SACOS DESDE LA ERA
Dicen
que el mundo cambió desde que se inventó la rueda. En Torresandino en los años
cincuenta, aún estábamos trabajando como los romanos, y los sacos se llevaban
al hombro; claro que sí hombre, con dos cojones, que para eso somos Cascones.
Pues bien, esto viene al caso, porque quiero relatar una anécdota que nos
ocurrió al primo Fortu y a mí a la escasa edad de diez, u once años cierto día
que obedientes cumplíamos el encargo de llevar a casa desde la era del Bonete,
(algo más de 1 Km) un saco lleno de paja para los machos, que si no contenía
mucho peso, sí un gran volumen. Nos alternábamos con la carga, porque nos
dolían nuestras manos menudas, poco adaptadas a semejante ejercicio.
Antes de
nada quiero dejar bien claro que ninguno de los dos éramos de esos chicos
sinvergüenzas, gamberros, caraduras, o descarados, aunque pensaréis que yo qué
voy a decir. También me lo podía haber callado, ¿no? pero ésa es la verdad
aunque los hechos digan lo contrario. Esa tarde debíamos de estar en un estado
de ánimo que nos hizo creernos los más graciosos y ocurrentes del barrio. Hoy
repasando aquel episodio, voy a ser muy sincero y relataré los hechos tal como
sucedieron:
Por la
misma calle en dirección contraria a la nuestra venía una señora conocida, en
aquellos días de unos treinta y cinco años de nombre Simona, que para más señas
era por entonces la cartera o repartidora de la correspondencia en el pueblo;
de quién de los dos fue la ocurrencia carece de importancia, pero el caso es
que al llegar a su altura empezamos a canturrear haciendo juego de palabras con
su nombre; Sí, mona, mona sí, Simona, mona. Claro que no la debió de gustar y
aunque intentamos salir corriendo la bastaron unos pocos metros para alcanzarme
a mí, que en ese momento llevaba el saco, que solté con rapidez pero ella lo
cogió y nos dijo, que para recuperarlo, fuéramos a su casa, con nuestra madre a
pedirla perdón. A mi casa a contarlo y recibir la regañina de mi madre que no
fue pequeña, y los tres volvimos a cumplir con el castigo que la ofendida
señora nos había impuesto y con el cual mi madre estaba de acuerdo y me parece
que también yo. Sin embargo, algo que no nos esperábamos hizo que, lo que en
principio hubiera sido fácil, no lo fuera tanto para nuestro ego, porque la
plazoleta donde se nos esperaba estaba llena de contertulios que a esa hora, en
los días de calor, es normal que estén charlando entre los vecinos a la puerta
de las casas. El saco estaba presente y para llevarlo, la ofendida exigió que
el perdón fuera suplicado de rodillas, mi madre aceptó y para más INRI, cada
vez más espectadores se unían al ya tumulto. Ante la expectativa de que la
señora Simona parecía estar decidida, me planteé que cumplir con lo preceptivo
terminando cuanto antes sería lo menos penoso, puse la rodilla en tierra y
levantando la barbilla hacia la buena señora, con voz titubeante le solté las
palabras exigidas: “Perdón, perdón, ¿me perdona usted?.” A mis espaldas escuché
que alguien me dijo cariñosamente. “Ya has cumplido, levántate.” Con lo cual yo
quedé redimido y cargué con el saco. Mientras tanto, Fortu, más valiente porque
no tenía a su madre como yo, exigiéndome que diera una satisfacción a la
ofendida señora, se pudo escabullir diciendo que el saco no era de él y que no
tenía que pedir perdón a nadie para recuperarlo.