LA SUPERVIVENCIA
Pero, ¿Fue duro, o extremadamente duro?,
Naturalmente que cada uno cuenta la feria según le va pero mi impresión es que
todos aguantaron el chaparrón, aunque algunos tenían paraguas, mientras que el
resto tuvo que adaptarse a la situación y sobrellevarlo quitándole el amargor con
un poquito de humor y…Al mal tiempo buena cara.
Se han
empeñado los ricos,
Que han de
joder a los pobres.
En saliendo
el tito y el haba,
Que nos
toquen los cojones.
Que
vivían mal en aquella época, de los años de
guerra y posguerra, lo hemos escuchado muchas veces, pero aún nos parece
exagerado que fuese tanto como cuentan. Todo rigurosamente cierto, aunque la
vida en el campo no es comparable a la de la ciudad que era mucho menos
llevadera: Como ejemplo, los productos que se cultivaban en el terreno se conseguían
mediante el trueque por otros de corral, o canjeando trabajo que se cobraba en
especie. La fauna autóctona que hoy es casi un recuerdo de lo que fue; El
campo, ríos o arroyos también contribuían, algunas veces que con licencia y
otras como furtivos, se traía a casa lo que la ocasión les hubiera propiciado,
algo que de vez en cuando ocurría con cangrejos, perdices, codornices,
pajarillos, conejos de monte, liebres, ranas, peces, caracoles o cualquier otra
cosa, como tenían por costumbre decir,
“todo lo que corre, nada o vuela, a la cazuela”. No voy a ocultar que aunque
algunos no eran capaces de comerlo, otros si se daba la ocasión, comían gato, o
rata de agua comestible y que aseguraban eran carnes que no tenían nada que
envidiar al conejo. Nuestras madres y abuelas hacían milagros para poner todos
los días en la mesa un humeante plato de comida echando mano del ingenio y lo
poco que encontraba en una despensa desangelada. Y la flora también participaba
aunque en pequeñas proporciones de cuando en cuando con plantas silvestres,
como los collalvos o los berros, que se convertían en excelentes ensaladas;
además de exquisitas setas, hongos, moras, acigüembres, cada cosa en su
temporada. En otro orden inferior cabe reseñar que la gente conocía ciertas
plantas, hojas, bayas o raíces. Con unas, preparaban un licor según la tradicional
receta. Con otras remedios caseros con propiedades medicinales para leves trastornos en la salud ya fuera como
agradables tisanas, vahos cremas o cataplasmas; y en otros como condimento para
mejorar un guiso .
Pero
fueron muchos los años de penalidades, desgracias y contratiempos y la
necesidad sin dejar de estar presente por diferentes
circunstancias:
En primer lugar se tenían muchos hijos y los años que duró la
contienda la economía
se resintió alcanzando todo el país.
En
segundo lugar, eran muchos los
hogares que tenían al cabeza de familia en el frente y todos en casa dependían
de èl. Se ansía que llegue la paz pero cuando se alcanza, no viene acompañada
de la esperada recuperación, consecuencia de los traumas en aquellos hogares
que cayeron en desgracia y se vieron en la miseria o tuvieron que sobreponerse
a la pérdida por muerte, invalidez, convalecencia o prisión del padre o hermano.
En tercer lugar, están las adversidades
que se desencadenaron a nivel internacional como una desgraciada concatenación
que nos llevó a que la postguerra fuera un tiempo demasiado largo de hambre,
penurias y necesidades En Europa comenzaba la segunda guerra mundial y no
estaban sus naciones como para socorrer sino más bien para recibir auxilio. Otra
circunstancia por la que la situación se
prolongara tantos años fue
que España se vio aislada del resto del mundo motivado por el boicot que le
hacían al dictador.
Estas
circunstancias colocaron al estado en la tesitura de tener que racionar los
alimentos y productos de primera necesidad, desde el final de la
guerra (1939) hasta el año 1952. Había escasez de todo, y de algunos productos sólo
se podía comprar una cantidad limitada con la cartilla de racionamiento. Mediante
cupones se restringía a cada ciudadano la cantidad semanal previamente designado
su porcentaje, cantidad y precio desde la Compañía General de Abastecimientos, (Abastos)
además de asignarse el proveedor o tienda donde dichos cupones podían canjearse
Era la forma de controlar desde el gobierno el reparto de .suministros escasos. Ibas con
un vale y te daban previo pago una ración de pan, arroz, patatas, azúcar,
tabaco, aceite, lentejas, etc... Alimentos que no te llegaba para un día lo que
se suponía tenía que durar una semana. Imposible conseguir de forma legal
alimentos que no estuvieran controlados por el
racionamiento salvo que se acudiera al estraperlo, como se
llamaba al mercado negro, con precios elevadísimos por ser difíciles de conseguir y además del riesgo de
terminar en la cárcel acusado de contrabando, si te pillaban los de abastos.
Había dos tipos de cartillas: según la clase social o si se era militar, guardia o
cura que tenían derechos diferentes en cuanto al peso por cupón a la semana y a
los excombatientes del ejército franquista, que recibían doble ración de pan. También
se diferenciaban en el cupo a los niños que se les daba además leche.
De lo que si comían en Torre todo lo que
tenían ganas, era pan, porque molían un saco de trigo, con la complicidad del molinero, y después a escondidas y en las
horas nocturnas se cocía en la tahona. Mi abuela Petra, tenía correspondencia
con familiares en Bilbao, y en respuesta a las quejas habituales del tema de la
escasez de alimentos, cuando les escribía una carta les mandaba unas migas
dentro del sobre, y los animaba a que volviesen al pueblo, que por lo menos
gracias al pan casero no se pasaba hambre.
El
que tuviera reservas ya lo podía guardar bien porque, si no, se los quitaban.
Los comerciantes también tenían que esconder sus telas, porque la escasez de
ropa era similar, por la falta de tejidos y los vestidos se
hacían de sábanas manteles o cortinas; otros hilaban y tejían la lana de las
ovejas. Las mujeres se dedicaban a trabajar la lana: lavar, cardar, hilar, tejer
y teñir para las necesidades de la familia o . para ganar cuatro perras.
Todos de casa quien más quien menos,
trabajaban ayudando al cabeza de familia. Con las leyes en la mano, si hoy se
encargara a niños que hicieran tareas que entonces eran normales, todos los
labradores de este pueblo estarían en la cárcel. Desde antes de los doce años,
se les exigía que colaborasen con su esfuerzo por la economía familiar por lo
menos para no ser una carga para los padres y los meses de verano se les
empleaba en las múltiples tareas propias del campo, o contratado por algún
labrador más pudiente, como “agostero” que era este oficio algo así como
recadero y ayudante de peón de labranza. Normalmente se hacía sin sueldo, entendiendo
que trabajaba únicamente a cambio de su manutención y ganándose el crédito para
el próximo año si el comportamiento había sido el esperado.
Se casaban pronto, y sólo salían del hogar paterno
para la boda e ir a ocupar una casa en alquiler, a veces con el único
mobiliario de una cama y una mesa, los asientos cuatro adobes y de menaje de cocina,
dos cazuelas y una sartén.
Enedino trabajaba en el campo, sembraba trigo y cebada con lo que el problema del pan lo tenía solucionado
y algunas legumbres para que no faltara el potaje diario de cocido de garbanzos,
titos o lentejas con algo de carne de la matanza del cerdo los días de fiesta; por
la noche sopas de pan para cenar, o el socorrido huevo frito. En casa siempre
se criaban animales como cerdos, gallinas, conejos y una cabra para leche y así
se ahorraban el dinero para otras escaseces más apremiantes. También se
intercambiaban huevos, pollos o conejos.
Así que entre el corral y lo que producía el terreno, cubrían la base de
su alimentación, la fruta en su tiempo y el majuelo para tener vino todo el año.
El cochino, como allí se dice, se mataba en otoño invierno y había de durar
todo el año; conejos y pollos solo en las fiestas señaladas, todo ello constituían
la base principal en el sustento diario, porque era lo que aquí se obtenía con
màs facilidad, aunque no siempre se conseguía una compra o intercambio y de
conseguirlo, se restringía dosificándolo para que durase un poco más que el mañana
quizás nos deparase peor suerte. Por entonces no había establecida ninguna
pescadería y el pescado se podía comprar únicamente cuando llegaba al pueblo en
venta ambulante, El Charrines. Lo más habitual era el chicharro, las sardinas y
las anchoas, y para ser sinceros el precio era bastante más asequible que lo
que es hoy, sobretodo éstas últimas que han pasado de ser un pescado
despreciado a precios de verdadero lujo, por la disminución que presenta esta
especie a causa de capturas abusivas durante generaciones. No existía el
frigorífico por lo cual las conservas en salazón de bacalao y arenque y las conservas
de escabeche, tenían su pequeño espacio en la tienda de “Ultramarinos”, como un
pequeño supermercado que vendían un poco de todo Generalmente
escaseaban muchos productos y el dependiente te servía los artículos. Muchos
eran a granel y la mayoría se compraban en cantidades pequeñas incluso los
líquidos como el aceite que me acuerdo que tenían unas máquinas expendedoras
que te servían exactamente la cantidad solicitada en el recipiente que llevabas
de casa, generalmente una botella de vidrio. Para los sólidos lo más habitual
era que te lo envolvieran en papel de estraza. Todo ello al capazo (serón en
Torre) porque aún no conocíamos las bolsas de plástico. En invierno debido a la
falta de trabajo mucha gente no ganaba un duro y entonces era bastante usual
que en la tienda te fiaran y se pagara
la trampa (deuda) en los meses después de la recolección.
El
invierno en Castilla es muy duro, y a muchas de aquellas casas les
faltaban las mínimas condiciones de habitabilidad; el frío entraba por todos
los lados porque en una ventana faltaba un cristal, una puerta que no cerraba
del todo, el fuego que no quiere encender, la chimenea no tira, en el techo
múltiples goteras y además, insectos campando a sus anchas, algún que otro
ratoncillo ...Vamos, que como en la edad media. Había excepciones claro.
Mi padre, desde su infancia, comprobó por
si mismo que la agricultura era en su época como la esclavitud, pero como era
el hijo mayor, su padre esperaba impaciente que llegara el momento de poder
compartir el duro trabajo, y quizás de poder cultivar más parcelas que les
permitiera sacar algo más de rendimiento. Pero a pesar de conocerlo de antemano,
también él se sometió a la tierra, con las esperanzas puestas en la ansiada
lluvia que cuando debería caer nunca lo hacía y llegaba siempre a destiempo o
en forma desmedida. Su delicada salud, le hizo pensar en un cambio de
ocupación, y así fue como mi destino de hijo varón también cambió después de generaciones.