‑Es muy
español, tanto que en España algún año fue Top1 de los diez más usados. Lo
elegimos para ti, motivados por unos hechos importantes de nuestras vidas que voy
a relatarte.
Corría
agosto del año 1966 y en verano siempre hace mucho calor en San Diego, pero en aquella
ocasión, la realidad estaba superando el pronóstico y asomado a la ventana intentaba
captar algún soplo de aire. Mientras curioseaba el tránsito de peatones en
ambas direcciones, observé que un extraño portando una vieja maleta se dirigía
al portal. Me llamó la atención su indumentaria, pero en concreto, me pareció
muy peculiar la prenda con que se cubría la cabeza; una especie de gorra de
paño, negra, redonda pero sin copa ni visera, algo raro para lo que solían usar
los californianos. De encontrarle alguna similitud, pensé que se asemejaba a la
boina del Che Guevara, ese argentino nacionalizado cubano que por aquel
entonces estaba armando la revolución en Bolivia, pero ahí terminaba el
parecido; éste tenía bien rasurada la barba, el pelo corto y nada en la
vestimenta que le confiriese un aspecto marcial. A primera vista calculé que tendría
quince o veinte años más que yo, es decir en torno a los cincuenta. El individuo
se paró, levantó la mirada y después de un examen general a la fachada, esbozó
una sonrisa de aprobación y entró en el edificio. Picado por la curiosidad, escuché
cómo el desconocido salía del ascensor en el segundo y fisgando por la mirilla de
la puerta lo comprobé. Al instante caí en la cuenta que el apartamento de al
lado estaba en alquiler. En efecto, desde mi observatorio vi cómo el hombre
sacó del bolsillo unas llaves y tras comprobar la letra A sobre la puerta que
tenía frente a él, tanteó en la cerradura. Decidido me propuse tener un
principio afable con la persona que al parecer iba a ser mi vecino, así que
abrí la puerta, para ofrecer al recién llegado ayuda desinteresada en lo que
hubiera menester.
‑Excuse me. Can I help you? –pregunté
tratando de ser amable.
‑Disculpe –Se lamentó el desconocido‑.
Soy español y no sé nada de inglés.
‑¿Qué
me dice? ¿Habla español? No hay problema yo también lo hablo. De hecho soy
mitad mexicano, fíjese que a mí todos me conocen por Robert, pero mi nombre
completo es Roberto Foster Martínez y aunque nací aquí en San Diego, con mi
madre que era de Tijuana (Méjico), siempre me expresaba en la lengua materna.
‑Yo me llamo Pedro García, y soy un español que en
el treinta y nueve, al acabar la guerra civil de mi país tuve que exiliarme. Mi
padre había muerto durante la contienda acusado de ser rojo y yo por miedo a
Franco desaparecí. He vivido en Argentina, pero a raíz del golpe de estado que dio
un general el pasado junio, me veo una vez más en la necesidad de solicitar
acogida. Éste va a ser mi nuevo domicilio y al parecer nos veremos con
frecuencia. Ahora disculpa, quiero darme una ducha y organizar la ropa en el
armario de mi nueva casa. Me alegra vivir junto a alguien con quien poder tener
un poco de conversación.
‑En EE. UU. encontrará mucha gente con quien
hablar, especialmente en las ciudades del sur de los estados fronterizos, pues tienen
una gran colonia de sudamericanos y mejicanos, además de otros muchos que estudiaron
el español como segunda lengua. No se preocupe que con mucho gusto charlaremos
en su idioma, Pedro. Ha sido un placer conocerle amigo y si en algo puedo
ayudarle no dude en hacérmelo saber –Ofrecí con sinceridad.
‑Oye Robert ‑titubeó Pedro buscando las palabras
más apropiadas‑. Puesto que dices que vamos a ser amigos, no me trates de usted
y yo contigo haré lo propio. ¿Vives solo?
‑No, con Stella,
mi esposa. En estos momentos está
preparando el almuerzo. Por cierto si no has comido aún, te invito a compartir mesa
con nosotros. Según dicen, donde comen dos comen tres. Aunque es verdad que les
toca a menos –Mi invitación surgió espontánea.
‑Pues escucha mi propuesta;
aceptaré tu generoso ofrecimiento encantado, porque acabo de llegar de viaje
como has visto, vengo hambriento y estoy detectando un delicioso olorcillo que
viene de tu cocina. A cambio, esta noche os invito yo a que degustéis conmigo
unas viandas, que me han hecho llegar desde España; principalmente embutidos
ibéricos ¿Hace?
‑¡Stella! Seremos uno más en la mesa. Demostraremos
nuestra hospitalidad al nuevo vecino y de paso podremos ir tomándonos confianza
–Acepté satisfecho.
‑De acuerdo pondré tres cubiertos –respondió ella
desde el interior.
‑Ya lo has oído –Advertí a Pedro‑. Empezaremos en
una hora. ¿Vale?
‑Perfecto. Hasta luego entonces –Aceptó con satisfacción.
Hace unos años ya, desde aquel día que nos conocimos.
Pedro, era natural de Torresandino, un municipio Burgalés, pero al terminar la
guerra civil española tuvo que emigrar a América y el destino nos hizo vecinos.
Pronto se ganó nuestra simpatía, pero no podía olvidar a los amigos, los pagos y
las costumbres de su villa natal. Nos hicimos buenos camaradas, él me llamaba Gringo
y yo a él Cascón que decía era el gentilicio de su pueblo. Compartíamos la
afición a la caza y aprendió las artes para capturar peces en el mar. Juntos pasábamos
muchas horas y me entusiasmaba escucharle, cuando hablaba de su añorada patria
chica, hasta el punto, que yo me imaginaba la campiña escuchando su descripción
detallada del páramo, los valles y los cotarros. Sentía una gran nostalgia por
aquella tierra.
‑Tú conoces los beneficios
del gimnasio ¿Verdad? Pues te aseguro Robert, que eso no es nada comparable con
un paseo matutino al principio de verano. Resulta el mejor remedio para recuperarse
del estrés acumulado, oxigenar los pulmones, vigorizar los músculos, eliminar
el colesterol y otros males que nos ha traído el progreso.
‑No lo pongo en duda, castigar
el cuerpo un par de días a la semana, hacer cinta, bicicleta estática o pesas, compensa
los excesos en la mesa, pero no exageres.
‑Si haces que sea tan
cotidiano como acudir todas las mañanas a la fábrica, lo descubrirás por ti
mismo. Recuerdo la brisa fresca rozándome la piel saludando mi llegada al llano
cuando superaba la cuesta La Canaleja. Observaba las fincas de cereales ya tornando
del verde al amarillo, meciéndose al viento, tal como lo harían las olas en un
lago de montaña o mi bandera republicana que defendí en el conflicto.
–Fantaseaba mi amigo.
‑Eso ha sido una
interferencia que no viene al caso, sigo esperando oír las bondades de tu cura.
Supongo que habrá algo más que un simple roce del viento ¿No? –Insté a Pedro.
‑Ya suponía que resultaría
difícil hacérselo entender a un Gringo. Es como predicar en el desierto. ¿Te lo
explico como para niños? Imagínatelo como la suma de los beneficios que la
actividad reportará en el organismo. Un ejercicio moderado para los músculos, es
siempre aconsejable. Tomar el sol a esas horas de bajo índice de rayos ultravioleta,
sano para la piel. Recrear la vista en los matices suaves verdes y amarillos
bajo el azul del cielo castellano, relaja hasta el alma. Todo en calma y en
silencio, pero arrullado por el leve murmullo de la brisa, al que se añadirán los
graznidos de las grajillas sobrevolando los campos y el intermitente canto
característico de la perdiz, un regalo inmaterial. El olor de las plantas,
algunas medicinales, te seguirá por los senderos, tal vez te relajen o te
alivien el dolor de cabeza y otras simplemente aromáticas, que te tentarán a que
acerques la nariz. ¡Cuidado con las abejas! Luego, sentado sobre una piedra en
algún promontorio sobre el valle del Esgueva, te comes el bocadillo que llevas
en la mochila, preparado como siempre, pero ¡Qué rico!
‑Me has convencido, cuéntame qué
hay de... Ya sabes: Ocio, bares, música, baile…
‑No te aburrirías en unas
vacaciones. Para relacionarte cuentas con cuatro tabernas sin lujos, que te
servirán una comida casera si lo solicitas. Las cuadrillas de jóvenes donde te
puedes integrar si eres un poco sociable montan la diversión en las bodegas,
tras merendar con vino clarete de la zona.
‑¿Nada de música y bailoteo?
–Indagué de acuerdo con mis gustos
‑En las fiestas patronales
del dieciséis de julio en honor y devoción a la Virgen del Carmen, sí. Sólo
duran tres días, pero es normal sumarse a las de los pueblos próximos a veces
distantes más de 20km. En verano todos los fines de semana pueden hacerse
planes.
‑De todo ello, ¿qué es lo que
más te emociona? ‑Dije buscando la reacción de Pedro.
‑Sin ninguna duda, cuando
pienso en mi viejita. Mi madre, con casi ochenta años que aún vive. Desde el
día que tuve que huir para salvar el pellejo sólo la he podido abrazar en dos
ocasiones y para ello ambos tuvimos que volar a París, para vernos apenas unas
horas.
‑Sería doloroso volver a
separarse, me imagino. ¿Erais más hermanos?
‑Tenía una hermana que
falleció de niña por la meningitis, se llamaba Carmen, como Nuestra Señora la Virgen
patrona del pueblo que siempre llevo conmigo.
‑¿Que siempre llevas? ¿Qué
quieres decir con eso, Cascón? –Realmente no lo entendía.
Pedro ocultó el rostro entre
las manos, después trató de serenarse un poco y metiéndose la mano por el
cuello de la camisa, extrajo un ajado escapulario de la cofradía de la Virgen
del Carmen de Torresandino.
‑Me lo entregó mi madre –explicó‑,
al quedarse sola la primera vez y siempre lo llevo en el cuello, nunca me
separo de él.
‑¿Llegará el día en que
puedas volver libremente? Dije refiriéndome a su país
‑Hay indicios de que Franco tiene
todo arreglado para que Don Juan Carlos de Borbón sea su sucesor y mis
esperanzas están puestas en que así sea.
‑Eso supondría una nueva
dictadura o ¿crees que la vieja guardia le permitiría dar un giro hacia la
democracia? –indagué sobre la política de actualidad que desconocía.
‑Lo que los observadores
están asegurando sobre él indica que es un joven inteligente preparado para
reinar al estilo de otras dinastías europeas en connivencia con la democracia.
Tengo esperanzas de que así sea.
‑¿Regresarías para quedarte o
únicamente para pasar unos días?
‑Si allí me dieran trabajo,
me quedaría para siempre.
En noviembre del año 1975
fallecía el dictador y se coronaba al nuevo rey Juan Carlos. Empezaba una nueva
etapa que permitía nuevas esperanzas para muchos españoles. Pedro así lo
vislumbraba siguiendo con interés las noticias y comentarios de la prensa pero tuvo
un fatal accidente, y desgraciadamente ya nunca podría volver, para las fiestas
como él decía. Estábamos pescando con caña en el mar desde unas rocas y un
resbalón le hizo perder el equilibrio y caer varios metros al acantilado. Antes
de su muerte, tuvo momentos de lucidez y toda su pena era no poder postrarse
ante la venerada imagen de La Virgen una vez más y abrazar a su anciana madre.
Embargado por la emoción que me causaban sus entrecortadas palabras, lloré con
él.
‑Yo iré a España para cumplir
lo que deseas ‑Le prometí.
‑Dile a Nuestra Señora, que
siempre la llevé aquí ‑dijo señalando su pecho.
Decidido. Tomaría los ahorrillos
y viajaría con Stella a la vieja Castilla. Lo prometido es deuda, así que para
julio del año 1976 organicé con Stella las vacaciones en España.
Tras aterrizar en Madrid,
iniciamos una gira en auto caravana de alquiler, por varias ciudades, sin más compromiso
que la fecha del vuelo de regreso y llegar a Torresandino para la fiesta. El
día quince nos detuvimos a la entrada del pueblo y rellenamos los depósitos de
agua potable en la Fuente Vieja, después localizamos un lugar tranquilo para la
noche en la Avenida de las Escuelas y a descubrir la villa. La gente, amables y
simpáticos nos daban conversación sin conocernos. Y en los bares nos saludaban
como a clientes habituales ¡Aúpa!
El primer
acto oficial era el pregón a las 24 horas y unas doscientas personas
asistieron al evento que invitaba
a pasarlo bien, seguido del chupinazo y cohetes a la par que el voltear de
campanas marcaban el inicio de las fiestas. La dulzaina y el tamboril, junto a
un público animoso iniciaron un pasacalle que extendió el ambiente festivo. Nos
unimos al grupo, coreando lo que podíamos dispuestos a aguantar hasta quedar
afónicos. Reconozco que Stella y yo dejamos hace tiempo los años de loca
juventud pero nos encanta participar. Después, nos detuvimos en una caseta de
feria en la que saciar el apetito a base de tacos de jamón y queso y en la zona
de bares nos tomamos una copa en una mesa al aire libre. Por los comentarios
los tres días de fiestas contaban con un grupo de rock bastante bueno, pero la
víspera sólo había música disco, así que optamos por retirarnos a descansar.
Ya me lo había
dicho Pedro. La procesión se sigue con gran fervor a Nuestra Señora y muchos
hombres y mujeres bailan la jota por delante de la fastuosa carroza, durante
todo el recorrido avanzando hacia atrás para no darle la espalda. En las
paradas intermedias exhibe su repertorio de danzas el grupo folklórico cascón.
Acabado el
recorrido daba comienzo la misa. El templo era acogedor y estaba adornado con
muchas flores sobre todo ante la bella imagen de la patrona de la villa. Al
terminar esperé que la gente fuera saliendo porque este sería un buen momento
para cumplir con una parte de la palabra dada a mi amigo. Me coloqué de rodillas
frente a la imagen y desde mi interior le hablé de Pedro y de sus palabras. “Dile a Nuestra Señora, que siempre la llevé aquí.”.
Al salir de la
iglesia, nos informaron que en el salón municipal ofrecía un lunch el
ayuntamiento, para todos vecinos o forasteros que quisieran degustar algunas
viandas con un vino de la tierra. Terminamos casi a las 15 horas y sin apetito
para almorzar a continuación, así que sólo tomamos unas tapas en uno de los
bares y quedamos satisfechos.
Posteriormente
vimos un partido de pelota de exhibición y sacamos tiempo, para tomar unos
vinos de Ribera del Duero por los bares, de paso nos relacionábamos con nuevas
personas, que en ocasiones eran magníficos conversadores, eludiendo al típico
futbolero, incapaz de tener otro tema que no sea fútbol.
Cuando solicitamos mesa para cenar nos dijeron que estaba todo reservado
pero siendo únicamente dos personas tal vez nos podrían hacer un hueco.
Aceptamos, pero fue un fracaso total, tanto el servicio como la comida en sí.
Hacía frío y nos acercamos
al auto caravana para ponernos otras prendas de más abrigo y dimos un paseo bajo
las estrellas, para hacer tiempo hasta la hora de la verbena y comenzar el
bailoteo. A lo cual Stella y yo siempre estábamos dispuestos. La música a cargo
de un grupo de música pop bastante bueno, que tocaba los últimos temas de la
canción para la juventud, intercalados con los mejores tangos, boleros y
pasodobles que animaba a los no tan jóvenes. Otra pareja más joven, Julián y
Rita, nos preguntaron si habíamos tomado clases de baile y entablamos
conversación. Después nos invitaron a recorrer las peñas, donde nos ofrecieron
limonada y había buen ambiente festivo. Para las seis, a Stella y Rita se les habían
agotado las pilas y Julián y yo teníamos hecho el cupo así que nos retiramos a dormir.
Rita y Julián, se
habían convertido en nuestros inseparables cicerones para todo y principalmente
no tuvimos ya que preocuparnos por las comidas. Invitados por ellos, sus
amigos, su familia o compartiendo una gran paella de excelente elaboración, en
la tradicional comida de hermandad.
Al atardecer un grupo de música popular animaba al
público que abarrotaba el improvisado auditórium. Nos divertimos coreando aquellas canciones populares.
La letra hablaba de esta tierra
y sus gentes e imaginé a Pedro en este ambiente, emocionado por lo mucho que
amaba
a su pueblo y pensé. –Aún tengo que visitar a su
madre.
La verbena del sábado resultó tan intensa o más que
la anterior con la variación que ya estábamos cansados del día anterior y nos
retiramos a las cuatro de la mañana.
El domingo quisieron que nos quedara un buen sabor
de boca y nos llevaron a un merendero del castillo donde cenamos las mejores
chuletillas de cordero asadas con sarmientos. A los postres, una magnífica
puesta de sol tiñó de rojo el horizonte, resultando el mejor remate no
planificado. Después la oscuridad se fue abriendo paso.
‑Venga, a ver si se
nos levanta el ánimo que estamos decaídos –Animó Rita.
‑No sé –respondió Stella‑, lo hemos pasado muy bien
juntos y sin embargo, mañana ya nos vamos y apenas nos conocemos. Me gustaría
mucho entablar una conversación amena.
‑Vale. ‑Empezó Rita‑ ¿Qué os han parecido nuestras
fiestas?
‑Nunca habíamos disfrutado tanto ‑contestó con
sinceridad Stella.
‑¿Qué opinión os lleváis de los cascones? ‑preguntaba
de nuevo Rita.
‑Teníamos un amigo que era de aquí, nos hablaba
mucho de Torresandino y al parecer os conocía bien, sois buena gente como él
decía ‑contesté convencido.
‑Entonces vinisteis animados por él ¿Cómo se llama?
‑dijo Julián.
‑Se llamaba Pedro García, murió en un accidente –respondí
afligido.
‑Pobre hombre –comentó Julián, conocemos su
historia. Su madre se llama Inés, tendrá casi ochenta y cinco años, y esperaba
su pronto regreso, cuando le comunicaron el dramático suceso. Pero está en
silla de ruedas y no encontró los medios de viajar a los EE. UU., para
repatriar el cadáver.
‑Mañana visitaremos a Inés, espero que le haga
ilusión saber que su hijo nunca se olvidó de su viejita y vivió feliz con la
esperanza de regresar ‑Añadí.
Julián no pudo, pero Rita nos acompañó para
presentarnos a la anciana señora.
Le conté mi relación con Pedro y sobre todo detallé
el episodio final cuando le prometí que vendría. Mi abrazo fue sincero y
cargado de emoción pero Inés aguantó serenamente. Ello me dio pie para decirle:
‑Es usted fuerte señora, temía hacerla llorar.
‑Ya no me quedan lágrimas por derramar, mis ojos
están secos. No tengo a nadie para perder, primero fue mi hija, más tarde a mi
marido y por último el hijo que me quedaba. ¿Para qué sigo yo en este mundo?
‑Aún tengo que entregarle esto –dije sacando del
bolsillo un sobre con aquel escapulario‑. Era de Pedro, está un poco ajado
porque es el mismo que usted le dio el día que tuvo que huir de casa y que con gran
fervor llevó siempre en el pecho.
La entereza desapareció de aquella madre, ante la
evidencia de algo material que su ser más querido mantuvo consigo casi toda la
vida, por su amor a ella. Las lágrimas resbalaban por su cara cuando acertó a
decir:
‑De poco le sirvió, ¿no le parece, Robert?
‑Le aseguro, que Pedro fue feliz. ‑Intenté
persuadirla. Con su carácter nos conquistó, yo encontré en él a un hermano, le
acogimos en la familia y nos contagió su felicidad; nunca dejó de llevar a Nuestra
Señora en el pecho y a su madre en el corazón. Tenía fe.
Nos despedimos con gran pesar. Sabíamos que nunca
volveríamos a vernos. El cuatro de abril del año siguiente, me fue remitido un
correo “post mortem” de Inés. En el
interior venía el escapulario, que aún conservamos, con una escueta nota:
‑Robert, usted tenía razón, era
mi fe la que flaqueaba. Acepte este legado.
‑Este es el final de la
historia. ¿Alcanzas ya a comprender por qué te llamas así?
‑¿Tal vez por la hermana de Pedro que murió? No. Intuyo
que no, dímelo tú papá.
‑Llevábamos muchos años intentando ser papás y por
fin mamá quedó embarazada. Creemos que ocurrió el día que el colgante con la
imagen de la Virgen llegó a casa. Desde entonces somos devotos de María la
Virgen, en su advocación de la Virgen del Carmelo.
‑Pensamos –Añade Stella uniéndose a ellos‑, que
sería bonito llamarte Carmen.
‑Gracias papá, gracias mamá. Dejad que os de un
abrazo. Sois unos románticos.
FIN