LAS ESCUELAS
Mi primer contacto con las letras, podría decir que fue como parvulito en casa de la señora Eulogia, con tres o cuatro años me imagino; allí aprendíamos a conocer las vocales y contar hasta diez, un grupito de niños, y así nuestra madre tenía tiempo para ayudar al padre en las tareas de la cosecha, recuerdo que era en una casa que hoy ya está hundida, junto a la que vivió Franquillo en la calle del Ranal.
Después con seis añitos, se empezaba en las escuelas, los chicos estábamos junto a la plaza que llamábamos el cuartel viejo en un edificio que ya se tiró para construir viviendas, y las chicas en el edificio del antiguo ayuntamiento (Que se quemó), y que ahora lo ocupa el nuevo, ya remozado en la plaza del pueblo. Por entonces serían los años cincuenta y pico se usaba la pizarra y el pizarrín, y los mayores escribían en cuaderno con lápiz o con el plumín mojando en tinta del tintero del pupitre, ya que la invención del bolígrafo fue posterior. Los libros eran siempre los mismos que se pasaban del mayor a sus hermanos menores.
Para aprender las letras: Primera, segunda y tercera cartilla y el Catón. Después ya se estudiaba con la enciclopedia Universal que como su nombre indica valía para todo: Historia Sagrada, Aritmética, Geometría Lengua Española, Historia de España y Ciencias Naturales. El Catecismo era otro librito.
La religión acaparaba un buen porcentaje del tiempo lectivo anual, porque además de las materias en sí, ocupábamos mucho tiempo entre la preparación para Semana Santa, la catequesis a los de las primeras comuniones. En el mes de mayo todas las tardes se rezaba el rosario y se aprendían canciones o versos para el domingo recitarlos en misa. Los seminaristas del pueblo, venían a la escuela con ideas brillantes, para ejecutar con la participación de los alumnos y un ejemplo ahí está, la cruz del “Andeable”, como recuerdo de un día lectivo que se perdió. En Navidades, montar el Belén y la escenificación del nacimiento y adoración viviente, en la plaza. Cuando parecía que no había nada venía el cura para hablarnos del Domund y los negritos, como si a nosotros nos sobrara.
A propósito de esto, me viene a la memoria el reparto de la leche que se hacía en el recreo y nos calentaba el estómago; Durante años la encargada de diluir en agua hirviendo la leche en polvo y hacer la comida fue la Sra. Dionisia y recuerdo cuando ésta estuvo convaleciente durante un año más o menos, por alguna operación quirúrgica, mi madre, Antolina, la sustituyó; Por la tarde, en algunos años, nos repartían queso de bola y plátano. Era la ayuda que trajo el Plan Marsall americano.
La escuela nueva