ERES COMO LA TIÁ ADELINA
Había antiguamente en Torre un oficio
que conocíamos como de burrero. Ejercía cuando yo era un niño en este empleo un
señor de al que todos sus paisanos conocían por el apodo de Piquino, que le
faltaba una pierna, pero aunque era cojo, no se le podía colocar el adjetivo
moderno de “minusválido”, porque ayudándose de una muleta se apañaba como
hubiera podido hacerlo cualquier otro hombre “normal”. Era su cometido llevar al campo a los mulos ociosos del
pueblo cuyos dueños lo hubiesen contratado, para que pastasen libremente en vez
de estar comiendo pienso en la cuadra; Se pagaba anualmente a razón de una
fanega de cebada por cabeza, y al dueño del animal le suponía un ahorro
considerable. Los animales se dejaban en un lugar convenido por la mañana, y a
la tarde de vuelta en el pueblo, ellos solos se dirigían cada uno a su casa. El
horario sobre las 8 y las 9 por la mañana, según fuese verano o invierno y
regresando a la tardecilla poco antes de ponerse el sol.
La tiá Adelina era una usuaria más
como casi todo los labradores, de este servicio. Se levantaba diligente y a la
hora prevista ya estaba la mujer con su mulo en el lugar convenido, y entablando conversación con
cualquiera que se encontraba, y charla que te charla, seguía con todo el mundo. Tanto la gustaba a aquella mujer el
callejear y quedarse a hablar, que la gente la esquivaba y pronto sacaron el
dicho, para cuando alguien se enrolla demasiado.
Que dice: “Eres como la tiá Adelina,
que sacó el macho por la mañana y volvió este por la tarde y ella aún no había
vuelto”.
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