No recuerdo con
detalle las Navidades en mi infancia, con excepción de alguna cosilla que
mencionamos alguna vez en conversaciones con los familiares.
La misa de Gallo en la media noche del
día de Nochebuena para recibir la Navidad celebrando el nacimiento del Niño
Jesús. Muy original lo de la hora, pero salir de casa con las inclemencias del
tiempo habitual de ese mes, era arriesgado aunque lleváramos prendas de abrigo
y tapabocaos, porque las temperaturas eran bajo cero, seguro que lloviendo,
granizando, nevando o cuando menos, con el suelo helado resbaladizo, chuzos de
punta en los aleros de los tejados y en la iglesia no había calefacción.
Recuerdo en especial un Belén que montamos los
alumnos cuando todavía estábamos en la escuela vieja, porque las figuras las
hicimos entre todos los niños del curso que estábamos con Don Félix, y mi
participación, consistió en el burro del pesebre, modelado en barro y secado al
sol.
El 6 de diciembre día de San Nicolás,
era tradicional que los chicos que cursaban el último curso en la escuela,
saliesen todos juntos con la imagen del santo, a pedir “una limosnita para San
Nicolás” por las casas del pueblo y agradecidos entonaban el siguiente
estribillo:
San Nicolás
Coronado de San Blas
En la cuna que dormía rezaba
Santa María
¡Santa María! ora pro novis
huevos pedimos cestas traemos
para estos escolantes que quieren
ser amantes
si limosnas no nos dan
no podremos caminar.
Con el total conseguido, que generalmente
se trataba de varias docenas de huevos, medio saco de patatas y algunas
monedas, se preparaban una merienda de varias tortillas de patata, y se vendía
lo sobrante para aumentar el dinero en metálico; de la suma, parte se dedicaba
a comprar algún capricho y el resto se repartía. Pero esta costumbre se
interrumpió al prohibir el señor cura, que en aquellos años creo que era Don
Ireneo, que se volviera a sacar la imagen del Santo de la iglesia, porque le
causaron desperfectos importantes, tales como fractura de nariz, en el bárbaro
entretenimiento de arrojarlo al arroyo helado para ver si cedía el hielo.
Animales de los que hay por toda la geografía, por los cuales, todos sufrimos
las consecuencias.
El aguinaldo era otra cosa bien
distinta, aunque también se trataba de
pedir por Navidad, generalmente los hijos de los asalariados en esta ocasión y
únicamente por las casas de los patrones de los padres, u otras personas afines
recibiendo pequeños donativos en monedas, dulces o caramelos; y exigiendo a
veces, que los niños les deleitasen con un villancico.
El menú de Nochebuena estaba generalmente
compuesto por: pollo de corral (ya ves, hoy lo llaman capón en plan fino),
castañas cocidas con anises, y cagadillo (que ahora llaman guirlache de
caramelo). La primera vez que entró el turrón a formar parte de mis navidades,
creo que tendría unos ocho o nueve años, y fue con ocasión de que después de
cenar nos juntamos en nuestra casa con la familia de la tía Victorina. Con las
primas Glori, Feli y Vitori (Mertxe aún no había nacido), lo pasamos
estupendamente, jugamos al parchís, y a las cartas, surgiendo la propuesta de
que para darle emoción al juego el que perdiera debería pagar una tableta de
turrón para comerla entre todos. Aceptada la apuesta, faltaba por conseguir que
estuviera abierto donde Félix, el del estanco, que también tenía tienda de
comestibles, para que nos atendiera a aquellas horas, que rondaría la
medianoche, aunque de todo el pueblo era sabido que siempre estaban disponibles
cuando del negocio se trataba. Y así fue en efecto, encargaron el mandado a mi
hermana Petri con una de mis primas, pero para estas pobres niñas infantiles,
la pobre luz del alumbrado público con escasas farolas que proyectaban sombras
tenebrosas que las iban haciendo pensar y ver sacamantecas y hombres lobo.
Pocos metros les faltaban para llegar, pero quiso la mala fortuna que en eso
saliera de la tienda un hombre que no pudieron reconocer y pies para que os
quiero, regresaron a casa en un minuto escaso. Nos defraudó un poco que se
volvieran con las manos vacías y para colmo nos propusieron a los demás niños
que fuéramos nosotros, si es que nos creíamos tan valientes. Yo, que era el
“hombre” de más edad, me quedé sin argumentos para escurrir el bulto, así que
capitaneando la expedición, regresamos esta vez tres chicas y un chico, y
naturalmente que no pasó nada, pero es que el enemigo se batió en retirada en
cuanto vio lo que se le venía encima.
Aquel turrón, si que estaba rico, siempre
lo recuerdo especialmente, quizás por ser el primero. Lo troceamos con hacha y martillo y nos costó Dios y ayuda,
porque era muy grueso, pero como no se podía partir con los dientes, duraba
mucho y alguna dejó parte para el día siguiente, como me consta que hizo mi
primita Vitori, sólo que al levantarse ya no estaba donde lo había dejado. No
sé porqué, se le metió en la cabeza que yo debía saber algo al respecto.
Fue una noche entrañable de Navidad,
hacia el año 1960.
No hay comentarios:
Publicar un comentario