SUPER BEBES
Nacer en
aquellos tiempos, en casa, con la partera, sin ningún examen médico ni siquiera
de lo más rutinario, ni anterior ni posterior al alumbramiento, requiere como
mínimo de una naturaleza fuerte y que haya un poquito de suerte. Con toda
certeza puedo afirmar, que ni siquiera en nuestros primeros años, disponíamos
de pediatra que siguiese nuestra evolución y aconsejara la elección y compra de
una cuna, ergonómica, rigurosamente homologada conforme a las normas CE y
equipada con materiales antialérgicos; ni existían como ahora biberones
antisépticos y anticólicos de polietersulfona sin bisfenol, con tetina
anatómica de silicona, dotada de caudal lento, para complementar el pecho
materno; tampoco una leche de alta
calidad, sin gluten y enriquecida con proteínas lácteas, analizada bacteriológicamente, para
garantizar una perfecta inmunidad al ataque infeccioso, de los microbios
causantes de los más graves trastornos y
males. Ahora los padres son asesorados también, sobre qué juguetes son los
idóneos para cada fase, de edad. A nosotros, de caprichos nada, ni siquiera un
gusiluz. Nos daban la matraca con un sonajero que más que calmar amenazaba,
como lo hacía la letra de aquella nana:
Duérmete niño
que viene el coco,
y se come a los niños
que duermen poco.
Duérmete niño
Duérmete ya,
Que viene el coco
y te comerá.
Nosotros
teníamos sopas de pan, y papilla de harina de maiz. Si nuestro culito se
irritaba con los pañales reutilizables, lo dejaban al aire y punto, que no
conocían esas cremas ideales; todo lo más unos polvitos de talco. Nadie pensó
en la conveniencia de un examen rutinario de lo más elemental, como la vista.
Seguimos la aventura de la vida como si tal cosa, ignorando los riesgos y
atravesando día a día, con decenas de enfermedades acechándonos, buscando un organismo débil al que atacar.
Superada la lactancia, empezamos a
corretear, y día a día íbamos conociendo que el famoso coco tiene aliados y son
muchos: Si no te comes todo, vendrá el hombre del saco y te llevará. No vayas a
la carretera, que está el sacamantecas. Obedece, o el demonio vendrá a por ti.
Cuando se haga de noche, ven a casa sin falta que es la hora de las
brujas. Si te portas mal, te perseguirá
el hombre lobo. No digas palabrotas, que Lucifer busca niños malos. Duérmete, o
aparecen los fantasmas. Y un montón más de aberraciones que machacando día y
noche nos hicieron ser fuertes también de espíritu o perecer en el intento.
Nuestros juegos transcurrían a veces en
ambientes tan nocivos como pueda serlo una cuadra, un abrevadero, la pocilga,
el gallinero, y aguas fecales; los juguetes de materiales reciclados como una
lata roñosa, los útiles de corte empleados sin autorización de los adultos,
objetos punzantes como si fueran espadas, piedras como proyectiles y a jugar a
la guerra inventada por niños, en la cual, al estilo de las guerras del
inolvidable humorista Miguel Gila, la batalla se suspendía por cualquier
contratiempo “Oye, dejad de tirar que le habéis dado a Pepito”. “Esperad un
poco que cojamos piedras que se nos han acabado” Y acto seguido sin ningún
recelo, nos liábamos a pedradas otra vez y todo lo más unos rasguños, que se
infectaban con la suciedad, el barro y las moscas; jugábamos con gusanos,
grillos saltamontes, lagartijas, caracoles y sapos; acariciábamos al gato y al
perro que estaban sin vacunar, dejándonos
lamer hasta en la cara; nos metíamos entre los rebaños de ovejas cuando éstas
llegaban por las tardes, respirando toda la suciedad y polvo que levantaban y
nadie era consciente de la importancia del aseo, sobre todo a la hora de comer;
nos subíamos a paredes y árboles a coger los nidos, bebíamos agua de
manantiales sin analizar, todos de la misma botella y conducíamos la bicicleta
sin casco y sin frenos cuesta abajo; los armarios de las medicinas no se
guardaban bajo llave, y si alguna vez montábamos en un vehículo no tenían
cinturón de seguridad.
Parece incomprensible que después de
una infancia tan expuesta a los innumerables peligros de accidentes, virus,
contagios, infecciones y tantos riesgos a enfermedades como por ejemplo: el
tifus, polio, escarlatina, viruela y el tétano: saliéramos adelante impunemente
ilesos y ello significa además haber adquirido necesariamente los anticuerpos
que nos hacen inmunes a muchas otras enfermedades; demostrando con ello que
haber sobrevivido a tantas pruebas de riesgo, reforzó nuestras defensas lo
suficiente, para que hayamos gozado de una salud, con toda seguridad más saludable que la de nuestros hijos, que
tanto nos ha traído a vueltas y de cabeza.