AQUÍ ESTÁIS, ¿ EH MAJITOS?
Me contaba mi abuelo el hecho cierto
según él, y se ponía todo lo serio que la situación requería para infundir
credibilidad al asunto, que vivía en Torresandino en esos años un labrador
pobre pero honrado llamado Lorencito, casado con Benedicta, una mujer muy buena
y ahorradora; él, cada día marchaba al monte a trabajar con la comida en el
fardel, pero que resultaba ser sólo media hogaza de pan y botella de vino.
Recursos que en muchos casos eran adoptados por pura necesidad y como lo daba
la tierra, éran también de fácil reposición Por la noche manifestaba a su mujer
que no tenía nada contra la calidad de esas vituallas pero todos los días lo
mismo le estaba hastiando hasta el punto de que pasaba hambre, que resultaba
poco apetente encontrarse invariablemente de menú, el pan solo o mojado con el
vino que para más escarnio se ponía caliente como el caldo y la sugería si no
había al menos un simple huevo de las gallinas del corral para hacer una
tortilla. La respuesta de ella era siempre invariable que las gallinas parece
que estaban con tal o cual enfermedad y no ponían. Naturalmente eso no era
cierto, ya que lo que la buena señora estaba haciendo, era juntar una cantidad
y llevarlos a canjear por otros artículos, método de pago muy aceptado por
aquella época y así contribuir a aumentar el ahorro, que era todo su afán y su
sueño. Cierto día, Lorencito, buscando en el desván algo que no viene al caso,
se encontró con el escondite, donde ya estaba hasta arriba, la cesta que
contenía los huevos. Le entró una rabia repentina e hizo lo primero que le vino
a la cabeza: Dándole una patada a la cesta, echó a rodar los huevos desde lo
alto de la escalera al tiempo que gritaba “vaya, ¿conque aquí estabais eh
majitos?”
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