domingo, 8 de enero de 2017

Mis Raíces Casconas - 25 - LA COSECHA

LA COSECHA


         Este pueblo se dedica al cultivo de cereales, cebada, trigo, centeno y avena principalmente En los tiempos de mi abuelo aún no habían llegado las máquinas al campo. Todo se hacía a mano y llevaba mucho tiempo, eran trabajos duros y los beneficios no sacaban a nadie de la pobreza, pero permitía comer el año siguiente si no llegaba un desastre natural, o un fuego accidental que diera al traste con todo el trabajo. sin dejar de mirar temerosos al cielo pensando siempre, en si lloverá o pasará el nublado.


        

Hoy se festeja un día de verano para recordar lo que eran entonces las faenas de la siega, atado, acarreo, trilla y separado de paja y grano con la bieldadora. Lo que ahora gusta recordar con regocijo, eran entonces duras tareas, en los días del estío con temperaturas de fuego, madrugando antes de amanecer y recorrer hasta 15 kilómetros para llegar a la finca. Trabajar de sol a sol y volver a casa anochecido ya tropezando por caminos polvorientos surcados de roderones que las ruedas de los carros habían labrado en el invierno. El trabajo que se desarrollaba con la participación de toda la familia empezaba tras el acarreo, cuando las mieses en forma de haces llegaban a la era y se procedía a las tareas de la trilla, que se denomina así porque esta labor se realizaba con un trillo, que es un apero o herramienta agrícola que ya ha quedado obsoleta, pero con pequeñas variaciones, su uso se remonta a siglos antes de Cristo y por distintas civilizaciones del mundo conocido; se destinaba a separar el trigo de la paja, es decir, a trillar. Es un tablero grueso, hecho con madera de pino negro con la parte frontal algo más estrecha y curvada hacia arriba como una tabla de esquí y en la parte inferior del orden de 2.000 a 3.000 esquirlas cortantes de piedra de pedernal muy duras (silex) en ordenadas filas que durante horas se arrastraban sobre las espigas. Mediante una argolla clavada en la parte de adelante tiraban de él dos machos o mulas y se montaba una persona que guiaba dando vueltas en torno a la parva, sentaba sobre una silla o a veces una piedra, que se añadía para conseguir que el trillo pesara más. Al moverse en círculos sobre la cosecha extendida, las lascas, cortaban la paja y las espigas sin dañar las semillas. Posteriormente se amontonaba dispuesto ya para la bielda.

Mencionaré aquí a los trilleros del pueblo segoviano de Cantalejo, (Segovia) que se dedicaban al trabajo artesano de la elaboración de trillos ocupando al menos a un 80% de sus habitantes, generación tras generación desde siglos atrás, alcanzando una gran destreza incluyendo todas las tareas desde la tala del pino, elaboración del trillo propiamente dicha, transporte por toda la meseta española, y la venta y mantenimiento, alcanzando por los años cincuenta cifras de 30.000 unidades, además de otros diversos aperos. Ya por los años 70 dejaron de fabricar en serie y únicamente existe una pequeña demanda como souvenir, o elaboradas piezas de artesanía combinando con acero o cristal, para adorno en fondo en escaparates, cabeceros de dormitorios, original mesa de salón, consiguiendo un atractivo toque de antigüedad.

Continuando con el tema de este capítulo, eran días de mucho trabajo y como ya he dicho todos, grandes y pequeños ayudaban según sus fuerzas que incluso a los pequeños también se les asignaba tareas como la de aprovisionamiento del botijo de agua desde la Fuente Vieja, para las eras del Bonete. Este servicio era necesario llevarlo a cabo al menos tres veces al día, y a veces se interrumpía porque en el camino había un peral, o una perra con perritos, etc. en consecuencia el agua llegaba tarde y caliente. De la comida se encargaba la madre que quedaba en casa para hacer las compras, la limpieza del hogar, dar de comer a los animales domésticos, cocinar y llevar las viandas a la era, donde los suyos esperaban ya con hambre canina, A la sombra del carro y sentados sobre el suelo alrededor de la cazuela, padres e hijos devoraban los garbanzos a los que se había añadido un buen trozo de tocino, una mano de cerdo y un choricillo de lo de la matanza de noviembre, acompañado de una ensalada, y como no, los productos de la tierra: La hogaza de pan y el jarro de vino clarete, con una guindilla verde escabechada de las que te entra el hipo. Por la tardecilla se consideraba que ya estaban trituradas las espigas y se recogía en un montón, que día tras día se hacía mayor, y que urgía seguir sin pausa hasta terminar la trilla, para a continuación empezar con la bielda, que separa el grano de la paja, y así poder llevar cuanto antes a guardar, la cebada o trigo limpio al granero, y la paja que se necesitaría durante el año al pajar y concluir una vez que ya todo está a cubierto, y protegido de una posible tormenta devastadora, que a última hora mandara al garete, la ilusión de todo un año. Las faenas descritas se hacían a mano con ayuda de los machos (mulos) y las herramientas o útiles que estas tareas precisaban: Trillo, horca, camizadera, bieldo, rastro y otras que conocimos de primera mano, y desde temprana edad; mención especial, podríamos hacer de la beldadora, que aunque aún se movía sin motor era un ingenio que agilizaba mucho la tarea de separar grano y paja. No creo que nos pase lo que cuentan que le pasó a uno de pueblo, que después de años de su emigración, volvía hecho un finolis y no recordaba ya aquellas cosas ni de nombre, pero cuando precisamente se lo explicaban en la era, pisó accidentalmente el rastro por el lado de los dientes y la fuerza del pisotón hizo que el mango se elevara con ímpetu y le dejó marcado el golpe sobre la cara, al tiempo que le salía de forma espontánea...”jodido rastro”, con las correspondientes risas de los chicos del pueblo. 


Mencionaré aquí a los trilleros del pueblo segoviano de Cantalejo, (Segovia) que se dedicaban al trabajo artesano de la elaboración de trillos ocupando al menos a un 80% de sus habitantes, generación tras generación desde siglos atrás, alcanzando una gran destreza incluyendo todas las tareas desde la tala del pino, elaboración del trillo propiamente dicha, transporte por toda la meseta española, y la venta y mantenimiento, alcanzando por los años cincuenta cifras de 30.000 unidades, además de otros diversos aperos. Ya por los años 70 dejaron de fabricar en serie y únicamente existe una pequeña demanda como souvenir, o elaboradas piezas de artesanía combinando con acero o cristal, para adorno en fondo en escaparates, cabeceros de dormitorios, original mesa de salón, consiguiendo un atractivo toque de antigüedad.

Continuando con el tema de este capítulo, eran días de mucho trabajo y como ya he dicho todos, grandes y pequeños ayudaban según sus fuerzas que incluso a los pequeños también se les asignaba tareas como la de aprovisionamiento del botijo de agua desde la Fuente Vieja, para las eras del Bonete. Este servicio era necesario llevarlo a cabo al menos tres veces al día, y a veces se interrumpía porque en el camino había un peral, o una perra con perritos, etc. en consecuencia el agua llegaba tarde y caliente. De la comida se encargaba la madre que quedaba en casa para hacer las compras, la limpieza del hogar, dar de comer a los animales domésticos, cocinar y llevar las viandas a la era, donde los suyos esperaban ya con hambre canina, A la sombra del carro y sentados sobre el suelo alrededor de la cazuela, padres e hijos devoraban los garbanzos a los que se había añadido un buen trozo de tocino, una mano de cerdo y un choricillo de lo de la matanza de noviembre, acompañado de una ensalada, y como no, los productos de la tierra: La hogaza de pan y el jarro de vino clarete, con una guindilla verde escabechada de las que te entra el hipo. Por la tardecilla se consideraba que ya estaban trituradas las espigas y se recogía en un montón, que día tras día se hacía mayor, y que urgía seguir sin pausa hasta terminar la trilla, para a continuación empezar con la bielda, que separa el grano de la paja, y así poder llevar cuanto antes a guardar, la cebada o trigo limpio al granero, y la paja que se necesitaría durante el año al pajar y concluir una vez que ya todo está a cubierto, y protegido de una posible tormenta devastadora, que a última hora mandara al garete, la ilusión de todo un año. Las faenas descritas se hacían a mano con ayuda de los machos (mulos) y las herramientas o útiles que estas tareas precisaban: Trillo, horca, camizadera, bieldo, rastro y otras que conocimos de primera mano, y desde temprana edad; mención especial, podríamos hacer de la beldadora, que aunque aún se movía sin motor era un ingenio que agilizaba mucho la tarea de separar grano y paja. No creo que nos pase lo que cuentan que le pasó a uno de pueblo, que después de años de su emigración, volvía hecho un finolis y no recordaba ya aquellas cosas ni de nombre, pero cuando precisamente se lo explicaban en la era, pisó accidentalmente el rastro por el lado de los dientes y la fuerza del pisotón hizo que el mango se elevara con ímpetu y le dejó marcado el golpe sobre la cara, al tiempo que le salía de forma espontánea...”jodido rastro”, con las correspondientes risas de los chicos del pueblo. 

La llegada de las máquinas eliminó la necesidad de mano de obra y dio lugar a la emigración, dejando las fincas en manos de los que se enfrentaron al endeudamiento que suponía la compra del tractor, y todos los útiles necesarios. Muchos pueblos quedaron desiertos, y hoy son ya ruinas.
La  bieldadora

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