CANDIDO Y ANTOLINA
Mi padre, Cándido (año 1994). |
Eran una pareja corriente, con el rostro curtido por el trabajo al aire libre, y con su indumentaria bastante parecida a la de sus progenitores: El, con albarcas, chaqueta de pana y boina. Ella, alpargatas de esparto, delantal y pañuelo a la cabeza.
En su etapa en Basauri, adoptaron las costumbres de vestir de la ciudad, copiando de sus nuevos convecinos y mi padre, reacio a dejar la inseparable boina, la cambió por txapela de más amplitud, al uso de las Vascongadas.
Enumerar las cualidades que determinarían como era mi padre resultaría bastante jactancioso por mi parte. Obviamente. ¡Qué voy a decir yo de mi padre! Para simplificar, solamente diré que era muy parecido al suyo, un esforzado y honrado trabajador, pero en lo que respecta a la formación escolar, a diferencia de que Enedino no tuvo ninguna, Cándido superó al resto de sus compañeros de clase obteniendo por ello una medalla de oro que el ayuntamiento concedía los años anteriores a la guerra civil y que años después su madre tuvo que empeñar para pagar alguna fianza de la tienda. (Esta explicación daba, cuando se le preguntaba qué fue del galardón). Después quiso ir con los frailes para poder seguir estudiando, pero su padre no se lo permitió por ser el hijo mayor, la ayuda tanto tiempo esperada. “El saber no ocupa lugar” y en la vida siempre se desenvolvió bien con sus cuentas, pero siempre le quedó el hambre del saber insatisfecho. No obstante, su preparación le animó para acometer los pequeños negocios en que se involucró en su etapa como emigrante y que le resultaron gratos y provechosos.
No fue un bebedor empedernido, pero le gustaba tomar algún vasito entre horas y en las comidas. En cuanto a fumar, tenía vicio, y acostumbraba a liar él mismo sus cigarrillos con tabaco picado de importación.
En lo que respecta a mi madre, era en su juventud una mujer de 58kg pero muy afanosa que atendía el hogar, los niños, y las comidas.
Mis padres, Antolina y Cándido (año 1944). |
Siempre se le dieron bien los trabajos en punto y confeccionaba jerséis u otras
prendas para toda la familia pero no parecía quedar satisfecha con eso, que
continuamente criaba gallinas, uno o dos
cerdos y conejos. Todo esto llevaba muchas horas y esfuerzos, sobretodo
sin agua corriente en casa. Además en muchas ocasiones acompañaba a su esposo
al campo supliendo la necesidad de un jornalero. Y por si esto fuera poco, no
puedo callar el gran mérito que supone el asistir durante unos años a clases de
formación de adultos para la alfabetización de la ciudadanía, con resultados
excelentes, superando así la gran deficiencia arrastrada desde su infancia
consecuencia de la falta de un padre. Sí, mi abuela Eusebia fue madre soltera,
vivía en Tórtoles, la más pobre en su pueblo, pero también la más estimada por
todo el mundo.
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