ANIMALES DOMÉSTICOS
En primer lugar será esta narración la primera entre tantas y tantas que me vienen a la memoria sobre anécdotas en la familia, relacionadas con animales domésticos, por su antigüedad, ya que según cuentan se remonta a tiempos del bisabuelo Pedro un día que se encontraba éste en el monte en la tarea de recoger leña para el hogar, quien se encontró con que una vez cargado el haz de ramas y troncos sobre el asno, parece ser que éste no estaba de acuerdo en ser él quien debía transportarlo hasta el pueblo. Se supone que mediaría un intento de hacer razonar al tozudo animal, pero una vez más hizo el burro honor a su nombre. Fallido el intento, cogió el Chapetas las cerillas y encendió la carga con el tozudo asno amarrado a ella.
Años más tarde, tuvimos una experiencia poco agradable con otro burro muy pequeño que conocimos de nombre Solucinio, ideal para montarlo los niños pero no para adultos. Sin embargo sí que resultaba una ayuda para ir y venir del monte, porque siempre se iba con alguna herramienta y las alforjas, el fardel, un saquito de semillas, mineral u otras pequeñas cosas que se le cargaban al borriquillo. Tenía muchos años, y muchos achaques; todos sabíamos que su muerte era irremediable; pero aquel día, parecía estar animado el asno y se pensó que sacarlo de la cuadra y salir al campo a comer hierba fresca sería reconfortable. Como Cándido, (mi padre), tenía que ir hasta la suerte del monte, pensó en llevarle. El camino de ida fue bien y estuvo a sus anchas, para tumbarse o pastar como le viniera en gana. Sólo a la hora del regreso le notó sin fuerzas. El camino iba a ser largo, aunque con la ayuda de su dueño pudo recorrer la tercera parte. En vista de que empeoraba por minutos, y que la llegada al pueblo era imposible, como era evidente que el burro había llegado al final de sus días, tuvo que sacrificarlo, acortándole la agonía, procediendo con los medios que encontraría a mano y según la experiencia y las costumbres en aquella época, por ser lo único que se podía hacer.
“Los animales domésticos comen para servirnos; si no es así, no se ganan lo que comen” decía el abuelo Enedino. Recuerdo que en casa siempre tenían un gato, que entraba en la cocina empujando la puerta tantas veces como quisiera. Tenía el abuelo Enedino molestias con las corrientes de aire por su delicado oído; y el animal, salía siempre que alguien abría la puerta para después volver a entrar, y no parar en este entrar y salir. Mediante trampas o engaños atraía al animal, y una vez atrapado lo obligaba a estar bajo su pie todo el rato que él permaneciera sentado en la cocina. Con nadie mostraba mayor sumisión el gato porque si se revelaba le pisaba más fuerte, así que si acaso se oía un maullido no era de rebeldía sino más bien pequeñas súplicas.
Siempre había en las casas animales domésticos; en la mía, el perro y el gato; además de los de la cuadra o en el corral, pollos, gallinas, conejos, cerdo, mulo, burro y cabra y ese contacto con los animales es muy positivo para los niños. Sobre todos los demás, el perro siempre tiene una relación especial. El nuestro, de casa de mis padres, a la hora de emigrar, se lo regalamos a otra familia que sabíamos que lo cuidaría bien, pero duele. Pero para mí, tanto o más dolor me causó el dejar a nuestro Castaño, un mulo o macho, como se dice en el pueblo, muy trabajador y dócil con los niños Nos metíamos bajo sus patas, se dejaba levantarle el labio para contarle los enormes dientes, acariciarle el hocico y jamás nos pisó o coceó y mirándole al fondo de sus grandes ojos, parecía que entendía lo que le estábamos diciendo, sólo con la mirada. Durante la trilla, mi hermano y yo descubrimos que aunque nos bajásemos del trillo el animal seguía dando vueltas como si siguiéramos encima así que aprovechábamos esta circunstancia para refrescarnos de vez en cuando sin necesidad de esperar ser relevados; y sobre él montado, me sentía como el Cid sobre Babieca. Se lo vendimos a un señor de Villovela, y al año siguiente fuimos a verlo mi padre y yo, pero ya no nos conocía, aunque sí que nos dijo su nuevo dueño que era muy manso con los niños.
Y qué puedo decir del último gato, del que no necesitamos tomar decisión respecto qué hacer con él, porque falleció poco antes; pocas cosas, fue arisco, y que mantenía a raya a los ratoncillos y además como anécdota, que le encantaba trepar hasta el candil (lámpara de aceite con mecha) y chupar hasta dejarlo seco.
Me imagino que también pertenecerán a este apartado aunque no sean tan domésticas, las palomas que se crían en los típicos palomares que salpican nuestro paisaje y proporcionan docenas de pichones de rica carne y por otro lado las abejas que en los antiguos colmenares, aportan a nuestras vidas, un apetitoso manjar como es la dulce miel. Ambos aportan beneficios económicos a tener en cuenta.
Os contaré otra anécdota con relación a otro animal doméstico en el monte de Torresandino. Años 50 y tantos. Era en los meses de verano y teníamos en el monte mucha tarea. Para optimizar los días mi padre decidió que si nos mudábamos a la choza de refugio que teníamos allá, no sería necesario perder un montón importante de horas, en el viaje todos los días. Como los niños no teníamos clase, quedó decidido y nos dispusimos a aprovisionar en el carro todo lo necesario para el sustento y el merecido descanso diario. Notificamos a la tía Horten (hermana de mi madre) de nuestras intenciones, y se apuntó voluntaria, porque el marido estaba trabajando fuera y prefería ir con nosotros, a quedarse sola, pero que tenía que llevar a la galga con ella por no dejarla sola. Aceptamos galga como animal de compañía.
Allá disponíamos de otra caseta que era de los de la parcela contigua, pero al estar libre, podíamos meter allí a los animales y reservar la choza nuestra para las personas. Así que a los dos machos y la galga los acomodamos separados unos 30 metros de nuestro alojamiento.
Para que os hagáis una idea, dormíamos como se acostumbra en una tienda de campaña sobre colchonetas, aunque en nuestro caso eran jergones de paja por darle “un toque rural, como mucho más natural y ecológico”, ya me entendéis. Y como no teníamos ropa de cama nos acostábamos vestidos y tapados con una manta. Así que serían las cuatro o cinco de la mañana, cuando mi padre despierta sigilosamente a mi madre, evitando moverse lo mínimo posible, y la dice: mira a ver chiguita si puedes encontrar el candil, que se me está metiendo por la pernera del pantalón algo frío, no sé si una culebra, un sapo o que. Mi madre, os lo podéis imaginar, dijo, ¡Hay Dios mío!, y empezó a temblar de miedo, y con un montón de nervios, tropezando con todos los demás tratando de buscar sin localizar lo solicitado, pero ya todo el mundo alertado, entre todos pudimos por fin encender el dichoso candil. No sin muchas precauciones acercamos la anhelada luz a mi padre que paciente esperaba ponerse a salvo del peligro. Se puso en pie de un salto y con una fuerte sacudida de la pierna a la vez que las manos empujaban el bulto consiguió expulsar el objeto que le atemorizaba. La sorpresa fue mayúscula ante lo que apareció a la escasa luz, pero justo en ese momento apareció por la puerta quien conocía la respuesta a nuestra alarmante incógnita. Sabíamos que la perra estaba preñada, pero no tuvimos la sospecha de que el momento feliz estaba ya al caer, hasta que nos los metió en la cama, como quien dice. En esa su nueva entrada traía ya a su segundo perrito con la boca, y era su intención seguir yendo y viniendo hasta que las cinco criaturas que acababa de parir, estuvieran todas a buen recaudo junto al calor que los humanos podíamos darles. Visto lo cual, mi padre cogió un cesto y acompañado de la perra se acercó a la otra caseta y con la aprobación de su madre metió los restantes galguitos y regresaron junto a la familia que les esperaba expectantes. Hicimos un hueco en el rincón y sobre un montón de paja, y unos sacos parece que satisfizo las exigencias momentáneas de una madre. Mi tía no estaba al corriente de cuando la tocaba parir a la perra. De haberlo sabido seguro que no se aventura a salir del pueblo o hubiéramos pecado de sobre protectores.
Aquella situación la recordaba después de muchos años y un buen día me documenté acerca de este tema. Creo que es interesante conocer el mundo animal aunque sea sin entrar mucho en detalle pero cuando se vive en contacto con la naturaleza, ésta nos instruye; es la pedagogía del aprendizaje vinculado a la vida.
La gestación de las perras es de aproximadamente 60 días y salvo raras ocasiones, el alumbramiento es del modo más natural, A medida que se acerca el momento, sus amos, comienzan a estar preocupados, lógicamente debido al cariño que sienten por ella, sobre todo cuando la hembra o sus dueños son primerizos, la inquietud de cómo se va a desarrollar la salida de los cachorros es mayor. Bueno pues, hay que tener en cuenta que, lo mismo que el de los seres humanos, y el de todos los animales, es el fenómeno más natural del mundo, y solo en raras ocasiones necesitan ayuda y ella prefiere realizarlo sóla y en un lugar tranquilo, oscuro y apartado, sin ninguna intervención humana. La madre se colocará en posición acostada con la cara vuelta hacia el abdomen empezará a hacer esfuerzos a la vez que las contracciones cada dos o tres minutos. Es el momento de dejarla sola unas 8 horas y si pasado ese tiempo no ha aparecido ningún perrito, conviene llamar al veterinario. Posterior al parto es conveniente colocar a la madre con sus crías en un cajón de madera con una cama de trapos viejos en un lugar cálido y alimentar a la madre con proteínas.
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