LOS ÁRBOLES
Ahora desearíamos que volviera a cubrirse el paisaje
castellano con extensos bosques de encinas, enebros y robles, mezclados con
retama, carrasca, brezos y esquena, como nos consta que lo estaba en la Edad
Media. Ojalá fuésemos capaces de devolver la vegetación de aquella estampa que
imaginamos, para que con su presencia evidenciasen que los hombres habrían
recuperado la razón y que al fin, reconocen las innumerables ventajas que
aportan a la tierra, ya conocidas y apreciadas por nuestros antepasados como lo
atestiguan documentos de la antigüedad. Se sabe que utilizaban los bosques de
modo sostenible manteniendo grandes superficies desde tiempos inmemorables
hasta la Edad Contemporánea. Pero también sabemos que llegó a tener un valor elevado
y por enriquecerse, en los siglos XIX y XX atacaron sin miramientos los bosques
con hachas y sierras, talando incluso hasta los más distinguidos ejemplares.
Eso era común al sur y sudoeste de la provincia de
Burgos y en mi pueblo, Torresandino no lo fue menos. Buena parte de nuestros
límites lo ocupaba el monte que por la abundancia de monte bajo y carrasca de
encina llamaban El Carrascal. Quién pudiera tener ahora semejante riqueza
arbórea.
Podemos lapidar la discusión con la conocida
expresión:
“Mataron la gallina de los huevos de oro”.
Se puede atribuir al árbol una larga lista de
favores y por señalar alguno de ellos, indicaríamos que son fuente energética por
su aportación de leña para calentar el hogar y carbón para la industria.
Elemento de primer orden en la construcción y amueblado de la casa. Materia
prima en la industria papelera además de multitud de útiles y herramientas. Complementa
la dieta humana dándonos fruta fresca como manzanas, peras, cerezas y ciruelas
o secos como nueces, almendras, avellanas, piñones etc...Tomados tal cual o en zumo,
jarabe, repostería y otros usos de cocina. Bellotas, hojas verdes e
innumerables bayas son sustento importante en el pastoreo de cerdos, ovejas,
caballos, cabras y atraen una variada fauna de aves, mamíferos y otras especies
inferiores. Los suelos se vuelven fértiles en su entorno porque las raíces, el
follaje de las ramas, los líquenes y los musgos retienen el agua de lluvia,
protege del frío y heladas extremas a los campos próximos de cereales y la
descomposición de las hojas caídas, es una fuente de humus que produce el
compost que fecunda el terreno dando lugar a la actividad micológica del
bosque.
No se puede asegurar que la corona no se preocupara
de este tema, especialmente los Reyes Católicos y Felipe II manteniéndose la
preocupación oficial que estuvo latente sobre todo los siglos XVI a XVIII.
Quizás no estuvieron a la altura deseada las autoridades locales y las
roturaciones y los abusos en la explotación hizo avanzar el deterioro y
desaparecer algunos montes, lo cual beneficiaba a la expansión de la actividad
agraria pero perjudicaba al pastoreo, dando lugar a disputas y desavenencias
que por lo general terminaban en conflictos y demandas entre gremios, vecinos y
pueblos.
Viejos litigios por los derechos a pastos o leñas entre
Roa y el concejo de Nava, Entre Sotillo y La Horra, Torresandino y Villafruela,
Tórtoles y Castrillo etc... Así lo corroboran los documentos sobre los largos y
casi permanentes pleitos mantenidos.
Pero también han llegado hasta nuestros días,
noticias de concordia como el acuerdo adoptado por Torresandino y Villovela de
Esgueva, prohibiendo y sancionando con multas elevadas, para evitar que se
cortase por pie y respetar la rotación para la tala, con el beneplácito de
ambos pueblos.
Como decía en el primer párrafo, sería deseable que volviera
a cubrirse el paisaje castellano con extensos bosques pero si al menos
alcanzásemos en este siglo XXI un 10% podríamos darnos por satisfechos por el
deber cumplido porque en la actualidad solo sobreviven los chopos y vegetación
de ribera.
¿Quién sabe? al menos se dan pequeños indicios en
algunas laderas de nuestro entorno. Esperemos con fe y quizás, tal vez, las
nuevas generaciones vengan con el paso cambiado y se recupere para nuestros
tataranietos lo que arrancaron nuestros tatarabuelos.