familia y nos contagió su felicidad; nunca dejó de llevar a Nuestra Señora en el pecho y a su madre en el corazón. Tenía fe.

Nos despedimos con gran pesar. Sabíamos que nunca volveríamos a vernos. El cuatro de abril del año siguiente, me fue remitido un correo “post mortem” de Inés. En el interior venía el escapulario, que aún conservamos, con una escueta nota:

‑Robert, usted tenía razón, era mi fe la que flaqueaba. Acepte este legado.

‑Este es el final de la historia. ¿Alcanzas ya a comprender por qué te llamas así?

‑¿Tal vez por la hermana de Pedro que murió? No. Intuyo que no, dímelo tú papá.

‑Llevábamos muchos años intentando ser papás y por fin mamá quedó embarazada. Creemos que ocurrió el día que el colgante con la imagen de la Virgen llegó a casa. Desde entonces somos devotos de María la Virgen, en su advocación de la Virgen del Carmelo.

‑Pensamos –Añade Stella uniéndose a ellos‑, que sería bonito llamarte Carmen.

‑Gracias papá, gracias mamá. Dejad que os de un abrazo. Sois unos románticos.
 
 
FIN
 
 
 
 
 
 

jueves, 7 de julio de 2016

Mis Raices Casconas 20 AQUÍ ESTÁIS, ¿ EH MAJITOS?

                                        AQUÍ ESTÁIS, ¿ EH MAJITOS?    

          Me contaba mi abuelo el hecho cierto según él, y se ponía todo lo serio que la situación requería para infundir credibilidad al asunto, que vivía en Torresandino en esos años un labrador pobre pero honrado llamado Lorencito, casado con Benedicta, una mujer muy buena y ahorradora; él, cada día marchaba al monte a trabajar con la comida en el fardel, pero que resultaba ser sólo media hogaza de pan y botella de vino. Recursos que en muchos casos eran adoptados por pura necesidad y como lo daba la tierra, éran también de fácil reposición Por la noche manifestaba a su mujer que no tenía nada contra la calidad de esas vituallas pero todos los días lo mismo le estaba hastiando hasta el punto de que pasaba hambre, que resultaba poco apetente encontrarse invariablemente de menú, el pan solo o mojado con el vino que para más escarnio se ponía caliente como el caldo y la sugería si no había al menos un simple huevo de las gallinas del corral para hacer una tortilla. La respuesta de ella era siempre invariable que las gallinas parece que estaban con tal o cual enfermedad y no ponían. Naturalmente eso no era cierto, ya que lo que la buena señora estaba haciendo, era juntar una cantidad y llevarlos a canjear por otros artículos, método de pago muy aceptado por aquella época y así contribuir a aumentar el ahorro, que era todo su afán y su sueño. Cierto día, Lorencito, buscando en el desván algo que no viene al caso, se encontró con el escondite, donde ya estaba hasta arriba, la cesta que contenía los huevos. Le entró una rabia repentina e hizo lo primero que le vino a la cabeza: Dándole una patada a la cesta, echó a rodar los huevos desde lo alto de la escalera al tiempo que gritaba “vaya, ¿conque aquí estabais eh majitos?”