EMIGRANTES
Podría decirse que marcharon a su primera experiencia lejos de su tierra, en la provincia de Logroño, que por entonces pertenecía a Castilla la Vieja y ahora es la Comunidad Autónoma de La Rioja, los cuatro cuñados juntos, porque se llevaban muy bien y se encontraban en una situación similar.
Llegaron a la zona de Nájera y se contrataron a destajo para un labrador de Uruñuela, pueblo colindante y así, aunque trabajaban muchas horas, obtenían mayor beneficio en la temporada. Dormían en un pajar, pero la comida que les era proporcionada por el patrón cumplía con sus mejores exigencias. Además, la temporada en La Rioja venía adelantada de 20 a 30 días respecto a la de nuestra tierra, y para el día 16 de julio ya se podían volver con unos billetes para celebrar la fiesta con la familia; les salió bastante bien, tanto, que incluso repitieron al año siguiente, entre los dos años conocieron: Navarrete, Hormilleja, El Ciego, Fuenmayor y otros pueblos de la zona llegando a ser requeridos por varios propietarios una vez que se conoció su trabajo bien hecho.
La experiencia les enseñó que el mundo no se acababa en lo conocido y que el futuro en otro lugar, bien podía ser mejor que lo que su pueblo les deparaba, si se estaba dispuesto a trabajar. Solo quedaba echarle coraje y pasar de lo que dice el refrán “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer” porque aún eran jóvenes y era el momento de intentarlo. La semilla de la emigración empezó a germinar.
Es curioso que con los años, los cuatro cuñadísimos emigraron casi a la vez y no a La Rioja sinó que fueron todos a Vizcaya, porque en ese momento era donde se demandaba la mano de obra. Y con ellos, en esta ocasión se llevaron a toda familia. Esta vez, no se trataba de segar, pero llegaron con una gran voluntad de trabajar en lo que se les ofreciese, con el fin de poder mantener unidos a los hijos, que seguían así en el seno de la familia.
Sí. Emigramos toda la familia. Con ello me estoy refiriendo a mis abuelos Enedino y Petra y sus hijos y nietos. Todos nos repartimos entre Portugalete, Basauri y Galdácano; los tres, municipios de Vizcaya, con industria floreciente que demandaba mano de obra y nos acogió al igual que a otros miles de trabajadores del campo, que llegábamos desde todos los puntos de la geografía española. De esta familia, no quedó nadie en el pueblo.
Encontramos al principio cierto rechazo por parte de algunos oriundos hacia los que de todas las regiones de España llegábamos, porque para ellos suponía un repentino aumento de la población y como consecuencia, aumentaba el consumo y se encarecían los pisos y artículos de primera necesidad. Gentes de costumbres muy diferentes, que llamaban a otros, y que se traían a toda la familia, compartiendo un piso entre varios matrimonios en régimen de habitación con derecho a cocina, mientras que los que eran solteros y estaban solos se metían de posaderos en casa de algún familiar o amigo. Fue como una avalancha descontrolada que afectaba en el entorno laboral, porque los recién llegados eran preferidos por los empresarios por su disposición a trabajar donde fuese y al precio que fuere, rompiendo reivindicaciones obreras en las empresas, lo que daba lugar a cierto rechazo. Es la lucha por buscarse un sitio, hacer el nido y dar de comer a sus polluelos todos los días; y después de todo, preparar un futuro para toda la familia. Despectivamente nos llamaban “maquetos y pardillos”.
Estos eran los años 60. Creo que la emigración nos trae tanto a mí, como a mis hermanas, primos y primas, muchos recuerdos no todos buenos, pero nos hace ilusión leer las noticias sobre ello en la actualidad, recordándolo con nostalgia, que fueron parte de nuestras comunes vivencias. Después la vida en una ciudad diluyó la relación que teníamos, centrando a cada uno en integrarse y salir adelante y llegamos a la etapa de nuestra adolescencia, unos estudiar, otros trabajar, ligues, novias, casarnos, unos antes y otros después, los problemas particulares, poco a poco, propiciaron que hayamos perdido aquella unión.
En mi caso, primero marcharon mis hermanas, animadas por otras que habían salido antes. Mi padre viendo que nuestra familia se empezaba a dividir se fue a Bilbao en busca de trabajo y reunificarnos a todos en una vivienda familiar. Logró su propósito montando un bar sencillo que llamamos Bar Basauri y que permitió trabajar juntos a mi padre y mis hermanas. Así que el día 20 de diciembre del año 1962, a las 8 de la mañana partíamos, mi madre y los dos niños que quedábamos en casa, Lázaro y yo, Paco. Con nosotros emigraban también la tía Afrodisia con Tere y Fortu y nos llevábamos a los abuelos Enedino y Petra para pasar el invierno. Naturalmente que como la intención era quedarnos para siempre, la despedida del pueblo resultó bastante dramática para los mayores; lloros porque ya no volverían a ver a nadie del pueblo, lloros por sus convecinos, lloros por los parientes que quedaban allí. Los más jóvenes nos lo tomamos como una excursión que prometía muchas expectativas y que estábamos deseosos de hacer. Hoy, después del tiempo, me lo imagino y me dan ganas de reír, por la pinta de pardillos que teníamos que tener, con la típica caricatura que tantas veces vimos en las películas de Paco Martínez Soria, en la mano derecha una maleta atada con una cuerda, y en la izquierda, una gallina viva con alas y patas atadas. De Torre a Burgos en autobús, y de ahí a Basauri en tren con trasbordo en Miranda de Ebro. Preguntamos dónde se habría de tomar el otro tren, y a qué hora, y en el andén que nos dijeron, estuvimos esperándole, sin movernos de allí ninguno para nada, hasta marchar. Iban a ser dos horas pero encima llegó con retraso. Tiritábamos todos desde el más grande hasta el más chico porque eran andenes totalmente abiertos, y era Navidad Yo creo que esa fue la primera vez que monté en un tren, pero todos estábamos un poco perdidos.
En estas fechas salieron sobre todo chicos y chicas solteros hacia Alemania y Suiza pero en aquella época había muchos países demandantes de mano de obra no cualificada y cualificada, como Francia, Australia, Argentina, Canadá. Salían de forma legal, con permiso de residencia, y contrato de trabajo. Todos con la idea de volver algún día, pero no todos lo hicieron, alguno demasiado pronto por terminársele el contrato, o por denegación de la renovación del permiso de residencia y también los que no pudieron realizar su sueño.