sábado, 3 de mayo de 2014

Quiero enseñarte el campo


El campo quiero mostrarte, del pueblo donde nací,      

si de niño me llevaban, yo en el monte era feliz.        

A mí siempre me encantaba, y quiero enseñártelo a ti,

quiero que conozcas bien, de dónde viene tu raíz.      



Tras una más que copiosa comida, envuelto en el sopor o somnolencia de la hora del sofá, mi mente se agitaba entre poemas, estribillos, estrofas y pareados. Algo anómalo en mí, porque nunca cultivé el verso, pero resultó como una premonición de los pedagógicos días que el recién estrenado año nos tenía reservados y que ahora pasaré a relatar.

—Abuelo, que te estás amodorrando, ¿puedo hacerte una pregunta?

Era Asier, mi nieto de 17 años.

—Claro que puedes y si yo no conozco la respuesta, intentaremos encontrarla en Internet —contesté desperezándome.

—Precisamente de eso se trata, por Internet buscamos de todo, pero lo que hoy quiero no está ahí, abuelo.

—¿Y qué es lo que no tienes claro?

—Verás, es sobre Torresandino, el pueblo donde naciste tú. Lo mencionas con frecuencia y me fascina escucharte y sobre todo, me lo paso guay cuando vamos en verano, en las fiestas del Carmen. Pero al fin y al cabo, lo mismo me cuentan mis amigos de otros pueblos, donde ellos van con sus padres o abuelos; en resumidas cuentas que para mí es un pueblo como cualquier otro, con sus más y sus menos. Para ti yo sé que no es lo mismo y me pregunto. ¿Qué le encuentras tú abuelo? ¿Por qué dices que para ti no hay otro mejor?

—Tienes razón de que en Internet no encontrarías esas respuestas, porque se trata del apego o añoranza, —la morriña, que dirían los gallegos—, que no es debido a algo concreto sino a todo en general, la fauna, la flora, la naturaleza, el paisaje, el clima, las fuentes, los ríos, los senderos, la carretera, la presencia y las ausencias de algo y en definitiva es un sentimiento, que se alcanza cuando se mantienen intensos recuerdos afectivos, con la madre tierra, o la tierruña por seguir empleando el ejemplo de Galicia; a consecuencia de ello se tiende a magnificar la realidad. Prometo que intentaré exponerte sin elogios excesivos lo que siento.

—Bien, entonces promete ser interesante. Empieza ya por favor.

—Como ya conoces el núcleo urbano de Torresandino, te hablaré sobre lo que desconoces. Su paisaje, que es el resultado de la acción geológica, la erosión, el duro clima que han modulado la campiña durante millones de años y la influencia de la acción humana, entre todos le confieren un físico variable, igual que lo es el aspecto propio del campo castellano, según la estación de año que se visite. —Creo que tendrías que verlo, porque allí radican mis recuerdos afables.

—Me intrigas abuelo y la verdad es que me encantaría hacer senderismo contigo por esos campos en las distintas estaciones.

—¿Por qué no nos vamos a pasar este fin de semana? La mañana del sábado podríamos echar un vistazo.

—Tienes razón abuelo. Estoy de acuerdo. No se hable más.

INVIERNO.—

—Estamos en enero, temperatura 0ºC —le decía a Asier mientras le despertaba—. Y ha nevado; así que buenas botas y ropa de abrigo. Subiremos por La Canaleja y será sólo para un par de horas.

En 20 minutos andando, accedimos por la cuesta a la llanura de la antena de TV, porque habían circulado algunos tractores esa mañana y la nieve cuajada estaba transitable. Para los labradores la nieve en su tiempo es bueno porque dicen que ahueca la tierra y elimina insectos que resultan perjudiciales para los sembrados. Todo lo que alcanzaba la vista, estaba cubierto de un blanco brillante, que se extendía a lo ancho y largo durante kilómetros. Sólo algunos pequeños valles rompían la monotonía continua del paisaje nevado. Ausencia total de nubes y el sol brillando de forma especial en un cielo completamente azul, ése color limpio y fantástico que algunos artistas le atribuyen únicamente al cielo burgalés.

—Observa los colores en invierno Asier. Únicamente el blanco resplandeciente en contraste con ése maravilloso azul del cielo totalmente raso.

—La luz hace daño, y no traemos gafas oscuras. Esto es un fallo abuelo, hay que tener cuidado. —Me recrimina Asier.

Muchas veces está blanco sin haber nevado. Son los días de helada, que también son propios de éste tiempo, el blanco también está presente, pero apagado, de escasa intensidad que con el paso de las horas va desapareciendo, a la par que una ligera niebla asciende por los efectos de los rayos del sol. Y en ausencia de nieve o hielo el marrón de las tierras aradas se muestra con toda su intensidad al no haber hecho todavía su aparición los delicados brotes nuevos de las plantas. Ahora, bajaremos por el camino hacia el valle de San Pedro, que quiero ver cómo está el arroyo del Manzano y las choperas.

Por el camino, se nos cruzó una liebre, especie cinegética muy perseguida por los cazadores, que está especialmente protegida en esos días, porque se tienen que aventurar en busca de alimento y sus huellas en la nieve, las hace vulnerables; También pudimos escuchar durante un rato, el graznido de varios grajos volando a escasa altura, (cuando el grajo vuela bajo, hace un frío del carajo) y se nos acercaron descaradamente dos urracas, a las que les tiramos un trozo de pan, y se lo disputaron entre ambas.

Efectivamente, las renovadas a la vez que ruidosas aguas, arrastraban parte de las hojas amarillas que los chopos habían ido desprendiendo durante los últimos meses, hasta quedar desnudos mostrando su esqueleto. Las temperaturas eran bajas, pero nada que un equipo apropiado para ese tiempo no pueda vencer, incluyendo gorro, guantes bufanda, y un buen tabardo, además de un buen calzado de invierno. El ejercicio fue reconfortante. Mereció la pena.

—¿Qué te ha parecido? —Pregunto, pero ya conozco la respuesta de Asier, porque está eufórico.

—Te contestaré en mayo, cuando volvamos otra vez, porque estoy ya intrigado por cómo estará el campo el mes en que la naturaleza brota por doquier.

PRIMAVERA.—

—Hemos vuelto, como tú querías, Asier. La predicción del tiempo aconseja que llevemos un jersey de lana, pero sólo por si acaso.

Empezamos la ruta subiendo por Landeable pero la cuesta en frío nos costó un poco pero desde la cumbre pudimos apreciar bien todos ésos matices de un único color.

—Con la primavera, surgen los verdes. —explicaba a mi nieto—. Son días en que asistimos al brote de las espigas con un verde muy sutil, casi imaginario al principio, que día tras día va cobrando fuerza hasta alcanzar un verdor rabioso que cubre todo en colinas y páramos. Fíjate la vista panorámica tan soberbia que se nos ofrece desde la izquierda todo el valle, hasta la derecha con el caserío recogido de Torresandino en el centro y continúa hasta San Pedro, allá al fondo. Vamos a seguir.

Bajando por Valdesantacruz, nos llamó la atención una cebada invadida por multitud de rojas amapolas, y un poco más alejada otra, que tenía tantas gévenas que parecía que estuviera sembrada de esas flores amarillas. Por los linderos brotaban millones de margaritas. Eran las pinceladas discordantes sobre un lienzo de tonalidades verdes. Poco después, nos tomábamos un tentempié en la fuente Lavaculos y muy cerca de donde estábamos sentados, un conejo nos deleitaba descaradamente con varias entradas y salidas a su madriguera, mientras que por el aire una pareja de jilgueros se encontraban inmersos en el cortejo previo al apareamiento. Desde un pequeño majano aunque estaba algo alejado, se oía el perfectamente reconocible, característico cántico de la codorniz que contestaba a la llamada de su congénere macho.

Caminamos ya hacia La Isa con una leve brisa que arrullaba las espigas meciéndolas suavemente como olas de un mar vegetal. Mientras íbamos bajando vimos aunque algo alejado, una viña y algunos árboles frutales todavía en flor, pero por la distancia no alcancé a identificarles. Escuchábamos el canto de un estornino pero no le pudimos ver, estaba oculto.

Los chopos de la vega, ya habían renovado las hojas. Comienza con un color rojizo pero que en unos pocos días se torna a un verde brillante. Junto a ellos el río Esgueva bajaba bulliciosamente y en un remanso se veían unos cuantos barbos.

—Hoy no tengo palabras. Nunca había apreciado la naturaleza como hoy, gracias a ti. Volveremos en julio por las fiestas y haremos otra ruta, ¿eh abuelo?

EL CARMEN.—

—¿Qué tal la fiesta Asier? ¡No me des detalles! te he sentido a la hora que has llegado esta mañana. Pero tu padre y yo hicimos lo mismo a ésa edad. Ahora yo mismo me sorprendo, que tras acabar la verbena continuábamos la juerga hasta la llegada del amanecer, para hacer una chocolatada con las chicas en las arboledas y aguantar sin dormir hasta después de comer.

—Ya me imagino abuelo. Me lo he pasado muy bien como siempre y también he danzado en la procesión a la Virgen del Carmen, porque es algo que no me pierdo ningún año. Cuando termina el recorrido, ya sabes que da comienzo la misa, pero yo me he tenido que venir a casa a ducharme.

—¿Te puedo preguntar qué es lo que se siente? ¿Por qué lo haces?

—Tú interrógame sobre todo lo que se te ocurra, lo que quieras abuelo que no me molesta nada viniendo de ti, pero si no tengo una respuesta para darte, compréndelo. Como me ocurre ahora mismo, para la primera parte tengo la convicción de que considero como si con este acto estuviese agradeciendo a Nuestra Señora el haber sido mi guía y protectora durante todo el año y al danzar para Ella siento la satisfacción del deber cumplido; Pero a la segunda cuestión no sé qué decir ¿Porqué lo hago? Quizás sea por el ambiente festivo o podría ser por mi educación cristiana. No lo sé.

VERANO—

A propósito recuerda que tenemos un compromiso tú y yo. Así que piensa qué ruta tomaremos esta vez y pasado mañana, terminada ya la fiesta, nos cogemos la alforjilla con el almuerzo y a caminar.

—Por mi parte no hay ningún inconveniente. Te tomo la palabra. —Esta vez la ruta pasará por el Monasterio de Santa María de los Valles, esas ruinas que tenías ganas de visitar, pero te advierto que ya sólo es un montón de escombros.

—El convento derruido ¡Mira por dónde te lo pensaba sugerir yo!

La salida del casco urbano volvió a ser por La Canaleja pero pronto nos desviamos de ése camino para subir hacia la izquierda por los corrales al llano. Para llegar a éste punto pasamos por alguna era donde tenían un gran montón de cebada. El laboreo estaba muy avanzado y el año prometía ser generoso. En el páramo volvimos a constatar que los labradores estaban ultimando ya las tareas de la recolección. Llegó el verano con las idolatradas espigas de oro cargadas de trigo y cebada, con el común denominador de su color, el amarillo. Pero ése extenso océano de cereales pronto terminaría de ser abatido con las modernas cosechadoras, dejando en las tierras los rastrojos como una muestra de lo que fue.

—Hay una finca diferente, que destaca, ¿de qué está sembrada? —Pregunta Asier

—Ah sí, son girasoles con la flor amarilla ya abierta. Son gigantescas y muy bonitas, de ahí es de donde se extrae el aceite que lleva su nombre. —Contesté.

—Abuelo, estoy oliendo a algo que me resulta familiar ¿de qué se trata?

—Es tomillo y lavanda. Siempre hay en esta zona.

Llegamos a las fuentes de Hontanares y descansamos 5 minutos mientras nos refrescamos un poco. Un grupo de palomas se marcharon al oírnos llegar. Cantaban las ranas en el arroyo un poco más abajo. El agua estaba fresca, brotaba en abundancia y nutría un bebedero para ovejas; a continuación buscaba el cercano río Esgueva por el arroyo que lleva el nombre de éstas fuentes. Continuamos el recorrido, y pronto alcanzamos a ver el convento. Un precioso zorro salió corriendo del bebedero de la fuente, donde hicimos otra breve parada para tomar algún alimento y entrar a ver el derruido monasterio. Las ruinas hace ya muchos años que se adueñaron de lo que debió ser un magnífico enclave de la orden de los Carmelitas Calzados; de evidente grandeza antaño, su contemplación causa tristeza ogaño. Desde aquí el camino que seguimos era cuesta abajo, hasta el moral de Villovela de gigantescas dimensiones y disfrute público, que ya tenía muchos frutos en su punto óptimo para comerse, deliciosos moras, como pudimos comprobar. Nos acercamos a visitar la ermita de Santa Lucía y ya únicamente quedaba retroceder por el camino del valle, recto largo y tedioso, alterado únicamente por la salida repentina de una perdiz con sus diez o más polluelos que corrieron al menos durante un minuto por delante en nuestros mismo camino y dirección. Finalizaba éste a la entrada del pueblo, junto a las piscinas, y también dimos por terminada nuestra etapa metiéndonos al bar a beber un refresco, que aliviara un poco el sofoco que traíamos, por las altas temperaturas de julio.

—Hoy Asier, te confieso que ya estaba deseando acabar, porque el calor nos ha castigado por no haber madrugado más.

—Sí, eso pienso yo también, pero por lo demás el día ha sido bastante instructivo. Y, ya podemos pensar en otra etapa para otoño. ¿Qué te parece para El Pilar, el 12 de octubre, abuelo?

—Vale en eso quedamos.

OTOÑO.—

—El termómetro marca 7 grados, lo cual no está mal a las 9 de la mañana, pero amenaza lluvia, así que Asier, no te olvides del impermeable y vamos ya.

Alcanzamos el Cotarro San Cristóbal subiendo por el cementerio Desde ése punto se disfrutaba de amplias vistas del río Esgueva desde Villatuelda, la unión con su afluente el Aguachal y el valle de éste, además de buena parte del casco urbano. No estaba claro el día por unas nieblas que aparecían aquí y allá pero al cabo de una hora habían desaparecido y las temperaturas en aumento, más el ejercicio, nos obligó a aligerarnos de ropa. Por atrás la cuesta La Majada nos ocultaba horizontes más lejanos, así que subimos a su cima. Buena panorámica también desde aquí, Seguimos adelante por Valdepedrosa y observábamos que los sembrados habían dejado paso a un campo seco y árido, de rastrojos aplastados o arados ya. Habían llegado los días grises, que se alternaban con días gélidos a la vez que paulatinamente se reducían las horas de sol, las lluvias se hacían más frecuentes, aparecían las brumas y las nieblas y el labrador empezaba de nuevo a preparar la tierra. En lindes y perdidos, crecían mucho, el tomillo, la lavanda y la salvia.

—Abuelo es asombroso, vaya delicia para los pulmones, qué bien huele.

—Es tomillo. Ideal para echar un poquito en el guiso de conejo, por ejemplo. Puedes arrancar una ramita, Asier y llévala a casa.

Seguimos adelante alcanzando la cota más elevada del recorrido.

—¿Sabes cuál es el nombre de esta cima, Asier? —Por el gesto ya veo que no— Lo llaman el Montón de Trigo, con 946 metros. Ya te imaginas la razón ¿no?

—Es verdad, en alguna ocasión al verlo desde la carretera, lo he pensado. Tiene un gran parecido entre un montón de los que se ven en las eras y ésta cima que destaca por su altura ¿es acaso el de mayor altitud del término municipal?

—No. Las Revillas que está allí enfrente, es 1 ó 2 metros mayor.

Bajamos ya al valle de El Manzano, por Fuente Peral, Poco a poco, se van uniendo a este diminuto arroyo las aguas de la fuente Matazorras, San Vicente, San Pedro y varios manantiales menores, lo que hace fértil a ésta vega, pero aunque seguíamos su curso por la carretera hacia la entrada a Torresandino, las huertas se veían ahora vacías de productos. Algunos endrinos y escaramujos con escasos frutos ya, salpicaban un terreno baldío junto a la linde. Nos acercábamos a intervalos a las choperas próximas donde las hojas caídas de los árboles cubrían ya el suelo y en un par de ocasiones encontramos un corro de setas de chopo, Pleurotus Ostreatus, que aquí reconocen grandes y pequeños. También perseguimos sin éxito en una junquera una pequeña culebra de aproximadamente medio metro que no supe reconocer. Poco después entrábamos en el pueblo, tras tres horas de paseo por la naturaleza.

—Me da la impresión que la naturaleza en otoño, no te ha causado una buena impresión. ¿Me equivoco Asier?

—El día estaba triste, las fincas desiertas y los árboles como enfermos pero sé que eso es lo que corresponde en ésta estación del año, abuelo —y añade—. Efectivamente, es el ciclo vital que se ha cumplido dentro del orden que corresponde. Entristece, pero es necesario para que la naturaleza se renueve. Morir para renacer como el ave Fénix de entre sus cenizas. Para volver a empezar con la savia renovada.

—Lo comprendo, pero el recorrido que hemos hecho hoy abuelo, será de lo mejor que se pueda hacer, pero en éstas fechas, te deja una mala impresión.

—Cierto, pero entonces, ¿con qué mes te quedarías? —Pregunto

—Si fuese yo el labrador, —me contestó Asier—, mi respuesta sin duda sería agosto. Pero no lo soy y obviamente elijo la primavera. Mayo. Amo la vida y éste mes la naturaleza se muestra exuberante, mostrando una vez más su tenacidad contra los agentes agresivos, cambio climático, polución, la capa de ozono y un largo etc…

—¡Ah, abuelo! Lo que quiero que sepas es que a tu pueblo, empiezo a sentirlo ya un poco mío, no es como cualquier otro, e incluso empiezo a entender qué le encuentras tú. ¿Me habrá entrado la morriña?