jueves, 20 de abril de 2023

Los lavaderos públicos



Los lavaderos públicos
Hoy es relativamente fácil, cómodo, breve y hasta grato, hacer la colada gracias a las lavadoras y jabones milagrosos. Higienizan la ropa, acabando con todas las mugres, roñas, manchas e inmundicias. Pero hace no muchos años era quizás la labor más ingrata, las abuelas más longevas de Torresandino, mi pueblo, dan fe de

ello. En pasajes literarios de los siglos pasados también corroboran que era esta una labor difícil, dura, sacrificada, pesada e incómoda. Para quien tenía un pozo en el corral era diferente, pues podía calentar el agua y sin desplazarse tenía a mano los útiles que le facilitaran el trabajo y como no para quien se inhibía delegando este servicio sobre los criados a su servicio, para él, tal sufrimiento no era sino otra queja de la servidumbre por querer cobrar más.

Generalmente el aseo contemplaba el baño corporal y el cambio de muda interior y se hacía semanalmente. Por costumbre las mujeres se hacían cargo de lavar lo de toda la familia. Para ello cargando sobre la cabeza un cesto con la ropa sucia, una tabla de lavar en una mano y un caldero de cinc en la otra con un equilibrio inverosímil se dirigían a un distante vado conocido de la orilla del río, arroyo, balsa o acequia. Allí se encontraba con otras vecinas o conocidas y todas arrodilladas doblaban la espalda y frotaban con el agua corriente cada prenda insistentemente, sin más ayuda que una pastilla de jabón artesano, elaborado con deshechos de grasa doméstica y sosa cáustica. Las inclemencias del tiempo y el agua fría, propiciaban sufrir los achaques reumáticos, los sabañones y otras dolencias.

No obstante antes de que la máquina de lavar o lavadora se generalizase en los hogares, hubo un paso previo que endulzó un poco lo amargo de la tarea tradicional. Fueron los lavaderos públicos. Se trataba de una construcción muy simple que hacía los trabajos algo menos incómodos; primero se lavaba en una gran pila, frotando tantas veces como fuera necesario y se pasaba después a hacer el aclarado en otra pila contigua aguas arriba.

Otras ventajas: El local disponía de techado y paredes que protegía de las inclemencias del tiempo. El trabajo se realizaba sin necesidad de acudir con la tabla de lavar porque las sustituían unas placas propias de la estructura de cemento, para frotar a la altura de la cintura más o menos.

Los que recuerdan con añoranza el lavadero de Torresandino aseguran que habitualmente reinaba el buen humor en el recinto: Unas departían sobre la actualidad local, otras cantaban, las graciosas contaban chistes, surgían chascarrillos, bromas y las risas sonoras que rebasaban las paredes del lavadero. Hoy podemos compararlo diciendo que era el WhatsApp de la época porque allí realmente se socializaba. Disponía de luz eléctrica, al menos de diez bombillas de filamento, colgando del techo, que en verdad consumieron muy pocos vatios porque los actos vandálicos de los adolescentes con el tiragomas, les otorgaron escasa existencia.

En realidad, en esta villa no podemos presumir de haber sido pioneros en su construcción, que fue hacia el año1958 y muy poco interés pusieron para aliviar mucho antes a sus esposas y madres la penosa labor, porque con mucha antelación otros pueblos ya lo tenían e incluso a día de hoy algunos los conservan con orgullo, como una muestra de la arquitectura popular de siglos atrás y un elemento representativo del legado que sus antepasados dejaron, que entronca con el paisaje urbano. El nuestro se construyó tarde dio un buen servicio apenas dos décadas, cayó en desuso y se derribó. Estuvo en el parque que hay ahora, entre la Avda. de la Fuente Vieja y la misma fuente.

Con las primeras lavadoras eléctricas empezó la decadencia de los lavaderos que en Torresandino sería en la década de los sesenta porque antes no había agua corriente en las casas, pero la economía retrasó aún más su total implantación. En la actualidad alcanza la categoría de súper-automática y tiene trabajo a diario con acabado por centrifugado e incluso algunos modelos rizan el rizo con el secado total.

Un gran avance de la época sin embargo, lo que todavía hace sentir nostalgia a los que lo vivieron, fue el lavadero. Ese que la sociedad machista de Torresandino, tanto tiempo tardó en poner para mejorar la tarea que con demasiada voluntariedad eran asumidas por las casconas.