Los viejos palomares
El periodo estival está muy indicado para tomar unas vacaciones relajadas y hacerlo en Torresandino, mi pueblo, para mí siempre es una buena opción. Significa pasar un mes descansando, tomando el almuerzo o la merienda en el merendero o bodega de algún amigo, charlando con viejos conocidos en el bar, un par de horas en las piscinas o simplemente paseando recordando el ayer y olvidando el estrés de la ciudad, a eso yo lo llamo disfrutar. Pero este año todo se torció por culpa de los rebrotes de la pandemia. Las noticias del siete de agosto hablaban del confinamiento de Aranda de Duero, que queda muy cerca, pero también le dedicaban páginas a Aragón, Madrid o Euskadi, haciéndonos pensar seriamente en el maldito Covid 19 y que por propia iniciativa evitáramos en lo posible las relaciones sociales. La alternativa podía ser hacer senderismo, y por las mañanas me encaminaba a La Canaleja, La Majada, La Bodeguilla, Carrandón o las orillas del río.
Así fue como paseando por el Parral hacia el recién inaugurado “Paseo Verde Vereda del Esgueva”, descubrí los antiguos palomares en la zona de huertas. Estos se edificaron conforme a las costumbres de la región y las indicaciones del dueño. Aunque todos se hicieron con la misma fábrica, sólo variaba la figura geométrica del perímetro y también cómo no, los autores incluían a veces alguna figura que realzara las paredes o tejado con clara intención de ´dejar su impronta, que además lo hiciera algo singular. Nuestros antepasados optaron por una línea sencilla con o sin patio que a veces servía de huerto. En su tiempo de bonanza había en la zona mencionada al menos media docena, de los cuales el estado de la mayoría es lamentablemente penoso tras sufrir durante muchos años la desidia y el olvido de sus propietarios. Las inclemencias del tiempo han hundido el tejado y abierto incipientes grietas por donde la vegetación invasora penetra y amenaza con arruinar el edificio. Ya nada queda que atraiga a los antiguos inquilinos. Sólo dos palomares uno circular y otro cuadrado siguen erguidos, destacando sus bellas figuras aislados en medio de un campo entre el arroyo del Manzano y las eras del río, frente a las escuelas; un examen más minucioso muestra que tiene también múltiples achaques. Tal vez aún sería posible su recuperación.
Las materias primas empleadas eran siempre de nuestro entorno: En las paredes los cimientos de mampostería y el resto de adobe de barro secado al sol, porque es un buen aislante para ruido y temperatura y que igualmente aguanta un fuego accidental. En el techado vigas de madera y la teja árabe manufacturados en la zona y totalmente reciclables, fuertes, duraderos y de ejecución sencilla. La fachada se recubría con revoques de barro que después se encalaba.
En la parte superior asomaban las troneras por donde entraban y salían las palomas y por una pequeña puerta se accedía al interior para su mantenimiento. En la cara interna de los muros se multiplicaban los nichos donde anidaban y vivían las aves. Además de la producción de carne de pichón se sacaba un beneficio extra del aprovechamiento del estiércol a base de excrementos y la utilización de las plumas.
Los edificios abandonados desde hace ya demasiado tiempo, representan la arquitectura popular de siglos atrás, pero hoy son el vivo reflejo de la decadencia de estas tierras castellanas. Parece que los romanos introdujeron la paloma en nuestras tierras, con los árabes cogió apogeo su reproducción en cautividad y en la baja edad media era privativo de los señores feudales pero en los últimos siglos se fueron transfiriendo las propiedades, campos, viñas, ganados y palomares a los siervos y estos pagaban tributos por ellos. La mayor expansión debió ser a finales del siglo XIX cuando los beneficios eran un buen complemento a la agricultura y por último en la segunda mitad del XX los herederos, nietos o biznietos de los antiguos propietarios los dejaron desatendidos por el escaso interés económico. Son diversos los motivos que llevaron a esta situación:
Los furtivos y las aves de rapiña que mermaban la población de forma drástica.
El éxodo masivo en la zona hizo perder valor y mercado a la carne de pichón.
El desinterés por los subproductos, derivados de las deposiciones y las plumas.
La imposición de impuestos y licencias por la actividad y comercializar la carne.
El costo elevado de la mano de obra de albañilería que un palomar requiere, sea por la erosión a la intemperie o las heces de paloma que todo lo corroe y abrasa, obligan a cambiar la techumbre de vez en cuando para que no se venga abajo.
El abandono es obvio. Lo que no deja beneficios da pérdidas.
Es triste pero con el palomar se está perdiendo un elemento representativo de la identidad de nuestro pueblo y corresponde a esta generación protegerlo para que no se pierda en pocos años el legado que nuestros antepasados nos dejaron y que sigan formado parte del paisaje como lo han sido durante siglos.
El patrimonio se defiende mejor cuanta más sensibilidad tengan los que conviven con el elemento a proteger, estimándolo como una de nuestras señas de identidad cultural; por esta razón es importante una educación global de la sociedad para que sean conscientes de su valor y asuman que se puede y se deben salvar, restaurar y cuidar.
La Ley del Patrimonio Histórico exige que sean inventariados y declarados como bienes de interés cultural y para los que necesiten protección si su dueño no puede o no está dispuesto a cargar con el costo que supondría el poner de nuevo en valor el inmueble, se contemplan disposiciones que implican a todos los poderes públicos incluido el ayuntamiento.
En el caso de los palomares no hay duda de que se trata de un bien cultural de carácter etnográfico por ser una arquitectura popular utilizada largo tiempo en la región como expresión de conocimientos arraigados y transmitidos tradicionalmente.
En Torresandino haría falta alguna iniciativa que llevase a la recuperación de al menos uno de ellos, sería el vestigio para que las siguientes generaciones los recordaran y no quedasen abandonados a su destino como un montón de escombros. En la amplia comarca de Tierra de Campos extendida por las provincias de Zamora, Valladolid, León y Palencia ya existen precedentes.
Lo bien hecho merece ser copiado.