martes, 15 de noviembre de 2016

Mis Raices Casconas - 23 - LA SUPERVIVENCIA





 LA SUPERVIVENCIA

        Pero, ¿Fue duro, o extremadamente duro?, Naturalmente que cada uno cuenta la feria según le va pero mi impresión es que todos aguantaron el chaparrón, aunque algunos tenían paraguas, mientras que el resto tuvo que adaptarse a la situación y sobrellevarlo quitándole el amargor con un poquito de humor y…Al mal tiempo buena cara.  

Se han empeñado los ricos,

Que han de joder a los pobres.

En saliendo el tito y el haba,

Que nos toquen los cojones. 

Que vivían mal en aquella época, de los años de  guerra y posguerra, lo hemos escuchado muchas veces, pero aún nos parece exagerado que fuese tanto como cuentan. Todo rigurosamente cierto, aunque la vida en el campo no es comparable a la de la ciudad que era mucho menos llevadera: Como ejemplo, los productos que se cultivaban en el terreno se conseguían mediante el trueque por otros de corral, o canjeando trabajo que se cobraba en especie. La fauna autóctona que hoy es casi un recuerdo de lo que fue; El campo, ríos o arroyos también contribuían, algunas veces que con licencia y otras como furtivos, se traía a casa lo que la ocasión les hubiera propiciado, algo que de vez en cuando ocurría con cangrejos, perdices, codornices, pajarillos, conejos de monte, liebres, ranas, peces, caracoles o cualquier otra cosa, como tenían  por costumbre decir, “todo lo que corre, nada o vuela, a la cazuela”. No voy a ocultar que aunque algunos no eran capaces de comerlo, otros si se daba la ocasión, comían gato, o rata de agua comestible y que aseguraban eran carnes que no tenían nada que envidiar al conejo. Nuestras madres y abuelas hacían milagros para poner todos los días en la mesa un humeante plato de comida echando mano del ingenio y lo poco que encontraba en una despensa desangelada. Y la flora también participaba aunque en pequeñas proporciones de cuando en cuando con plantas silvestres, como los collalvos o los berros, que se convertían en excelentes ensaladas; además de exquisitas setas, hongos, moras, acigüembres, cada cosa en su temporada. En otro orden inferior cabe reseñar que la gente conocía ciertas plantas, hojas, bayas o raíces. Con unas, preparaban un licor según la tradicional receta. Con otras remedios caseros con propiedades medicinales para leves  trastornos en la salud ya fuera como agradables tisanas, vahos cremas o cataplasmas; y en otros como condimento para mejorar un guiso .

Pero fueron muchos los años de penalidades, desgracias y contratiempos y la necesidad sin dejar de estar presente por diferentes circunstancias: 

     En primer lugar se tenían muchos hijos y los años que duró la contienda la economía se resintió alcanzando todo el país.

      En segundo lugar, eran muchos los hogares que tenían al cabeza de familia en el frente y todos en casa dependían de èl. Se ansía que llegue la paz pero cuando se alcanza, no viene acompañada de la esperada recuperación, consecuencia de los traumas en aquellos hogares que cayeron en desgracia y se vieron en la miseria o tuvieron que sobreponerse a la pérdida por muerte, invalidez, convalecencia o prisión del padre o hermano.

 En tercer lugar, están las adversidades que se desencadenaron a nivel internacional como una desgraciada concatenación que nos llevó a que la postguerra fuera un tiempo demasiado largo de hambre, penurias y necesidades En Europa comenzaba la segunda guerra mundial y no estaban sus naciones como para socorrer sino más bien para recibir auxilio. Otra circunstancia  por la que la situación se prolongara  tantos años fue que España se vio aislada del resto del mundo motivado por el boicot que le hacían al dictador.

Estas circunstancias colocaron al estado en la tesitura de tener que racionar los alimentos y productos de primera necesidad, desde  el final de la guerra (1939) hasta el año 1952. Había escasez de todo, y de algunos productos sólo se podía comprar una cantidad limitada con la cartilla de racionamiento. Mediante cupones se restringía a cada ciudadano la cantidad semanal previamente designado su porcentaje, cantidad y precio desde la Compañía General de Abastecimientos, (Abastos) además de asignarse el proveedor o tienda donde dichos cupones podían canjearse Era la forma de controlar desde el  gobierno el reparto de .suministros escasos. Ibas con un vale y te daban previo pago una ración de pan, arroz, patatas, azúcar, tabaco, aceite, lentejas, etc... Alimentos que no te llegaba para un día lo que se suponía tenía que durar una semana. Imposible conseguir de forma legal alimentos que no estuvieran controlados por el   racionamiento salvo que se acudiera al estraperlo, como se llamaba al mercado negro, con precios elevadísimos por ser   difíciles de conseguir y además del riesgo de terminar en la cárcel acusado de contrabando, si te pillaban los de abastos.

Había dos tipos de cartillas: según la  clase social o si se era militar, guardia o cura que tenían derechos diferentes en cuanto al peso por cupón a la semana y a los excombatientes del ejército franquista, que recibían doble ración de pan. También se diferenciaban en el cupo a los niños que se les daba además leche.

         De lo que si comían en Torre todo lo que tenían ganas, era pan, porque molían un saco de trigo, con la complicidad  del molinero, y después a escondidas y en las horas nocturnas se cocía en la tahona. Mi abuela Petra, tenía correspondencia con familiares en Bilbao, y en respuesta a las quejas habituales del tema de la escasez de alimentos, cuando les escribía una carta les mandaba unas migas dentro del sobre, y los animaba a que volviesen al pueblo, que por lo menos gracias al pan casero no se pasaba hambre.

        El que tuviera reservas ya lo podía guardar bien porque, si no, se los quitaban. Los comerciantes también tenían que esconder sus telas, porque la escasez de ropa era similar, por la falta de tejidos y los vestidos se hacían de sábanas manteles o cortinas; otros hilaban y tejían la lana de las ovejas. Las mujeres se dedicaban a trabajar la lana: lavar, cardar, hilar, tejer y teñir para las necesidades de la familia o . para ganar cuatro perras.

       Todos de casa quien más quien menos, trabajaban ayudando al cabeza de familia. Con las leyes en la mano, si hoy se encargara a niños que hicieran tareas que entonces eran normales, todos los labradores de este pueblo estarían en la cárcel. Desde antes de los doce años, se les exigía que colaborasen con su esfuerzo por la economía familiar por lo menos para no ser una carga para los padres y los meses de verano se les empleaba en las múltiples tareas propias del campo, o contratado por algún labrador más pudiente, como “agostero” que era este oficio algo así como recadero y ayudante de peón de labranza. Normalmente se hacía sin sueldo, entendiendo que trabajaba únicamente a cambio de su manutención y ganándose el crédito para el próximo año si el comportamiento había sido el esperado.

       Se casaban pronto, y sólo salían del hogar paterno para la boda e ir a ocupar una casa en alquiler, a veces con el único mobiliario de una cama y una mesa, los asientos cuatro adobes y de menaje de cocina, dos cazuelas y una sartén.

        Enedino trabajaba en el campo, sembraba trigo y cebada  con lo que el problema del pan lo tenía solucionado y algunas legumbres para que no faltara el potaje diario de cocido de garbanzos, titos o lentejas con algo de carne de la matanza del cerdo los días de fiesta; por la noche sopas de pan para cenar, o el socorrido huevo frito. En casa siempre se criaban animales como cerdos, gallinas, conejos y una cabra para leche y así se ahorraban el dinero para otras escaseces más apremiantes. También se intercambiaban huevos, pollos o  conejos. Así que entre el corral y lo que producía el terreno, cubrían la base de su alimentación, la fruta en su tiempo y el majuelo para tener vino todo el año. El cochino, como allí se dice, se mataba en otoño invierno y había de durar todo el año; conejos y pollos solo en las fiestas señaladas, todo ello constituían la base principal en el sustento diario, porque era lo que aquí se obtenía con màs facilidad, aunque no siempre se conseguía una compra o intercambio y de conseguirlo, se restringía dosificándolo para que durase un poco más que el mañana quizás nos deparase peor suerte. Por entonces no había establecida ninguna pescadería y el pescado se podía comprar únicamente cuando llegaba al pueblo en venta ambulante, El Charrines. Lo más habitual era el chicharro, las sardinas y las anchoas, y para ser sinceros el precio era bastante más asequible que lo que es hoy, sobretodo éstas últimas que han pasado de ser un pescado despreciado a precios de verdadero lujo, por la disminución que presenta esta especie a causa de capturas abusivas durante generaciones. No existía el frigorífico por lo cual las conservas en salazón de bacalao y arenque y las conservas de escabeche, tenían su pequeño espacio en la tienda de “Ultramarinos”, como un pequeño supermercado que vendían un poco de todo Generalmente escaseaban muchos productos y el dependiente te servía los artículos. Muchos eran a granel y la mayoría se compraban en cantidades pequeñas incluso los líquidos como el aceite que me acuerdo que tenían unas máquinas expendedoras que te servían exactamente la cantidad solicitada en el recipiente que llevabas de casa, generalmente una botella de vidrio. Para los sólidos lo más habitual era que te lo envolvieran en papel de estraza. Todo ello al capazo (serón en Torre) porque aún no conocíamos las bolsas de plástico. En invierno debido a la falta de trabajo mucha gente no ganaba un duro y entonces era bastante usual que en la  tienda te fiaran y se pagara la trampa (deuda) en los meses después de la recolección. 

      El  invierno en Castilla es muy duro, y a muchas de aquellas casas les faltaban las mínimas condiciones de habitabilidad; el frío entraba por todos los lados porque en una ventana faltaba un cristal, una puerta que no cerraba del todo, el fuego que no quiere encender, la chimenea no tira, en el techo múltiples goteras y además, insectos campando a sus anchas, algún que otro ratoncillo ...Vamos, que como en la edad media. Había excepciones claro. 

     Mi padre, desde su infancia, comprobó por si mismo que la agricultura era en su época como la esclavitud, pero como era el hijo mayor, su padre esperaba impaciente que llegara el momento de poder compartir el duro trabajo, y quizás de poder cultivar más parcelas que les permitiera sacar algo más de rendimiento. Pero a pesar de conocerlo de antemano, también él se sometió a la tierra, con las esperanzas puestas en la ansiada lluvia que cuando debería caer nunca lo hacía y llegaba siempre a destiempo o en forma desmedida. Su delicada salud, le hizo pensar en un cambio de ocupación, y así fue como mi destino de hijo varón también cambió después de generaciones.