LA CASA DE SUS PADRES
Contaba mi abuelo que
cuando la casa que había sido de sus padres, fallecidos éstos, sus hermanos
propusieron venderla y acordaron el precio, él manifestó que le hacía falta,
porque estaba a renta pero no tenía esa cantidad, quizás si le bajaban el
precio o se lo dejaban pagar a plazos, se quedaba con ella; le dijeron que de
eso nada que si la quería que pagase lo acordado. Por entonces trabajaba como obrero para el
señor Juanillo, y al día siguiente de esa conversación estando mi abuelo en su
casa, le preguntó la hermana de este hombre, la señora Elena:
“Oye Enedino, he oído que vendéis la casa
de tus padres.
Sí,
si nos sale comprador, la vendemos.
¿No dices tú que quieres comprar una?
¿Mejor que la vuestra... ? Repuso la Tiá Justa, madre de los hermanos que
también se encontraba presente.
Mi
abuelo les comentó la conversación mantenida el día anterior con los otros herederos, a lo cual
aquella buena mujer le recriminó:
Ese mismo
día, les comunicó a sus hermanos que se quedaba con la casa.
“Ya es tarde” le
contestaron “porque ya está apalabrada con fulano; ahora que, si tú nos das un
tanto más es tuya”.
No se cansaba de repetir aquella situación que
evidenciaba la avaricia de su familia y la generosidad de los que no eran nada.
Se quedó con la casa, pagando el sobreprecio exigido. Obviamente de aquellos
mis tíos abuelos, sólo quedan sus descendientes, y no conocerán la historia, ni
sus pormenores. Si acaso estas notas llegaran a ser leídas por ellos,
sencillamente añadir que de aquellos leños no quedan rescoldos; en cambio
añadir, que aunque la deuda material con los hermanos Juanillo, Elena y la tiá
Justa quedó saldada, nuestra familia siempre les estuvo agradecido y les tendrá
en consideración.