jueves, 12 de diciembre de 2019

Cuento de Navidad


Para variar, voy a pasar un relato ficticio que he escrito para navidad. No le busquéis similitud con algún caso en la vida real, sería pura coincidencia.



Título: Cuento de Navidad

Para cualquier hombre entrar en prisión resulta duro, más aún cuando el encarcelado se sabe inocente e injustamente condenado. Ese era el caso del recluso interno Juan Ramos. Por si fuera poco, en la última carta su esposa Jimena le comunicaba que había alumbrado el bebé que esperaba, detallando las incidencias del suceso en la confianza de que al leerlo su marido, la noticia actuaría en él como una buena tila relajante. El resultado fue más bien lo contrario, pues le sentó igual que si se hubiera tomado un café doble, bien cargado.

La llegada de una información semejante, con toda seguridad a cualquier otro recluso le hubiera levantado el ánimo ayudándole a sobrellevar su encierro, sin embargo Juan, abandonó la lectura doblando el papel y guardándolo en el sobre postal se mantuvo apático silencioso e irascible, sin siquiera mostrar interés por conocer los detalles del parto o si la criatura había sido varón o hembra, lo que dejaba claro que de ningún modo le había resultado alentador. Sencillamente había pasado ya demasiado tiempo sin tener a Jimena entre sus brazos y ahora este acontecimiento le hacía albergar dudas porque los cálculos no le cuadraban, lo cual en su opinión evidenciaba de manera irrefutable algo muy doloroso que le atormentaba. Su mujer le había puesto los cuernos.

Desde el principio del embarazo ella le había notificado su estado, pero siempre había soslayado subrepticiamente el asunto de tal modo, que Juan no conseguía entrever entre líneas intención alguna de que quisiese sincerarse o tal vez que mostrase algún atisbo de arrepentimiento por su infidelidad. Diríase que invariablemente parecía estar completamente convencida de que su marido aceptaría de buen grado ser el padre putativo y que obviamente celebraría el nacimiento de su primer hijo con mucho entusiasmo. Juan no pensaba del mismo modo; aun así, pasadas unas horas siguió leyendo.

‑Nuestro pequeño –indicaba la madre‑, es rubio, de ojos claros y con dos semanas ya nos tiene a todos conquistados.

‑Ni siquiera es moreno o de ojos marrones como yo ‑Suspiraba Juan‑. Obviamente, el crío habrá salido todo a su padre biológico mientras que cualquier parecido conmigo sería pura coincidencia. De ningún modo podrán cargarme la paternidad, sencillamente por el hecho categórico de que el último vis a vis íntimo lo tuvimos casi un año atrás y eso será mi mejor coartada constatable. En mi opinión, el recién llegado se ha demorado demasiado para las pretensiones de su mamá.

‑A mí, como madre ‑proseguía Jimena‑, se me cae la baba sólo con mirarle y le llevo a todas partes conmigo, incluso al juzgado y creo que podría ser un gran diplomático pues con sólo su presencia ha conseguido lo que yo intenté muchas veces y nunca logré. De momento me han prometido reabrir tu caso y que te darán una semana de permiso para estar con la familia. Como te puedes imaginar, desde que me lo comunicaron estoy loca de alegría, porque pasaremos juntos las fiestas de fin de año.

A continuación, Jimena pasaba a enumerar las desdichas, los sufrimientos y las privaciones que por su ausencia tenía que sufrir.

‑Cuando te llevaron detenido acusado de corrupción y soborno, no comprendía nada y cuando fui llamada a declarar, tuve que aguantar las acusaciones insultantes del fiscal que como recordarás, reiteradamente intentaba inculparme a mí también. Como sabes, la triste realidad era que nuestra economía estaba en situación precaria y no teníamos dinero ni siquiera para depositar la fianza que exigía el juez y al escuchar la sentencia condenatoria comprendí que para más INRI tendría que pagar a un abogado, que resultó incompetente y que me dejaba en la miseria.

‑Al menos –pensaba Juan‑, si se prostituyó, no fue por sacarme a mí.

‑ ¡Cielo Santo! Por distintas razones –proseguía Jimena‑, hemos dejado pasar demasiado tiempo sin vernos, especialmente desde que me quedé sin vehículo, porque sin él, las comunicaciones para llegar a la prisión son escasas y pésimas. Tampoco lo facilita el que sólo se permitan visitas los domingos y no disponer por la tarde de autobús, me veo obligada a regresar el lunes y pasar la noche sola en algún hostal, que además del miedo que me da, pierdo una jornada de trabajo.

Juan buscaba entre líneas algún comentario que le sirviera de indicio o pista para desvelar con quién se había acostado pero perdía el tiempo; en las siguientes frases tampoco había referencia alguna a lo que tanto le intrigaba.

‑La situación a día de hoy –resumía Jimena‑, está superada gracias a la ayuda de nuestros amigos y un trabajo en una inmobiliaria que no requiere muchas horas. Si su señoría reabre el expediente, tengo la esperanza puesta en que quedarás libre, pero si no fuese así, espero que al menos consigamos una reducción de la pena que tan injustamente te impusieron. De todos modos, apenas quedan unos meses para que te concedan el tercer grado y muy pronto la libertad condicional, el paso previo para alcanzar definitivamente la excarcelación. Para entonces ya tengo proyectos, para los que estoy convencida contaré con tu aprobación y espero también de tu parte que adoptes una actitud positiva y animosa. Sólo así –apostillaba Jimena‑, superaremos los infortunios que el futuro pudiera depararnos. Pronto llegará la Navidad y saldrás con tu primer permiso. Ya tendremos ocasión de hablar de todo ello y disfrutar juntos nada menos que siete días.

La puerta de la penitenciaría se abrió para Juan, un hombre aún joven y aunque delgado, bien parecido. Observó el pino decorado con guirnaldas y bolas de colores y a continuación levantó la vista para observar el cielo. Al percatarse del mal cariz que presentaba, tan cubierto como estaba de nubarrones negros, arrugó el entrecejo y musitó para sí:

‑ ¿Qué se podía esperar? Hemos entrado en el invierno. Si empezara a llover llevo en la mochila un impermeable.

Ajustándose a su espalda los tirantes de la misma, se encaminó calle arriba directamente hacia la terminal de autobuses. Una vez allí, mientras esperaba la hora de salida del Nº4 que le llevaría a su destino, Juan se acercó instintivamente a la tienda de regalos repleta de juguetes y compró un osito de peluche.

‑Qué diablos, a los bebés de pocos días siempre se les regala esto o un sonajero y a este que no tiene culpa de nada, según su madre le debo yo más que él a mí.

El autocar atravesaba un paisaje árido y la naturaleza hostil de montaña hizo aparición cuando se desató la tormenta y al poco nevaba copiosamente. El conductor intentó animar el ambiente poniendo villancicos por megafonía. Juan repasaba los párrafos del correo postal y reflexionaba sobre ello.

Los vehículos ralentizaban la velocidad por precaución y dejaron pasar al camión quitanieves. Algunos pasajeros aplaudieron su trabajo y desde la cabina un hombre de mediana edad con abundante barba canosa, sonriendo levantó la mano como saludo. Con la oportuna ayuda, el autocar llegó al final de su recorrido al caer la tarde, pero Juan sabía que aún le quedaban 3km de distancia por descampado para llegar a su casa y suponía que algún familiar estaría esperándole, pero vana ilusión, todo estaba solitario. Hubiera tomado un taxi, pero todos se habían retirado ya porque las calles estaban intransitables.

Quedó solo frente a la carretera que le llevaría con los suyos, pero la prudencia le aconsejaba no hacer ese camino andando en las condiciones actuales y con las sombras de la noche avanzando sobre el paisaje.

‑Vaya, tan cerca y tan lejos. ¿Qué puedo hacer? –susurró para sí mismo disgustado‑. Para que luego hablen del espíritu navideño.

‑Joven –escuchó que le llamaban‑, tienes un problema por lo que veo.

Juan buscó con la mirada a quién así le había interpelado, y se encontró con el rostro del hombre del quitanieves asomado a la ventana de su vehículo.

‑Ah, buenas tardes por decir algo –respondió a su vez.

‑ ¡Sube a la cabina que llevo tu misma dirección!

‑ ¿Cómo dice?

‑ ¡Vamos, sube que está entrando todo el frío por la puerta!

Ante la autoritaria voz, Juan no dudó en obedecer, porque tampoco tenía otra alternativa.

‑Tu esposa estará esperándote y ¡qué diablos, estamos en Nochebuena!

Era un personaje muy locuaz y apenas dejó de hablar desde que se encontraron.

Juan escuchaba y callaba por no mostrar la negativa animosidad que sentía, ante el encuentro con aquel personaje que a buen seguro conocería también a un bebé que no era suyo.

‑Os deseo las mejores Pascuas –manifestó el personaje de la abundante barba blanca‑, sois una pareja estupenda y ahora con el niño tendréis muchos momentos de regocijo. Estimo que lo tenéis bien merecido.

‑ ¿Por qué dice eso? –interrumpió Juan a su oportuno interlocutor‑. No tiene usted ni idea de lo que sucede en las vidas ajenas.

‑Por tu respuesta –concluyó el personaje‑, saco la conclusión de que eres un resentido.

‑ ¡Oiga! Acercarme a mi casa no le da derecho a insultarme –protestó Juan‑. ¿No cree?

‑Por favor, deja que yo abra tus ojos a la realidad, hazme caso. Si me prestas tu atención unos minutos más, te contaré algo que iluminará tu futuro como estos faros lo hacen en el camino.

Intrigado por lo que podría escuchar pero también cohibido por la fuerza y el tono decidido que transmitían las palabras de aquel tipo, Juan obedeció.

‑Las autoridades junto con los vecinos de este pueblo –prosiguió el desconocido‑, están orgullosos de tu mujer. Sí, de Jimena. ¿No sabes que la consideran modelo del honor, valentía y coraje juntos?

A Juan le pasó por la imaginación que resultaba sospechoso la suerte que había tenido Jimena con sus amistades; mientras que a él alguien lo acusó, a ella en cambio la estaba dando trabajo y quizás la ayuda no acabara en eso y se extendiera a mucho más.

‑Veo que hay cosas que ignoras –observó el barbudo conductor al no obtener respuesta‑. Te relataré los hechos que motivaron lo que te digo y al parecer desconoces. Después juzga si te crees con algún derecho para hacerlo:

Juan se dijo que le había tocado un charlatán muy peculiar pero el favor que le hacía llevándole debía tenérselo en consideración y si le divertía hacer de cuentacuentos, no se lo impediría.

‑Un viernes a la mañana –prosiguió el informador‑, nuestra Jimena se dirigía al hipermercado para hacer la compra semanal. Conducía su automóvil por la calle principal y al pasar por la plaza se paró en el paso de peatones. Observó que del banco salían algunas personas corriendo, pero no entendía nada; repentinamente un encapuchado portando un maletín se metió en el asiento del copiloto y sin más preámbulos la apuntó con un revolver a la vez que amenazaba:

‑Mete la velocidad y sin prisas vayamos de excursión, nena.

‑Una hora después llegaban a un refugio escondido en lo más profundo de la sierra. El atracador, pues de eso se trataba, se había descubierto la cara y Jimena que en parte se había tranquilizado, reconoció en él al temido bandolero de la comarca al que apodaban el Pelirrojo. Entraron en la cabaña, la amarró a una silla con una cuerda y guardó el botín conseguido en un armario.

‑ ¡Déjeme ir! –pidió insistentemente Jimena‑. Le prometo que no desvelaré su escondite.

‑Las noticias que hemos escuchado en la radio del coche hablan sólo de mí, nada sobre una mujer, por eso he pensado que permaneceremos aquí unos días y después me vendrá bien que estés a mi lado para que conduzcas una vez más hasta alejarnos definitivamente de la zona. Nadie sospechará, de un aparentemente matrimonio que se dirige a pasar unos días en la playa.

Juan pensó que se trataba del guión de alguna película y le dejó seguir.

‑Por las noches el Pelirrojo cambiaba las ligaduras de la silla a la cama y a pesar de las maldiciones y todo el forcejeo que a ella le permitían las ataduras, el canalla se acostaba a su lado. El odio y deseo de desagravio fue creciendo en la mujer, mientras se juraba a sí misma que debía hacerle pagar por tantos ultrajes.

Juan no comprendía nada ya. ¿Estaba hablando aquel desconocido de su mujer realmente? De ser así, ¿con qué objetivo se inmiscuía en asuntos tan privados para una familia? ¿Debía exigirle que se callara? Pero ¿Cómo podía estar tan al corriente de los detalles? ¿No sería un complot ideado para que se tragara un cuento que justificara lo injustificable? Aunque enojado, se calló dispuesto a seguir con más interés lo que aquel hombre seguía relatando.

‑Este animal –pensaba Jimena‑, no merece vivir en libertad porque es un parásito nocivo para la sociedad, sin sentimientos con sus semejantes y vaya donde vaya nunca dejará de ser tan asquerosamente repulsivo e inhumano. Esperaré una oportunidad y si surge, no tendré piedad; aunque me vaya la vida en ello.

‑Ese afán por seguir luchando me resulta familiar. ¿Consiguió escapar? –alcanzó a preguntar Juan.

‑No surgió la ocasión. Permanecieron allí cuatro jornadas y cuando ninguna emisora hablaba ya del robo, el malhechor decidió largarse del lugar como tenía planeado. Llevaba la pistola oculta en la chaqueta y amenazaba con matarla si no hacía lo que él la indicaba. Hacía un tiempo estupendo y marchaban por la autopista sin novedad hasta el momento de pasar por el peaje.

‑ ¡Maldita sea! allí delante está la policía –masculló el fugitivo pero al mirar con detenimiento se tranquilizó‑. No habrá ningún problema, es un control de alcoholemia que no está buscándonos y si vamos tranquilos puede que ni nos manden detener. Que no se te ocurra hacer ningún gesto sospechoso, que te vuelo la cabeza. ¿Me has entendido? ‑Jimena estaba temblando y no coordinaba sus ideas, pero la presión en el costado del cañón del arma amenazante la volvió a la realidad. Reduciendo la marcha conforme a las indicaciones que lo exigían, se aproximaban a 30km/h cuando un policía les hizo señales de que podían continuar. Por la mente de la mujer pasaron subversivas intenciones de revancha, solapadas con una vertiginosa moviola de las amargas imágenes de las últimas jornadas; no podría soportarlo de nuevo. Un aviso de emergencia se encendió en su cerebro.

‑ ¿Consiguió desarmarle? –preguntó todavía no muy convencido Juan.

‑Cállate y escucha. Voy a describirte la situación y la premura con que reaccionó.

‑Si no aprovecho esta ocasión no tendré otra –Se dijo a sí misma tu mujer‑. Y al hacer el cambio de marchas deslizó la mano ligeramente hacia atrás y soltó con sigilo las hebillas de los dos cinturones de seguridad, acto seguido y con toda la celeridad que pudo, se aferró al volante y en vez de acelerar pisó el freno con tal violencia que el coche se quedó clavado y el Pelirrojo, desprevenido se abalanzó hacia adelante hasta pegar con la cabeza contra el parabrisas. La sorpresa duró unos segundos, pero a Jimena la sirvió para tirar de la manilla de la puerta y saltar al exterior gritando a pleno pulmón:

‑ ¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Me ha secuestrado! ¡Es un criminal peligroso!

‑ ¡Esa es mi chica! –exclamó Juan sugestionado ya con la deriva que tomaba la acción‑. ¿Qué sucedió entonces?

‑Al verse descubierto, el Pelirrojo salió por su lado con el arma empuñada y disparando sin ninguna precisión intentando huir a pie. Ante un ataque tan directo la respuesta de los agentes no se hizo esperar y cuatro fusiles de asalto escupieron idéntico número de ráfagas de balas, varias de las cuales hicieron blanco mortal de necesidad en el forajido y otras perforaron el motor que tomó fuego quedando el coche para el desguace.

‑Vaya él se lo buscó –manifestó Juan‑. ¿Qué fue del botín del robo?

‑El dinero robado se recuperó íntegro y fue devuelto al banco. Jimena recibió un premio en metálico y el honorable galardón de la medalla al valor.

‑Vaya, no lo sabía ‑Se justificó Juan‑, pero, ¿cómo está usted al corriente de esta forma tan pormenorizada?

‑Demasiadas preguntas. Anda apéate, estamos frente a tu domicilio y ahora ya estás preparado para llegar al dulce hogar por Navidad.



‑Cuando la puerta se abrió Jimena se abrazó a Juan llenándole de besos.

‑Querido al fin llegas, estaba muy preocupada ¿Cómo has venido?

‑Con ese señor de la barba, en la máquina quitanieves –manifestó Juan.

‑ ¿A qué señor te refieres? –preguntó curiosa Jimena.

‑El que está limpiando la carretera –respondió su esposo señalando hacia la calzada.

Sólo pudo ver el blanco manto de la nieve sin huellas recientes, pero escuchó un tintineo de campanillas alejándose y una voz sobre las copas de los árboles que repetía el popular ¡Ho, ho, ho!

‑Bueno, me ha traído Santa Claus en su trineo. ¡Feliz Navidad, cariño!

Obviamente, todo lo relacionado con el Pelirrojo fue relegado al olvido y la revisión del dosier con las declaraciones de nuevos testigos, concluyó que Juan era inocente y quedó libre para ser feliz, junto a los que para él eran los seres más extraordinarios, Jimena y el pequeño, al que en recuerdo del legendario personaje de la noche del 24 de diciembre, le llamaron Nicolás.



FIN