sábado, 11 de abril de 2015

Mis Raíces Casconas - 5 - EL ABUELO Y LA ABUELA


EL ABUELO Y LA ABUELA


Le llamaron Enedino. La elección del nombre para un hijo es un tema en el que los padres de hoy se esmeran especialmente. Se busca uno que suene bien, que no sea demasiado largo, porque luego se tiende a abreviar, que le dé personalidad cuando sea mayor, que vaya a ser de su agrado, y guste al niño, también que vaya con la moda. Decidir cómo se llamará el bebé es un tema importante de discusión entre la familia durante el embarazo y se cree que ello ayuda a establecer un vínculo más estrecho con él. El nombre es el primer regalo que se hace a un hijo y ¡es para el resto de su vida! Pero esto es el presente y ya no tiene nada que ver con las costumbres de aquella época tan remota en que mi abuelo vio la luz, con los últimos coletazos del siglo XIX. Le bautizaron Enedino, por la costumbre de elegir el nombre por el santoral y al parecer ese día es la onomástica de Santa Enedina, virgen y mártir de Cerdeña del siglo II. Cuando llegó al mundo, sus progenitores, Pedro García y Eugenia Sanz, se decidieron por el nombre en masculino de esta Santa, y ni tan mal, porque las otras opciones eran Abrúnculo y Eremberto. Ocurría en Torresandino, el 14 de mayo del año 1891. Enedino García Sanz, por lo tanto nació CASCON, cuando la esperanza media de vida al nacer era de 34 años. Y falleció en Galdácano (Vizcaya) habiendo “disfrutado” de esta vida 80 años, cuando según las tablas publicadas por el Instituto Nacional de Estadística (INE) para la población española en esa fecha, 28 de marzo de 1972, era 73. Bueno, no está mal teniendo en cuenta las calamidades pasadas; ¡qué pena haber nacido tan pronto, coño! Fueron 5 hermanos: Escolapia, Valerio, Elena, Ricarda y Enedino. De familia humilde y de origen conocido Torresandino.

Y sucedió que se casó con la que sería mi abuela, Petra Mínguez Maté, hija de Indalecio y de Ángela, que nació en Torresandino, CASCONA, el 2 de junio del año 1895 y que falleció en Basauri (Vizcaya) a los 82 años en el día 11 de junio de 1977. Fueron 6 hermanos: Vicente, Rosa, María, Felisa, Eleuteria y Petra. El origen conocido de esta familia es Villafruela (Burgos).

De padres gatos hijos michinos, como dice el refrán. Así que a esta pareja, como nadie les habló de preservativos u otras medidas anticonceptivas, sin saber el porqué, les nacieron ocho hijos, uno de los cuales de nombre Eloy, murió a la temprana edad de unos 18 meses, y Martina, niña que nació melliza con Victorina fallecía con pocas horas de vida, quedando aún seis que fueron por orden de mayor a menor: Cándido, Victorina, Afrodisia, Jesusa, Ángel y Esteban. Aunque la vida estaba difícil, la muerte en cambio resultaba bastante fácil en este país. El pueblo quedaba alejado de los centros de salud, circunstancia por la cual todas las mujeres de este municipio daban a luz a sus hijos en casa, con escasas condiciones higiénicas y con la única ayuda de la partera, que solo tenía alguna experiencia de otros partos anteriores. Los seis siguieron con el oficio que aprendieron del padre sembrando con una yunta de mulos las tierras que tenía la familia, u otras que tomaban en alquiler. Su lucha con los medios precarios de la época no daba lugar a ninguna alegría, porque la naturaleza año tras año se negaba a colaborar, ofreciendo cosechas anodinas. La descendencia de éstos ya menos abundante que la de sus padres, fue un total de 20 entre nietos y nietas. A razón de poco más de tres cada uno, que a su vez no llegarán a dos hijos de media. ¿Qué circunstancias han cambiado en tan sólo dos generaciones? Por supuesto el cambio cultural general.

¡Vaya montón de fechas! ¿Qué interés puede tener todo esto? Seguramente sólo a sus familiares y supongo que ya lo saben, pero de todos modos, quizás alguien descubra, que nos une un parentesco a través del hermano de mi abuelo o del primo de mi abuela. Para más señas, este matrimonio vivía en la calle Estrecha, bajo el Empedrado de los Esquilones de la iglesia, en Torresandino, como quien dice, en el centro del casco viejo y dedicaron toda su vida a las “faenas” del campo. !!!Nunca mejor dicho ¡¡¡

Boina
Enedino, apodado Chapetas, era un hombre corriente, con su estatura de 1,56cm (la media en el pueblo andaría por 1.62m más o menos), 60Kg en sus buenos tiempos, siempre con la boina calada negra descolorida por el sol, chaleco, camisa manga larga de rayas, abarcas y faja ceñida a la cintura, al estilo de su tiempo, analfabeto y rostro curtido por el aire, sol y frío en las duras estaciones de la meseta. La malnutrición les dejaba su marca en el desarrollo desde niños, sobre todo por la ausencia de algunos productos básicos en la alimentación. Características físicas bastante comunes en las gentes de los pueblos pobres de la Vieja Castilla en su tiempo, (primera mitad del siglo XX). Aunque bajo de estatura, no se libró del servicio militar y contaba que él había estado durante la mili destinado en el destacamento de artillería del pico Serantes, en Santurce (Vizcaya).

Los hombres además poseen otras cualidades, carácter, virtudes o vicios diferentes unos de otros, por los que algunos son añorados después de mucho tiempo. Los adjetivos adecuados con que reflejaría exactamente cómo era el abuelo, se me escapan. Sin embargo, añadir que esa persona dejó huella e influyó en nuestro futuro comportamiento. Su forma particular de entender y explicar las cosas, sus parábolas basadas en hechos o producto de su inventiva, por su rectitud en ocasiones o su camaradería, a veces cómplice, con sus nietos más mayores... Aún recuerdo la paciencia con que soportaba nuestras trastadas y fechorías, sobre todo en vacaciones escolares, que era cuando podíamos coincidir varios niños en su casa. Días que compartíamos más tiempo con él, varios primos, en la feliz infancia. Mentalmente repaso algunas de aquellas historietas con que nos ilusionaba y divertía a los niños, unas veces reales y otras, ficción, que a él le gustaba exagerar y parodiar. Las personas mayores tienen mucha paciencia y complicidad con los pequeños y, como se suele decir, ellos están más para disfrutar con los nietos, que para educarlos, ya están los padres. Y naturalmente, los suyos, le teníamos un cariño especial. Pasados los años y alcanzada la mayoría de edad, aún seguíamos disfrutando de su compañía y consejos. Hoy aún le seguimos recordando con ternura. Obviamente los padres eran los que castigaban, exigían, reprendían, prohibían, y en ocasiones nos soltaron algún cachete ganado a pulso, pero les quisimos mucho también, porque ya lo dice el refrán, “quien bien te quiere te hará llorar”. Seguramente les tenemos en un pedestal, por ser como fueron, porque sabemos que únicamente pretendían lo mejor para sus hijos y que, en aquellos años de penurias, pocos caprichos nos podían dar. Alegre, honrado, cariñoso, generoso, trabajador, no fue un fumador de vicio, aunque alguno sí que caía de tabaco picado (el cuarterón); ni bebedor, que no frecuentaba la cantina, pero el porrón en casa no faltaba para las comidas y algún traguillo cuando se terciaba; no era malhablado, creyente no-practicante, buen vecino y apreciado por todos y un buen vasallo cuando tuvo un buen señor. Feliz y orgulloso de su esposa y de sus hijos y nietos.

Todos escuchábamos al abuelo con gran regocijo, sus múltiples relatos sobre aventuras, juergas y picardías, de los años de juventud, o asistíamos a las bromas con que enredaba a nuestra abuela con el fin de hacerla enojar para a continuación, cariñosamente, recitarle la copla con la que sabía conquistarla:

Con esa pequita, Petra,

Que tienes en la nariz,

Con esa pequita, Petra,

Me haces pecar y morir.


Generalmente, para conseguir que le soltara un duro, unas rubias o algunas perras gordas que ella celosamente guardaba siempre en la faltriquera bajo las sayas, para algún capricho propio, o para sus nietos.

La abuela Petra sabía leer y escribir y también algo de cuentas pero él era más astuto para sus pequeños negocios agrícolas. A ella le engañaba cualquier gitana que llegara a la puerta. Pero siempre disputaban sobre quién de los dos era más avispado en esas competencias Sí en este momento estuvieran aquí presentes estoy seguro que empezaban a discutir una vez más sobre la venta de los yeros.

Sucedió, que habiendo cosechado y ya limpia dicha leguminosa vendió él, primero el grano, y después ella la paja, con resultado económico a favor de la abuela, y el cabreo del abuelo que entre bromas o no, se lo tuvo que oír decir por el resto de su vida. Sin embargo en su descargo los hijos siempre justificaron este hecho como algo normal, porque aquel año la cosecha se presentó escasa de grano y sin embargo de abundante paja y que se pagó a buen precio. 
Uno del derecho y otro del revés.

En otras ocasiones, ella estaba como la mayoría de mujeres de aquella época, atareada con la labor de todas las tardes, haciendo punto para un jersey, un par de calcetines, o una bufanda etc… Él la confundía al interrumpir su retahíla de, “uno del derecho otro del revés, uno del derecho otro del revés”,... monótona serie de puntos con que las mangas u otra parte de la prenda crecía día tras día junto al amor de la lumbre del fuego bajo o las brasas del brasero, las tardes del largo invierno. “Uno del revés, otro del derecho” decía el abuelo y al instante se le oía a la abuela: “vete por ahí, hijo un demonio, que ya me has vuelto a confundir, ¿es que no tienes ninguna otra cosa que hacer?”

También solía meterse con el peinado que ella llevaba siempre, un moño, según lo que marcaban las costumbres (que no las modas) haciéndola renegar con sus bromas.

Buena salud, aunque sus últimos años los pasó con ceguera total por un accidente cortando un árbol que le saltó una pequeña astilla y se le clavó en el ojo. La herida no fue curada adecuadamente, afectando a ambos ojos. El oído con audífonos, pero con su cabeza en plenas facultades hasta el final de su vida, que llegado el día fatal de su muerte, consciente de su grave momento, pidió a sus hijos que cuidaran a su madre entre todos, como buenos hermanos, por ser plenamente conocedor del paulatino deterioro de la salud de su mujer a causa del alzhéimer, una dura enfermedad que ya llevaba sufriendo durante años y solo Dios sabría por cuanto tiempo aún.

Hoy a los jóvenes de allí, ya no les dice nada el nombre de Enedino, o solo les suena de oídas, porque han pasado muchos años desde su fallecimiento y a ésos se suman los que llevaba ausente. Pero los de la tercera edad, si la salud les ha respetado la memoria, yo estoy convencido que responderán gratamente de él y del resto de esta familia.