lunes, 10 de febrero de 2020

EL MORAL DE VILLOVELA


El moral de Santa Lucía
Se me ocurrió escribir sobre ello, al recordar aquellos días de vacaciones que Ana pasó con nosotros en Torresandino. Ana, es una sobrina de mi esposa que por entonces tendría diez años y era la primera vez que venía al pueblo, así que debíamos hacer una visita al moral centenario de la zona, el moral de Villovela, que aquellos días del verano estaba a plena producción. La hora u hora y media que la niña pasó en ese lugar no se le olvidarán nunca y de hecho, al volver en septiembre a la rutina del colegio concertado donde estudiaba, cuando Sor Pilar la profesora pidió a sus alumnos que escribieran una redacción sobre las vivencias estivales, ella hizo un magnífico trabajo sobre aquella tarde subida en las ramas de aquel fantástico árbol.
Pero la injusta valoración de la educadora le defraudó, porque la exigió que hiciera un nuevo trabajo que se ajustara a lo solicitado, recriminándola literalmente: “Debes relatar una experiencia real como yo os solicité, escribir sobre un árbol que da moras es totalmente ficticio y sobradamente conocido que esos frutos son silvestres y únicamente salen en las zarzamoras”.
 Ana reprimió la controversia por razones lógicas, pero sabía que aquello que había visto, tocado, degustado y que después le costó tanto lavar sus manos y eliminar el lagarejo de jugo de moras de su rostro, no sucedió en una hipotética zarza y si la hermana monja desconocía la existencia de la especie del árbol que le había descrito, desistía de intentar convencerla.
En España existen varias especies de moreras, árbol de procedencia asiática, donde se aprecian las cualidades medicinales de la corteza, hojas, frutos y sobre todo porque las hojas son el alimento de los gusanos de seda. Concretando, la morera de Santa Lucía es de la variedad “Morus Nigra” y fue plantada junto a la ermita a esta santa, de ahí su nombre; ambos son contemporáneos y eso nos da una antigüedad de 300 años. Se localiza en un entorno antaño de cereales ogaño de viñedos, en las inmediaciones del río Esgueva, a unos 500 metros al norte del casco urbano de Villovela y a 1000 del monasterio hoy ya derruido de Nuestra Señora de los Valles. Seguramente es el árbol más grande que yo haya conocido y desde hace pocos años está recogido en el libro, 111 árboles singulares de la provincia de Burgos e incluido en un catálogo de especímenes destacados de la Junta de Castilla y León.
Yo, que soy de Torresandino, el pueblo de al lado, recuerdo que al igual que todos los que vivíamos en las cercanías, en los meses de agosto pudimos disfrutar de sus frutos porque siempre fue de dominio público y grandes y pequeños, nos acercábamos a recoger de sus ramas una ración de su generosa producción siempre suficiente; la chavalería de varios pueblos nos recreábamos trepando por sus gruesas y largas ramas casi paralelas al suelo, buscando las sabrosas moras más maduras en las puntas, para llenar un tarro, llevarlo a casa y degustarlas sobre una rebanada de pan de hogaza endulzado con azúcar. Con relativa frecuencia se daba algún accidente por caída, pero nunca llegó a causar lesiones de importancia.
Menudo árbol. Tiene más de una docena de troncos que salen del suelo en el centro, probablemente compartiendo todos el mismo ADN, porque son los supervivientes de aquel original que siendo aún joven se desgajó en varias partes sin llegar a separarse totalmente del primero, sobreviviendo porque obviamente se mantuvieron unidas por algo más que la corteza y la pericia que pusieron los vecinos de Villovela en su cuidado hicieron posible la recuperación. Hoy en día es un galimatías de largas ramas que buscando la luz del sol intentan superar a la gravedad y conforman una espectacular copa aérea, de 15 metros de altura y 27 de diámetro, mientras que por el subsuelo las raíces se extenderán buscando humedad y minerales en la fértil tierra del valle.
La silueta desde la distancia es espectacular, ocupando el centro de lo que hoy denominaríamos una rotonda donde convergen de los cuatro puntos cardinales las antiguas calzadas hacia Tórtoles, Villafruela, Torresandino y una alameda de chopos que enlaza con el mismo Villovela. Testigo ocasional de bulliciosas romerías en la efemérides de la santa, este cruce, a día de hoy es un punto de interés turístico de una red de senderos de pequeño recorrido a pie, caballo o en bicicleta, creados recientemente en la Rivera del Duero burgalesa, pero siglos atrás a buen seguro debió de ser transitado esporádicamente por personajes ilustres, aunque lo más cotidiano sería un paraje ideal de encuentro elegido por viajeros de todo tipo: Peregrinos, campesinos, comerciantes, monjes, etc... Harían un alto en el largo y polvoriento camino para reposar bajo su sombra, refrescarse con el agua de la fuente junto a la ermita, intercambiar noticias de interés, particularidades sobre la ruta los que su único anhelo consistía en encontrar alguien con quien compartir el viaje y hacer más llevaderas las molestias de la marcha y no faltaría los chalanes, tratantes de ganado y buhoneros, buscando eventuales trueques de sus mercancías.
Este es ya el final de este trabajo sobre un histórico y anciano ejemplar de la flora regional, que todos apreciamos pero especialmente los niños de la zona y sería una gran pérdida si le ocurriese algo irreversible. Supongo que las autoridades no estarán tan ignorantes como Sor Pilar y serán conscientes del valor patrimonial de la morera de Villovela y de los riesgos que le amenazan. Merece que se adopten las medidas oportunas para remediar hipotéticas adversidades. Santa Lucía seguro que lo habrá protegido hasta ahora, pero ¡Ojo! Hay un refrán muy conocido entre los toreros que dice: “Fíate de la virgen y no corras”.
Chapetas