sábado, 10 de febrero de 2018

Mis Raices Casconas - 38 - SUPER BEBÉS

                                        SUPER BEBES 

      
        Nacer en aquellos tiempos, en casa, con la partera, sin ningún examen médico ni siquiera de lo más rutinario, ni anterior ni posterior al alumbramiento, requiere como mínimo de una naturaleza fuerte y que haya un poquito de suerte. Con toda certeza puedo afirmar, que ni siquiera en nuestros primeros años, disponíamos de pediatra que siguiese nuestra evolución y aconsejara la elección y compra de una cuna, ergonómica, rigurosamente homologada conforme a las normas CE y equipada con materiales antialérgicos; ni existían como ahora biberones antisépticos y anticólicos de polietersulfona sin bisfenol, con tetina anatómica de silicona, dotada de caudal lento, para complementar el pecho materno;  tampoco una leche de alta calidad, sin gluten y enriquecida con proteínas lácteas,  analizada bacteriológicamente, para garantizar una perfecta inmunidad al ataque infeccioso, de los microbios causantes de los más graves trastornos  y males. Ahora los padres son asesorados también, sobre qué juguetes son los idóneos para cada fase, de edad. A nosotros, de caprichos nada, ni siquiera un gusiluz. Nos daban la matraca con un sonajero que más que calmar amenazaba, como lo hacía la letra de aquella nana: 

Duérmete niño
que viene el coco,
y se come a los niños
que duermen poco.
Duérmete niño
Duérmete ya,
Que viene el coco
 y te comerá.

    Nosotros teníamos sopas de pan, y papilla de harina de maiz. Si nuestro culito se irritaba con los pañales reutilizables, lo dejaban al aire y punto, que no conocían esas cremas ideales; todo lo más unos polvitos de talco. Nadie pensó en la conveniencia de un examen rutinario de lo más elemental, como la vista. Seguimos la aventura de la vida como si tal cosa, ignorando los riesgos y atravesando día a día, con decenas de enfermedades acechándonos, buscando  un organismo débil  al que atacar.
      Superada la lactancia, empezamos a corretear, y día a día íbamos conociendo que el famoso coco tiene aliados y son muchos: Si no te comes todo, vendrá el hombre del saco y te llevará. No vayas a la carretera, que está el sacamantecas. Obedece, o el demonio vendrá a por ti. Cuando se haga de noche, ven a casa sin falta que es la hora de las brujas.  Si te portas mal, te perseguirá el hombre lobo. No digas palabrotas, que Lucifer busca niños malos. Duérmete, o aparecen los fantasmas. Y un montón más de aberraciones que machacando día y noche nos hicieron ser fuertes también de espíritu  o perecer en el intento.
    Nuestros juegos transcurrían a veces en ambientes tan nocivos como pueda serlo una cuadra, un abrevadero, la pocilga, el gallinero, y aguas fecales; los juguetes de materiales reciclados como una lata roñosa, los útiles de corte empleados sin autorización de los adultos, objetos punzantes como si fueran espadas, piedras como proyectiles y a jugar a la guerra inventada por niños, en la cual, al estilo de las guerras del inolvidable humorista Miguel Gila, la batalla se suspendía por cualquier contratiempo “Oye, dejad de tirar que le habéis dado a Pepito”. “Esperad un poco que cojamos piedras que se nos han acabado” Y acto seguido sin ningún recelo, nos liábamos a pedradas otra vez y todo lo más unos rasguños, que se infectaban con la suciedad, el barro y las moscas; jugábamos con gusanos, grillos saltamontes, lagartijas, caracoles y sapos; acariciábamos al gato y al perro que estaban sin vacunar, dejándonos  lamer hasta en la cara; nos metíamos entre los rebaños de ovejas cuando éstas llegaban por las tardes, respirando toda la suciedad y polvo que levantaban y nadie era consciente de la importancia del aseo, sobre todo a la hora de comer; nos subíamos a paredes y árboles a coger los nidos, bebíamos agua de manantiales sin analizar, todos de la misma botella y conducíamos la bicicleta sin casco y sin frenos cuesta abajo; los armarios de las medicinas no se guardaban bajo llave, y si alguna vez montábamos en un vehículo no tenían cinturón de seguridad.   
        Parece incomprensible que después de una infancia tan expuesta a los innumerables peligros de accidentes, virus, contagios, infecciones y tantos riesgos a enfermedades como por ejemplo: el tifus, polio, escarlatina, viruela y el tétano: saliéramos adelante impunemente ilesos y ello significa además haber adquirido necesariamente los anticuerpos que nos hacen inmunes a muchas otras enfermedades; demostrando con ello que haber sobrevivido a tantas pruebas de riesgo, reforzó nuestras defensas lo suficiente, para que hayamos gozado de una salud, con toda seguridad  más saludable que la de nuestros hijos, que tanto nos ha traído a vueltas y de cabeza.