domingo, 14 de enero de 2018

Mis Raices Casconas - 37 - SACOS DESDE LA ERA


                              SACOS DESDE LA ERA






         Dicen que el mundo cambió desde que se inventó la rueda. En Torresandino en los años cincuenta, aún estábamos trabajando como los romanos, y los sacos se llevaban al hombro; claro que sí hombre, con dos cojones, que para eso somos Cascones. Pues bien, esto viene al caso, porque quiero relatar una anécdota que nos ocurrió al primo Fortu y a mí a la escasa edad de diez, u once años cierto día que obedientes cumplíamos el encargo de llevar a casa desde la era del Bonete, (algo más de 1 Km) un saco lleno de paja para los machos, que si no contenía mucho peso, sí un gran volumen. Nos alternábamos con la carga, porque nos dolían nuestras manos menudas, poco adaptadas a semejante ejercicio.

      Antes de nada quiero dejar bien claro que ninguno de los dos éramos de esos chicos sinvergüenzas, gamberros, caraduras, o descarados, aunque pensaréis que yo qué voy a decir. También me lo podía haber callado, ¿no? pero ésa es la verdad aunque los hechos digan lo contrario. Esa tarde debíamos de estar en un estado de ánimo que nos hizo creernos los más graciosos y ocurrentes del barrio. Hoy repasando aquel episodio, voy a ser muy sincero y relataré los hechos tal como sucedieron:

       Por la misma calle en dirección contraria a la nuestra venía una señora conocida, en aquellos días de unos treinta y cinco años de nombre Simona, que para más señas era por entonces la cartera o repartidora de la correspondencia en el pueblo; de quién de los dos fue la ocurrencia carece de importancia, pero el caso es que al llegar a su altura empezamos a canturrear haciendo juego de palabras con su nombre; Sí, mona, mona sí, Simona, mona. Claro que no la debió de gustar y aunque intentamos salir corriendo la bastaron unos pocos metros para alcanzarme a mí, que en ese momento llevaba el saco, que solté con rapidez pero ella lo cogió y nos dijo, que para recuperarlo, fuéramos a su casa, con nuestra madre a pedirla perdón. A mi casa a contarlo y recibir la regañina de mi madre que no fue pequeña, y los tres volvimos a cumplir con el castigo que la ofendida señora nos había impuesto y con el cual mi madre estaba de acuerdo y me parece que también yo. Sin embargo, algo que no nos esperábamos hizo que, lo que en principio hubiera sido fácil, no lo fuera tanto para nuestro ego, porque la plazoleta donde se nos esperaba estaba llena de contertulios que a esa hora, en los días de calor, es normal que estén charlando entre los vecinos a la puerta de las casas. El saco estaba presente y para llevarlo, la ofendida exigió que el perdón fuera suplicado de rodillas, mi madre aceptó y para más INRI, cada vez más espectadores se unían al ya tumulto. Ante la expectativa de que la señora Simona parecía estar decidida, me planteé que cumplir con lo preceptivo terminando cuanto antes sería lo menos penoso, puse la rodilla en tierra y levantando la barbilla hacia la buena señora, con voz titubeante le solté las palabras exigidas: “Perdón, perdón, ¿me perdona usted?.” A mis espaldas escuché que alguien me dijo cariñosamente. “Ya has cumplido, levántate.” Con lo cual yo quedé redimido y cargué con el saco. Mientras tanto, Fortu, más valiente porque no tenía a su madre como yo, exigiéndome que diera una satisfacción a la ofendida señora, se pudo escabullir diciendo que el saco no era de él y que no tenía que pedir perdón a nadie para recuperarlo.