lunes, 19 de octubre de 2015

Mis Raices Casconas - 11 - TARDES DE MERIENDA

TARDES DE MERIENDA

      
       Caída la tarde tocaba merendar y no siempre se disponía de lo necesario para ello, así que se ponían de acuerdo y cada día le tocaba a uno  sacar de su casa lo que pudiese pillar. Muchas fueron las ocasiones que desapareció del fogón la cena del resto de la familia, o los chorizos que se estaban ahumando colgados en la cocina, y nadie se explicaba como había sido, sospechando de gatos, perros, propios o del barrio antes que del propio hijo que  ese día compartía con sus amigos el buen hacer como cocinera de su madre, hermana o cuñada, como le pasó a Antolina, que se llevaron el pollo ya guisado con la cazuela y todo y meses después le llevó el tío Esteban la cazuela a la abuela, para ver si era de casa que alguien se había dejado olvidado en la bodega. A Afrodisia también en una ocasión la quitaron del corral el mejor pollo que tenía, y aunque sospechó de sus hermanos pequeños nunca lo supo con certeza.   
      Había que ser solidario y cuando alguno de la cuadrilla no participaba como los demás, entre todos ideaban alguna estrategia para robarle a su madre un pollo o conejo, y al hijo le decían que lo habían comprado y debía poner su parte en metálico, que se repartían y así ya tenían para unos tragos en la taberna.   Pero los chorizos tenían una atracción muy especial  y conseguirlos no presentaban demasiadas complicaciones, excepción de aquella vez que Cándido el Chapetas, José el Mantecas y Santiago el Gordillo, después de unos tragos en la bodega, comentaron que vendría bien echar un cigarro, pero por entonces estaba el racionamiento y no les quedaba ya ni rastro de ellos; el caso es que pensaron que un amigo que no fumaba les podría dar un pitillo así que decidieron dirigirse a su casa en la Calle Arriba. No hubo suerte y Santiago comentó que ya de paso lo iba a intentar en casa de su novia Felipa que vivía muy cerca, justo en la calle del Calvario, porque su futuro suegro, tampoco tenía vicio por el tabaco. No había nadie, pero la puerta estaba entornada sin cerrar cómo era habitual, pues por entonces todas las puertas estaban abiertas durante el día y Santiago con confianza, entró y sacó a sus amigos medio pan y el jarro. Anda, como vamos a comer pan solo. Es que no veo nada, pero si me ayudáis, algo encontraremos. Así fue como dieron con la orza llena de chorizos, y la alegría de tener a su disposición semejante tesoro en tiempo de hambre les hizo perder el razonamiento y salieron de allí, con los bolsos llenos de chorizos, e impregnados de aceite; mi padre de una chaqueta y los otros dos, de sus tres cuartos militar, porque estaban en la mili y acababan de venir de permiso. Bajaban por la plaza hacia los bares y generosamente ofrecían y compartían con los amigos que se encontraban, e incluso a la dueña, se los ofrecieron diciéndola, “come con confianza que son tuyos” y si no te lo crees ahora cuando subas lo verás. El padre denunció el robo y la guardia civil no tuvo dificultad para encontrar a los autores porque no lo ocultaron. Estaban en el bar y los invitaron muy amablemente a que les acompañaran al ayuntamiento, donde estuvieron encerrados toda la tarde y posteriormente les soltaron con la condición de llenar la orza con los chorizos que sus madres tenían en casa, y comprar un jarro nuevo porque le habían roto. El noviazgo se deshizo porque al novio no le pareció bien estar detenido por este hecho.
       El  lechazo de cordero (cordero de leche) asado en horno de leña, era y sigue siendo muy apreciado en toda la región, así como las chuletillas de cordero de pasto a la parrilla, y los días grandes se festejaban con merienda especial, así que si la ocasión lo propiciaba, los mozos siempre estaban dispuestos aunque el problema económico siempre estaba presente y     tenían que  afinar su ingenio para conseguir su ágape preferido.
       Para ejemplos, de cómo conseguir dinerillo para unas chuletas, me contaron que en ocasiones sacaban la yunta de machos de la cuadra y  se  alquilaban la yunta de machos y su trabajo, por el jornal, que se lo quedaban, diciendo en casa que habían estado trabajando en alguna finca de la familia.    
     Otras veces se arriesgaban a quitarle grano al padre justo un saquito de trigo, para sacar de su venta lo necesario para merendar.
      No siempre salían las cosas como se planeaban, y  después de tantos años no les avergüenza  contar entre risas aquellas aventuras de juventud, como es el caso de Valeriano el hijo de la tiá Ricarda que creyó que escondía bien el saco bajo la paja, pero su maniobra en una era junto al cementerio, estaba siendo observada desde una casa de la calle Arriba por la Roja, y una cuñada, e intuyeron lo que pasaba. Acto seguido tomaron la decisión de quitárselo, como así lo hicieron. Años después se atrevieron a confesarle la faena   que le hicieron aquella tarde de un día de Jueves Santo, y tuvieron juerga para rato. 


      Algo similar a lo que comentaba en el párrafo anterior, acostumbraba a relatar con mucho regocijo el abuelo. Decía que un domingo a la tarde del mes de noviembre, y en los días próximos a San Martín llegó a casa a una hora en que no esperaba hubiera nadie, y que al parecer tampoco su llegada era esperada, cuando empezó a oír ruidos en la planta alta de la casa, en el desván concretamente, que le pusieron en alerta, por ser ese el sitio destinado como granero. En eso que alguien empezó a bajar por la escalera; se ocultó sigilosamente y aguardó hasta ver la cara del  inesperado visitante, el cual resultó ser Ángel, uno de sus hijos. Estuvo a punto de salir de su escondite, pero aguantó porque el demonio, debía ser, le decía que algo raro se llevaba entre manos en esa tarde festiva. Así  que vigiló sus movimientos que fueron, en primer lugar ir a la calleja lateral de la casa, donde su cómplice, que tampoco le resultó extraño porque se trataba de su hijo Esteban, esperaba cargado con un saquito de unos veinte kilos; todo indicaba que el primero lo había deslizado amarrado con una cuerda por la ventana, el segundo lo recibió y quitó la cuerda que quedó recogida arriba, y ahora con paso decidido se encaminaban a la calle. Siguió sus pasos inquieto por saber qué sería lo que sus hijos llevaban en el saco y pronto empezó a entender lo que estaba ocurriendo, cuando al llegar a la plaza, porteador y cómplice se encaminaron al portal de  un
aprovechado vecino, cuyo nombre no viene al caso, pero de todos conocido, que nunca dejaba pasar la ocasión de comprar cereales especialmente si sospechaba que era de procedencia dudosa, para beneficiarse en el precio. Pocos segundos necesitó nuestro abuelo Chapetas para comprender la situación y tomar cartas en el asunto. Entró en la casa sorprendiendo a vendedores y comprador, pero éste al verle y queriendo darse tiempo para encontrar una explicación, le dijo....“¡Hombre Enedino!, ¿Cómo así por aquí?”  A lo que nuestro antepasado contestó: “pues qué va a ser sinó que a cobrar el cereal que les acabo de mandar traer a mis hijos”. Aquel día la merienda que prometía ser, no pudo ser, y la lección recibida no necesitó de más palabras. A buen entendedor